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lunes, 16 de diciembre de 2024

#El Viaje Imaginado para un Libro Soñado

Aquella mañana del domingo 15 de diciembre de 2024, en el barrio Granda de Bogotá, el aire frío vestía las calles como un manto invernal, aunque el sol tímido anunciaba un verano resplandeciente. A las 8:30 a.m., don Manuel, un hombre de pasos firmes y alma inquieta, despertó con un zumbido especial: el mensaje de Kike, su viejo amigo y compañero de atletismo.

“El libro está listo. Un sueño materializado”, decía el texto, y con ello, una puerta invisible pareció abrirse en su mente, un portal hacia una aventura que aún no comprendía del todo.

Kike había trabajado con paciencia de orfebre durante años para cumplir un propósito: escribir un libro. “Historias que Inspiran la Imaginación” no era solo un título, era el eco de una promesa, el sueño de alguien que, a través de palabras, intentaba sembrar semillas de cambio en los corazones. Don Manuel, quien desde hacía meses deseaba ese ejemplar, sintió cómo su pecho se llenaba de una emoción tan poderosa como inexplicable.

Tras un par de llamadas y mensajes, acordaron que Linda, la esposa de Kike, traería el libro a Soacha. A las 11:30 a.m., con la impaciencia de un niño y la determinación de un explorador, don Manuel se calzó los zapatos y salió rumbo a la estación San Mateo, como si aquella jornada estuviera destinada a convertirse en leyenda.

Su trayecto comenzó con un andar apacible por las calles de la Primera de Mayo, donde el viento jugaba con hojas danzarinas. Subió a un bus del SITP, pero aquel domingo, Bogotá se había vuelto caprichosa; la ciclovía ralentizaba el mundo y cada semáforo parecía eterno.

“¡Debí caminar hasta la décima!”, murmuró don Manuel, aunque sus pensamientos tenían más de poesía que de queja.

A bordo del G47, sintió que el bus no solo atravesaba estaciones, sino que también lo conducía a través de un tiempo dilatado donde lo cotidiano y lo mágico se fundían. Pero aquel viaje, como todo gran relato, no sería sencillo. Por alguna travesura del destino o del TransMilenio, los transbordos se convirtieron en acertijos, y don Manuel comenzó a vivir su propia odisea urbana.

Primero fue en Centro Mayor donde descubrió que no había conexión; luego Madelena, después Perdomo... Cada parada lo hacía mascullar con sorna:

“¡Esto parece una broma del Chavo del Ocho!”.

Con cada intento fallido, su determinación crecía. Sacó su celular, estudió mapas como si fueran antiguos pergaminos y encontró la respuesta: debía regresar a la estación Venecia. Don Manuel no estaba frustrado, no. En su corazón había una certeza: los sueños siempre ponen pruebas para ver quién está dispuesto a alcanzarlos.

Finalmente, tomó el G43, que avanzó velozmente hasta San Mateo, como si aquel bus también conociera la urgencia de su misión. A las puertas del Centro Comercial Mercurio, Linda lo esperaba con una sonrisa serena, como una guardiana de tesoros.

“Aquí tienes, don Manuel. Un pedacito del alma de Kike”, dijo Linda, mientras extendía el libro.




Él lo tomó con reverencia, como quien recibe un amuleto ancestral. Fueron a un rincón del centro comercial para inmortalizar el momento en fotos, pero no sin antes lavarse las manos con el cuidado ritual que solo él conocía.

El libro, con su portada brillante y su título vibrante, parecía latir entre sus dedos. No era solo un conjunto de páginas; era una promesa cumplida, un sueño impreso que ahora era suyo también. Mientras observaba las letras doradas de “Historias que Inspiran la Imaginación”, don Manuel sintió que, de alguna manera, aquella travesía había sido tan importante como el destino mismo.

Y como todo cuento que enseña algo, él sonrió para sus adentros y concluyó:

“Nunca dejes al azar las cosas que parecen sencillas. Hasta los caminos más cotidianos tienen su propia aventura”.

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