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viernes, 28 de febrero de 2025

#El Sendero del Destino: Un 27 de Febrero Inolvidable


 El amanecer del 27 de febrero se desplegaba con un velo de serenidad, mientras el reloj marcaba las 5:58 a. m. Kike despertó con la determinación de un guerrero, con la meta clara de vender al menos dos o tres libros en el día. Su jornada comenzó con su ritual habitual: meditación, oración, yoga y la escritura de una carta de automotivación. A las 10:00 a. m., tras completar su rutina de ejercicios —flexiones, abdominales y movimientos articulares—, apagó la estufa donde preparaba el desayuno y se dispuso a salir con paso firme, con la determinación palpitando en su pecho. Vestía su pantaloneta, camiseta y zapatillas minimalistas, como un corredor preparado para un desafío más grande que él mismo.

Con un cronómetro en cero, Kike arrancó con potencia. A pocos metros, unos vecinos caminaban por el sendero y, al escuchar su paso decidido, voltearon a verlo y se hicieron a un lado. —¡Buenos días, vecinos! ¡Les deseo un excelente día! ¡Bendiciones! —exclamó Kike con voz enérgica. Ellos lo observaron con asombro, viendo cómo se alejaba como una sombra veloz entre la brisa matinal.

Al doblar a la derecha, inició un ascenso imponente, una prueba exigente que para muchos sería un obstáculo, pero para Kike era un reto más en su camino. Subió sin titubear, superando cada metro con un ritmo fuerte y constante. Los vecinos que lo veían pasar lo saludaban con admiración, como si presenciaran el ascenso de un héroe anónimo. Finalmente, tras una escalada desafiante, coronó la cima, alcanzando la Carretera Central en un tiempo de 12:18.



Sin perder el ritmo, descendió vertiginosamente dos kilómetros hasta el parador Choriloco. A su paso, los trabajadores de la ampliación de la vía lo saludaban con respeto, reconociendo en él una fuerza de voluntad inquebrantable. La bajada fue un juego de movimientos entre zigzags y pendientes pronunciadas, hasta llegar a Villa de las Bendiciones en 36:18. Allí, realizó sus estiramientos, se hidrató y comió un banano, listo para el siguiente desafío del día.

Luego, Kike tomó su teléfono y se conectó con viejos amigos del atletismo en Bogotá. Llamó a Carlos Rodríguez, un atleta legendario del Bosque de San Carlos, quien, pese a los años, mantenía su disciplina y espíritu guerrero intactos. Luego contactó a Estanislao, un fondista comprometido con la formación de nuevas generaciones de corredores. Siguió con Humberto Palacios, que entrenaba incansablemente 100 kilómetros a la semana con la mira puesta en la maratón de Cali. También conversó con Mercedes, una corredora inquebrantable, y con Felisa, una atleta de alto rendimiento que acumulaba podios como un alquimista recolectando oro.

—Tú te fuiste de Bogotá y el grupo se dispersó —le confesó Felisa con nostalgia. —¡Cuando el gato se va, los ratones hacen fiesta! —respondió Kike con una carcajada, provocando la risa de su amiga.

Finalmente, llamó a doña Guillermina, una antigua vecina que ahora vivía en Viotá con su esposo, don José, quien, para alivio de Kike, se encontraba mejor de salud. Antes de colgar, envió un mensaje de cumpleaños a su amiga Carmencita Moreno y compartió con todos ellos el enlace de su libro Historias que Inspiran la Imaginación, disponible en varios formatos e idiomas. Todos prometieron apoyarlo, emocionados de ver cómo su amigo se abría camino en el mundo de la literatura. Uno de ellos incluso le dijo: —Tú serás el mejor escritor de todos los tiempos. Esa frase resonó en su mente como una profecía. ¿Podría ser cierto?

Más tarde, Kike recalentó el almuerzo del día anterior: frijoles con cebollas cabezonas enteras y un toque de zucchini amarillo, rico en minerales y vitaminas. Lo acompañó con arroz integral con verduras, papa salada, carne de cerdo frita y jugo de zanahoria. Cada bocado le pareció un banquete celestial. En ese instante, comprendió que la magia no solo estaba en los grandes logros, sino en la capacidad de apreciar los pequeños placeres de la vida.

La noche cayó sobre el 27 de febrero, y Kike, envuelto en gratitud, miró al cielo y agradeció a la Divina Providencia por un día incierto pero maravilloso. Se acostó con el corazón liviano, sabiendo que nuevas aventuras lo esperarían al día siguiente.

