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miércoles, 29 de enero de 2025

#El Corredor Descalzo: La Carrera del Alma


 Era un amanecer frío en Bogotá, el 21 de noviembre. A las 4:41 a.m., Kike despertó con el alma encendida y la mente enfocada. La noche había sido corta, pero la energía que sentía en su interior lo hacía sentir invencible. Hoy no era un día cualquiera; era el día en que desafiaría no solo su cuerpo, sino las creencias de todos los que presenciaran su hazaña. En el Parque Simón Bolívar, lo esperaba el Campeonato Nacional de Media Maratón, y él, con su espíritu indomable, había decidido correr descalzo.

Representando al Club Atlético Máster ADES, Kike tenía una rutina casi sagrada. Se levantó, oró con devoción, rezó el rosario y la novena, leyó algunos versículos de la Biblia y escribió sus objetivos del día. Como cada mañana, hizo yoga y ejercicios de fortalecimiento, aunque hoy, por ser día de competencia, con baja intensidad. Se hidrató y tomó su dosis de Biocros. A las 6:15 a.m., el cielo comenzó a teñirse de azul intenso, anunciando un día soleado y lleno de promesas. Se despidió de Linda, su fiel compañera, y salió rumbo al Parque Simón Bolívar.

Abordó un Transmilenio y, mientras observaba la ciudad despertar, recordó el desafío que lo había llevado hasta este momento. Un año atrás, la pandemia lo había obligado a cambiar su forma de entrenar. Acostumbrado a correr libremente por calles y pistas, se sintió atrapado en la monotonía del encierro. Decidió comprar una trotadora nueva y unas zapatillas, pero entonces, Jefferson, su amigo y mentor, le sugirió algo impensado: entrenar descalzo. Al principio, la idea le pareció absurda, pero al investigar los beneficios del running minimalista, descubrió que fortalecía los músculos, mejoraba la postura y reducía el riesgo de lesiones. Con disciplina y determinación, empezó a correr en la trotadora hasta alcanzar 55 km sin calzado.

Cuando la pandemia terminó, salió a la calle decidido a desafiar la mirada escéptica de los transeúntes. Lo señalaban, lo miraban con curiosidad, pero Kike nunca se detuvo. Se propuso demostrar que los límites solo existen en la mente. Participó en la Carrera de Monserrate descalzo y obtuvo el tercer lugar. Su convicción se volvió inquebrantable.

Ahora, mientras descendía en la estación El Tiempo, su corazón latía con fuerza. La emoción y la adrenalina lo inundaban. Se dirigió trotando al punto de salida y, al llegar, saludó a sus compañeros del club. La carrera estaba a punto de comenzar. Se darían seis vueltas al Parque Simón Bolívar, iniciando y finalizando en la pista de la Unidad Deportiva El Salitre. El disparo de salida resonó como un trueno, y la multitud rugió. Kike comenzó con un ritmo calmado, sintiendo cada paso como una conexión con la tierra, como si el pavimento le transmitiera su propia energía



.A su lado, su compañera Adriana Mora corría con un ritmo feroz. Se retaban mutuamente, empujándose más allá de sus límites. Cada zancada era un peldaño en su escalera hacia el éxito. Sin embargo, no todo era perfecto. Al pasar por la Calle 53, sintió las pequeñas piedras clavarse en la planta de sus pies. Un dolor agudo lo obligó a bajar el ritmo. Pero Kike no era alguien que se rendía. En cada vuelta, aceptaba el dolor, lo transformaba en motivación y seguía adelante.

Cuando la última vuelta llegó, Kike apretó los dientes, ignoró el ardor en sus pies y aceleró. Cruzó la meta con los brazos en alto, sintiendo la victoria en su piel y en su alma. No importaba en qué puesto había llegado; su triunfo era haber cumplido su promesa, haber demostrado que la fe en uno mismo y en Dios puede superar cualquier obstáculo. Las gradas estallaron en aplausos. La gente, que al principio lo había visto con incredulidad, ahora lo aclamaba con admiración. Kike sonrió. Había logrado lo imposible.

