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jueves, 13 de marzo de 2025

#Salomé y el Secreto de la Tierra Viva


 El sol despuntaba con un resplandor dorado en la finca La Unión, derramando su luz sobre las verdes colinas de Subia Alta en Silvania. Era un miércoles temprano de marzo, el aire fresco llevaba consigo el aroma de la tierra mojada por el rocío y el canto de los gallos se elevaba como una sinfonía anunciando el inicio del día.

A las 5:15 a. m., Carlos Velásquez, un hombre curtido por el trabajo del campo, se desperezaba en su humilde cabaña de madera. Como cada mañana, se levantó con el primer canto del gallo, se paró frente al espejo de su habitación y, con el pecho erguido, recitó su afirmación diaria:


—Buenos días, mi nombre es Carlos Velásquez. Soy un agricultor que ha consagrado su vida a la tierra, trabajando con abonos orgánicos y bacterias naturales para sanar los suelos y preservar el medio ambiente. La tierra nos da la vida, y yo he de cuidarla. Que este día traiga abundancia, salud y alegría a mi hogar y proteja a mi pequeña Salomé.

Con ese ritual concluido, bajó a la cocina, donde su madre, doña Cármen Sierra, ya le había servido un humeante caldo de papa con costilla, acompañado de arepa asada y un chocolate espumoso. Se sentó en la mesa de madera, desgastada por los años y las historias contadas en cada comida. Pero lo que realmente lo reconfortaba era ver a la pequeña Salomé, de cuatro años, que reía mientras revolvía su chocolate con la cucharita, haciendo dibujos efímeros en la espuma.

—Papá Carlos, anoche los conejitos me hablaron —dijo de repente la niña, con una chispa de entusiasmo en sus ojitos oscuros.

Carlos esbozó una sonrisa. Se inclinó y le revolvió el cabello con ternura.

—Ajá, mi niña. ¿Y qué te dijeron esta vez?

—Que la tierra está enfermita —susurró ella, con su vocecita de brisa—. Dicen que la gente la lastima con sus venenos.

Carlos sintió un escalofrío recorrerle la espalda. ¡Cuánto entendía esa niña! Si tan solo el mundo la escuchara...


Salomé saltó de su silla y salió corriendo al gallinero, donde la esperaban sus amigas aladas. Mientras ella alimentaba a las gallinas y jugaba con los conejos, Carlos comenzó su rutina de ordeño, sintiendo la satisfacción de producir leche sin químicos, respetando la naturaleza como se debía.

La mañana transcurrió con la misma armonía de siempre: el camión recolector de leche pasó por la finca a las 7:30 a. m., doña Cármen sirvió un almuerzo abundante al mediodía y, por la tarde, Salomé se encargó de regar las plantas y cuidar a los conejitos. Pero esa noche algo fue diferente. La niña no se quedó dormida de inmediato.

A las 8:30 p. m., cuando Carlos terminaba su revisión nocturna de la finca, la llamó para que se fuera a la cama, pero ella estaba inmóvil en medio del huerto de aguacates, sus deditos hundidos en la tierra.

—Salomé, mi niña, ¡es tarde! —le llamó con dulzura, pero ella no respondió.

Con un nudo en la garganta, se acercó. La vio con los ojitos cerrados, las manos temblando sobre el suelo húmedo.

—¡Salomé! ¡Despierta!

Ella abrió los ojos de golpe y sonrió, como si regresara de un sueño profundo.

—Papá, la tierra me habló —dijo en un susurro, como si le confiara un gran secreto—. Me contó que está llorando. ¿Tú la escuchas, papá?

Carlos sintió que algo grande estaba sucediendo. Besó la frente de la niña, la alzó en sus brazos y se perdió con ella en la tibia noche de La Unión.

La niña que hablaba con los animales y sentía el dolor de la tierra dormía en sus brazos. Carlos, con los ojos clavados en la luna, comprendió en ese instante que su misión en la tierra era otra: su legado no sería solo salvar los suelos, sino cuidar y guiar a su hija del alma, la niña prodigio que entendía el lenguaje de la naturaleza.

Aquella noche, la brisa trajo susurros de árboles y ríos. Salomé, en sueños, respondió con una voz tan dulce que hasta los luceros parecieron inclinarse para escuchar.

Y en la finca La Unión, la tierra viva, agradecida, comenzó a sanar.

lunes, 3 de febrero de 2025

#El Poder de Escribir Todos los Días: Un Salto Cuántico Hacia el Alma


 Érase una noche fresca, 6:57 p.m. del 3 de febrero. Acaecía un día caluroso en Villa de las Bendiciones, en donde el tiempo parece detenerse en Silvania. Kike recordaba sus quehaceres del día, ya escritos en su diario. Hacía unos momentos, había recordado a su amigo Alex del Banco AV Villas en Bogotá, quien estaba pasando por un mal momento. Alex le había respondido sobre el blog que le compartió, #“Silvania, Tierra de Promisión e Inspiración”, con un mensaje lleno de gratitud:

-Esta historia nos enseña que la paciencia y la calma en momentos difíciles son clave para la armonía interior, y que aquello que nace del alma, con amor y propósito, siempre encontrará su camino hacia los corazones que necesitan inspiración. Ufffff: Gracias, don Kike, parece un evangelio!!!