Esta historia… continuará.

jueves, 27 de febrero de 2025

#Kike y el Secreto del 26 de Febrero


 El amanecer del 26 de febrero despertó envuelto en un velo de misterio. El reloj marcaba las 5:40 a.m. cuando Kike abrió los ojos tras un sueño profundo. Desde su ventana, observó el horizonte teñido de sombras y neblina, como si la mañana escondiera un secreto. El canto de las aves de colores anunciaba el inicio de un día incierto, pero prometedor. Inspirado por la atmósfera mística, Kike meditó, oró y escribió sus afirmaciones diarias, rituales que eran su brújula en cada jornada.

Tras su sesión matutina, realizó su rutina de ejercicios y preparó un desayuno con los frutos de su huerta: banano, naranja, chocolate caliente, huevos cocidos y pan con mermelada de guayaba casera. Con el aroma de la mañana impregnando la cocina, Kike se sentó a escribir en su blog. Mientras revisaba sus fotos en Google, un recuerdo lo atrapó: tres años atrás, exactamente un 26 de febrero de 2022, había compartido un día inolvidable con sus compañeros del grupo San Cristóbal en Bogotá.



Aquel sábado, Kike había salido trotando desde su casa en el barrio Olaya hasta la entrada del ascenso a Monserrate, recorriendo más de seis kilómetros antes de encontrarse con sus amigos a las 5:30 a.m. Mientras ellos temblaban de frío, Kike irradiaba energía y los animaba con su espíritu indomable. La profesora Jenny, sorprendida por su resistencia, le preguntó:

—Kike, ¿tú no te cansas ni te lesionas? ¡Eres una proeza viviente!

Sonriendo, Kike respondió:

—Gracias por tus palabras, Profe. Me inspiran a convertirme en el mejor atleta máster de todos los tiempos.

Ese día, con la convicción tatuada en su alma, Kike ascendió Monserrate sintiéndose invencible. No era vanidad, sino el poder de la mente manifestando su grandeza. Sus camisetas llevaban la frase: "Kike, el mejor", y aunque el mundo dudara, él sabía que la verdadera fortaleza nacía en el pensamiento.


La nostalgia se disipó cuando el reloj marcó las 2:00 p.m. Kike tenía una cita literaria en la biblioteca de Silvania. Cargó su mochila con ejemplares de su libro "Historias que inspiran la imaginación" y emprendió el camino. Antes de salir, su amigo Víctor le envió una foto: estaba en su sala, leyendo su libro. Un escalofrío de emoción recorrió a Kike. Su historia, su esencia, estaba tocando almas.

Al llegar a la biblioteca, Liliana lo recibió con un cálido abrazo y lo presentó a un selecto grupo de lectores apasionados: Don Jorge Valdirí y Edilberto Silva, críticos de poesía; José Carvajal, joven escritor; y Damaris Mendoza y Rubén Lopera, ávidos lectores. La sesión fue intensa. Se debatió sobre versos que llamaban al corazón "una maldita máquina", y Kike defendió que el corazón era la voz del alma. Luego, al hablar del tiempo y el sufrimiento, recordó una enseñanza de Eckhart Tolle:

—"El final del sufrimiento surge cuando la mente deja de aferrarse al pasado y al futuro. Solo el presente es real".

Los asistentes quedaron absortos. De repente, el tiempo pareció esfumarse y, sin darse cuenta, eran las 4:30 p.m. Habían estado tan inmersos en la conversación que la realidad parecía haber perdido su curso. Se despidieron con la promesa de reunirse en 18 días. Don Jorge, con un brillo en los ojos, le dijo a Kike:

—No todo el mundo escribe un libro. Felicidades, muchacho.

De regreso a Villa de las Bendiciones, Kike preparó un almuerzo especial: frijoles con cebolla entera y zucchini amarillo, arroz integral con verduras, papa salada, carne de cerdo frita y jugo de zanahoria. Saboreó cada bocado con gratitud, reflexionando sobre lo vivido.

Esa noche, al acostarse, una certeza lo envolvió: el 26 de febrero tenía un poder especial en su vida. Un portal que conectaba su pasado, su presente y su destino. Al cerrar los ojos, se preguntó: ¿Qué aventuras me deparará el mañana?

…Esta historia continuará.

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