Esta historia nos enseña que los sueños no se alcanzan siguiendo el camino marcado, sino creando uno propio. Que la fe inquebrantable nos lleva a superar cualquier barrera y que Dios nos hizo únicos para hacer cosas extraordinarias. Kike no solo corrió descalzo; corrió con el alma, con la convicción de que el verdadero éxito está en atreverse a ser diferente.



martes, 28 de enero de 2025

#"El Destino de los Corredores"


 El sol de la tarde caía como un incendio dorado sobre Villa de las Bendiciones aquel domingo 22 de diciembre. El aire ardiente cargaba el murmullo de los árboles y el canto de las chicharras, como si el tiempo se resistiera a avanzar. Eran las 3:00 p.m. y Kike aguardaba con ansias la visita de su viejo amigo Ferchito y su esposa Rocío. Había despertado con la sensación extraña de haber estado en un mundo paralelo, soñando con un amanecer místico, tal como lo había contado en su blog: #"El Secreto del Amanecer: Cuando los Sueños Tocan el Alma"

A las 3:19 p.m., un mensaje de WhatsApp iluminó su teléfono. Era Ferchito, anunciando que venía en camino, pero solo. Una leve sombra de tristeza cubrió el corazón de Kike; esperaba a ambos para compartir la tarde y cantar la novena, pero comprendió que la vida a veces tomaba rumbos inesperados. Hacia las 4:00 p.m., otro mensaje llegó: "Estoy en el parador Choriloco". Poco después, el sonido de un motor y unas pisadas firmes sobre la tierra seca anunciaron su llegada. Linda y Kike lo recibieron con un abrazo cargado de historias no dichas y el aroma inconfundible del tinto recién preparado con arepa de queso.

El verdadero motivo de la visita se reveló en cuanto Ferchito sacó de su mochila un billete y lo extendió hacia Kike. Quedía claro: quería comprar su libro, "Historias que Inspiran la Imaginación". Lo que no esperaba era encontrarse a sí mismo en sus páginas. Sus ojos recorrieron el prólogo y se detuvieron en un capítulo dedicado a él, donde su historia como atleta era narrada con la intensidad de las zancadas en una carrera sin fin.

Las horas se desvanecieron entre anécdotas y recuerdos. Hablaron del Club Correcaminos, donde se conocieron en la Media Maratón de Bogotá y de cómo el destino los reunió nuevamente en el Club Master ADES. Sus conversaciones evocaron nombres grabados en su corazón: Rodolfo, Humberto, Carmencita, Jhonny, Hilba, Yaneth, Wilson, Julio César, Daissy, Víctor, Miguel, el Zancudo, Olga, Campo Elías... un ejército de almas afines, unidos por la pasión por correr.

La memoria los transportó a un 4 de agosto reciente, cuando juntos se enfrentaron a una carrera ecológica en Fusa. Aquel día, el viento y la tierra fueron testigos de su victoria. Ferchito y Kike subieron al podio como campeones en sus categorías, mientras Rocío, con lágrimas en los ojos, inmortalizaba el momento con su cámara y su corazón. La alegría del triunfo tenía un sabor agridulce: más allá de las medallas y los aplausos, lo que verdaderamente importaba era la hermandad que los unía.

Ferchito, con la pasión de un amigo leal, había estado pendiente del libro de Kike desde sus primeras palabras hasta su edición final. Cuando finalmente el sueño se materializó y Kike regresó a Silvania el 22 de junio, Ferchito fue el primero en felicitarlo. La distancia entre sus ciudades se había acortado, pero sus almas nunca estuvieron separadas.

La tarde avanzó entre el aroma del jugo de guayaba y las galletas con mermelada que Linda había preparado con amor. A las 5:30 p.m., llegó la hora de despedirse. Ferchito sujetó el libro firmado con una dedicatoria especial, lo abrazó con fuerza y se perdió en el horizonte camino a Fusa, dejando atrás una estela de amistad imborrable.

Desde el umbral, Kike y Linda lo vieron alejarse, sintiendo cómo el atardecer pintaba de tonos anaranjados la memoria de un día irrepetible. En ese instante, supieron que la vida es una carrera donde la nobleza, la lealtad y la resiliencia son el verdadero premio. Y que las amistades genuinas son como los buenos corredores: siempre regresan, siempre están ahí, corriendo a tu lado en cada kilómetro de la vida.

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