Eran las 9:46 de la mañana del 21 de enero, una mañana tibia y soleada con una temperatura de 24 grados en el parador Los Carreteros, en Silvania. Kike, con una mezcla de nostalgia y emoción, abordó un colectivo de la empresa Taxis Verdes que lo llevaría a Soacha, donde realizaría unas diligencias antes de dirigirse a la ciudad de Bogotá. Su destino final era la casa de don Ricardo Salamanca, quien junto a su esposa Dora Vanegas y su hijo Samuel lo esperaban para recibir un ejemplar de su libro: “Historias que inspiran la imaginación”.
El recuerdo de la llamada de don Ricardo en diciembre pasado le arrancó una sonrisa. Con voz entusiasta, su amigo le había dicho: "Te felicito por tu primer libro, pero por favor aparta el primero para mí, lo quiero comprar". Aquella tarde, Kike disfrutó de un almuerzo en una pescadería del barrio Olaya, donde compartieron un delicioso sancocho de pescado, arroz de coco, róbalo, ensalada y limonada. Entre risas y anécdotas, entregó el libro con una dedicatoria especial y su autógrafo, sintiéndose profundamente agradecido por el gesto de sus amigos y que al día siguiente kike les envió un escrito de agradecimiento.
Antes de continuar su viaje, Kike visitó a viejos conocidos del Olaya: doña Jessmin, doña Luisa, don Edwin y doña Yosmary. Luego, abordó un SITP hacia el barrio San José Sur Oriental, donde su corazón latía con fuerza al acercarse a la casa de su infancia. Aquella humilde morada rodeada de frondosa naturaleza había sido testigo de sus primeros sueños, de las historias que su abuelo y tío le contaban sobre sus antepasados y de los juegos interminables bajo el cielo despejado. Hoy, la casa era un moderno edificio de tres pisos, rodeado de nuevas construcciones que ocultaban la vista de la majestuosa Serranía del Zuque, su musa de la niñez.
Con cada paso que daba, Kike sentía como si el tiempo se plegara sobre sí mismo, mezclando pasado y presente en un torbellino de emociones. Las risas de su niñez parecían susurrar entre los muros, y el aroma del viejo fogón de su abuelo aún impregnaba el aire. Su corazón se estremeció cuando recordó la tarde en la que descubrió un viejo baúl lleno de cartas de su abuelo, quien siempre le hablaba de un tesoro escondido en la montaña. ¿Sería verdad o solo una historia más de su imaginación infantil?
El destino lo guió al salón comunal del mismo barrio, donde conoció a Linda, su amada esposa, en una tarde de 1990. Revivió en su mente aquel primer encuentro cargado de timidez y magia, un momento que cambiaría su vida para siempre. Luego, visitó fugazmente a sus suegros, quienes lo sorprendieron con un generoso mercado y los sabios consejos de su suegra, cuyo amor y ternura lo hicieron sentir como un hijo más. Con el corazón rebosante de gratitud, Kike partió nuevamente hacia Villa de las Bendiciones, en Silvania, donde Linda y su hijo Juanpis lo esperaban ansiosos. Durante el trayecto, aprovechó el tiempo para escribir y reflexionar sobre su jornada.
Al día siguiente, Kike envió un emotivo mensaje de agradecimiento a su suegra y cuñada:
"Querida suegra,
Muchas gracias por el generoso mercado que nos obsequiaste ayer. Tu detalle nos llenó de alegría y gratitud. También agradezco sinceramente los sabios consejos que me diste. Los tendré muy en cuenta y los valoro mucho.
Me conmueve especialmente tu preocupación por mi hijo Juanpis. Tu amor y cuidado hacia él significan mucho para mí. Que Dios te multiplique tu bondad y generosidad.
Y querida Edith, mi cuñada,
Gracias por las deliciosas arepas que me obsequiaste. Sé que las preparas con mucho esmero y amor, y eso las hace aún más especiales.
Con gratitud y cariño, Kike, el mejor escritor."
Esta historia nos enseña que cultivar la gratitud nos libera de muchas ataduras interiores y que visitar los lugares donde vivimos una niñez inolvidable tiene múltiples beneficios, como:
Reconexión emocional: Revivir recuerdos felices genera bienestar y gratitud, fortaleciendo nuestra identidad y sentido de pertenencia.
Sanación personal: Ayuda a cerrar ciclos y sanar heridas del pasado, permitiendo reflexionar sobre el crecimiento personal.
Renovación de la inspiración: Redescubrir esos lugares despierta la creatividad y fomenta la apreciación de las pequeñas cosas.
Fortalecimiento de relaciones: Compartir experiencias con seres queridos refuerza los lazos afectivos.
Reducción del estrés y ansiedad: Regresar a entornos familiares proporciona tranquilidad y seguridad.
Valoración del presente: Comparar el ayer con el hoy nos ayuda a apreciar los logros y a visualizar nuevas metas.
Exploración cultural y social: Permite ver cómo han cambiado esos lugares con el tiempo y conectar con las personas que formaron parte de nuestra infancia.
Revisitar esos sitios es una excelente manera de reconectar con uno mismo y recargar energías para seguir adelante con una visión renovada.
1 comentario:
Historia que comparte vivencias actuales con los recuerdos de infancia. Además, en las diversas situaciones del diario vivir se llevan a la práctica un sinnúmero de valores humanos.
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