Kike, conmovido, le respondió:

-Amén⁠😇⁠🙏. Ya ve que leer la Biblia a diario también me ha contribuido literalmente a escribir con evocación.

Alex contestó:

-Se nota-. -Yo todos los días hago oración y escucho la palabra en un grupo de un sacerdote.

A lo que Kike le respondió: 

-Qué bueno, Alex-. Le sugiero escribir el Padre Nuestro todos los días, ojalá en hojas en blanco. A propósito, voy a hacer un blog con referencia al tema.

-Estaré muy pendiente del blog —dijo Alex, mientras Kike se despidió con un “Ok” y emoticones de bendiciones.

En el transcurrir del día, Kike reflexionó sobre esa práctica diaria que realizaba como si fuera un ritual sagrado, al igual que desayunar cada mañana. Llevaba más de ocho años escribiendo el Padre Nuestro al despertar. Recordó que hace aproximadamente ocho años había visto en televisión un programa de Jorge Duque Linares, quien recomendaba escribir el Padre Nuestro todos los días, afirmando:

  • Si nos tomamos nuestro tiempo, meditamos en las líneas de la oración y le pedimos a Dios que nos hable, el Padre Nuestro puede ser una poderosa herramienta para convertirnos en personas que reflejen cada vez más el amor y la vida de Jesús en este mundo. Imagínense lo que pasará en su vida interior si lo escriben a diario… Se acordarán de mí en algunos años.

Desde aquel día, Kike comenzó a escribirlo en sus cuadernos. Se preguntaba si tal vez fue en ese momento cuando sin querer inició su carrera de escritor. Cinco años después, decidió escribir el Padre Nuestro en hojas en blanco (pero esa, pensó, será otra historia para contar en otro blog). Con el tiempo, fue incorporando el Ave María, el Gloria al Padre y el Ángel de mi guarda.

Al llegar a Silvania, se le ocurrió escribir el título del Padre Nuestro con la mano izquierda y el resto con la derecha. Pero hoy, el 3 de febrero, por primera vez lo escribió completamente con la mano izquierda. Para su sorpresa, le quedó entendible y bien trazado, lo que lo fascinó. Investigó sobre los beneficios de esta práctica y descubrió que escribir con la mano no dominante mejora la coordinación, la agilidad mental y la función cerebral.

Beneficios de escribir con la mano izquierda

  • Mejora la función cerebral: Al escribir con la mano no dominante, se activa el hemisferio opuesto del cerebro, lo que puede mejorar la función cognitiva.

  • Mejora la coordinación: La escritura con la mano no dominante ayuda a entrenar la mano para realizar movimientos precisos.

  • Mejora la agilidad mental: Realizar tareas con la mano no dominante desafía la concentración y las habilidades cognitivas.

  • Mejora la resolución de problemas: La escritura a mano obliga a reflexionar y organizar los pensamientos, lo que puede ayudar a identificar y resolver problemas de manera más efectiva.

  • Desarrolla la ambidestreza: Con la práctica constante, se puede desarrollar la ambidestreza.

  • Desarrolla la neuroplasticidad: Es una forma de desafiar al cerebro para que desarrolle la neuroplasticidad, que es la capacidad de trasladar datos de un grupo neuronal a otro.          

Al reflexionar sobre ello, Kike comprendió que todo en la vida es un proceso de descubrimiento. Cada pequeño gesto, por simple que parezca, puede representar un salto cuántico hacia el despertar de talentos ocultos. La clave está en la constancia. Tal vez, en algún rincón del universo, Dios ya sabía que ese niño que un día comenzó a escribir oraciones en un cuaderno estaba destinado a convertirse en un escritor.

Además, aquella noche había sido especial en Silvania. Un impresionante acercamiento de la Luna y Venus adornaba el cielo, un espectáculo nocturno digno de admiración. Bajo ese manto celestial, Kike sintió que la escritura diaria no solo era un hábito, sino un puente hacia la reflexión y el autoconocimiento.

Esta historia llena de valores nos enseña el arte de descubrir en nosotros mismos cosas sencillas que se encuentran ocultas y que debemos explorar. Representa un verdadero salto cuántico en nuestras vidas y, con el tiempo, nos permite descubrir el talento que nos hace únicos y a imagen y semejanza de nuestro Creador.

Y tú, ¿qué pequeño hábito podría llevarte a descubrir el talento que te hace único?

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