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domingo, 3 de agosto de 2025

# "Kike, el Vendedor de Café"

La vida a veces nos habla en silencio, pero otras veces... lo hace a gritos desde los sueños.”

Era un sábado 2 de agosto en una región apartada de Colombia, donde el tiempo parece quedarse dormido entre las montañas verdes y húmedas de Silvania, un rincón del mundo donde la realidad convive con lo invisible, y lo cotidiano se llena de magia. Allí, en una casita enclavada entre árboles frutales y pájaros madrugadores, Kike despertó a las 4:14 a. m., alterado por un sueño que le dejó el alma sacudida.

En su visión onírica, Kike caminaba por una calle de su pueblo, empujando su fiel carro de tintos, como cada mañana. Todo parecía normal hasta que al pasar frente a una construcción, observó varios andamios inestables. Algo lo impulsó a detenerse, sacar su termo de tinto, colocarlo sobre una silla... y seguir caminando unos pasos.

Pero en ese instante, el viento cambió.

Kike miró hacia atrás y, con el corazón encogido, recordó que había dejado el termo. Se dio la vuelta para recogerlo, pero antes de poder regresar, los andamios comenzaron a derrumbarse. El tiempo se detuvo. Todo cayó en cámara lenta, como si el universo le estuviera dando una segunda oportunidad. Vio el termo estallar en mil pedazos justo donde había estado segundos antes… Y en ese momento, se despertó.

Jadeando, sudando, con el corazón galopando en su pecho. Pero estaba bien. Vivo.

Se quedó unos minutos en silencio, mirando el techo, sintiendo una mezcla de frustración, gratitud y claridad. “Se rompió el termo… pero yo estoy vivo”, se dijo en voz baja. Y entonces lo entendió: la vida vale más que mil termos.

Respiró hondo. Se levantó. Dijo su oración a la Divina Providencia, envió pensamientos de amor a Linda, a Juanpis —que celebraban un cumpleaños en Bogotá— y a los clientes que, sin saberlo, serían parte de su jornada.

Kike encendió el fogón, comenzó a preparar tintos, aromáticas, sus nuevos productos: carajillo, perico, milo, chocolate, cacao… Todo con la dedicación de un alquimista del café. Hizo sus ejercicios, escribió sus oraciones, y a las 9:00 a. m., salió a recorrer Silvania con el alma ligera.


En la plaza, don Wilson —un cliente fiel y mentor literario— le renovó su apoyo para el nuevo libro y hasta le recargó el termo con café fresco. Kike siguió su recorrido, ofreciendo sonrisas y bebida caliente. A eso de la 1:08 p. m., regresó a Villa de las Bendiciones para alistarse para la segunda jornada. Ese día, el desayuno fue tardío pero sabroso.sonrisas, 

En la tarde, una coincidencia hermosa: se encontró con una compañera del club de lectura de Silvania, quien le presentó a su hija Ángela. Entre sorbos de carajillo, hablaron sobre su próximo libro, sobre sueños y sobre lo real que puede llegar a ser lo que imaginamos.

Cayó la noche. A las 7:02 p. m., la jornada terminó con ventas que superaron las expectativas. Sobre las 8:00 p. m., ya estaba de vuelta en casa. Preparó su almuerzo, lo terminó casi a las 9:00 p. m., comió, reposó con un tinto doble… y se fue a dormir, dándole gracias a Dios por la vida, por los aprendizajes ocultos y por un sueño que, aunque inquietante, le salvó el alma.

Antes de dormir, pensó en su siguiente reto: leer durante tres horas seguidas y escribir la historia de su amigo Richi: “Richi y el Balón que Susurraba Sueños”.

Se preguntó si lo lograría…

La historia continúa.


🎇 Enseñanza final:

“No todo lo que se rompe es una pérdida. A veces, los pedazos que se salvan son los que más valen.”
Jaime Humberto Sanabria

 

jueves, 21 de noviembre de 2024

#Colibríes en el Camino de Maryi


 Mi vida comenzó con un desafío, pero desde muy pequeña descubrí que la fuerza y el amor son capaces de transformar los momentos más oscuros en luces brillantes. Soy Maryi, la menor de tres hermanos, y aunque compartimos la misma madre, nuestros caminos se trazaron con raíces diferentes. Mis dos hermanos mayores llegaron al mundo gracias al amor que mi mamá encontró en Carlos, su primer compañero. Aunque su relación terminó cuando las tormentas de la vida llegaron, mi mamá nunca dejó que la tristeza apagara su espíritu.

Poco después, conoció a mi segundo padre. Fue una relación breve, pero suficiente para que yo llegara a este mundo. Sin embargo, el destino tenía otros planes: él ya tenía otra familia y nos abandonó, dejándonos a mi mamá y a mí en un mar de incertidumbre. A pesar de todo, ella no se rindió. La fuerza en sus ojos era como el brillo del amanecer después de una noche lluviosa. A su lado, y con la ayuda de mi tía, crecí rodeada de un amor que no conocía límites.

La magia siempre estuvo presente, aunque en aquel entonces no lo sabía. Mi mamá solía decirme que los colibríes que visitaban nuestro jardín eran mensajeros de esperanza. Sus diminutas alas parecían murmurar palabras de consuelo en los momentos difíciles. Una de esas pruebas llegó cuando, siendo una niña pequeña, sufrí un accidente que me dejó con fracturas en el cráneo y la cara. Los médicos me llamaron un milagro, pero yo siempre supe que eran los colibríes quienes habían intercedido por mí. Después de todo, ¿qué otra explicación había para sobrevivir a algo así?

El dolor también trajo aprendizajes. La pérdida de mi tía, quien fue como una segunda madre, dejó un vacío enorme. Sin embargo, su recuerdo se convirtió en una estrella que me guiaba en las noches más oscuras. Con el tiempo, mi mamá y yo encontramos refugio en una finca en Subía, Cundinamarca. Allí, entre las montañas y el susurro de los árboles, conocí a un hombre que devolvió la sonrisa al rostro de mi mamá. Fue como si el destino hubiera tejido un nuevo capítulo para nosotras, uno donde el amor y la esperanza volvían a florecer.

Aunque la finca era un refugio, yo, Maryi, sentía que el campo me hablaba en susurros, pidiéndome volar hacia otro lugar. Le pedí a mi mamá que me dejara vivir con una tía en Madrid, Cundinamarca, y ella, siempre escuchándome con el corazón, accedió. Allí encontré estabilidad, pero también descubrí que la distancia no podía borrar el amor por mi madre. Siempre volvía a ella, como un río que busca su cauce natural.

Cuando cumplí 15 años, no quise una fiesta ni una gran celebración. En cambio, recibí un computador, un portal hacia mundos desconocidos y sueños por explorar. Esa simplicidad me enseñó que las verdaderas celebraciones no están en las grandes cosas, sino en los pequeños detalles que tocan el alma.

Un Mensaje en las Alas del Viento

Mi historia no es perfecta, pero es única. Está tejida con desafíos, lágrimas, risas y momentos mágicos que me enseñaron a mirar más allá de las dificultades. Los colibríes, con sus vibrantes colores y su vuelo incansable, me recordaron siempre que la vida es un viaje lleno de sorpresas.

Para ti, querido lector: "No importa cuán difícil sea el camino, en algún lugar, un colibrí revolotea, trayendo consigo un mensaje de esperanza. Aprende a escuchar los susurros de la vida, porque en ellos encontrarás la fuerza para volar más alto."

Y así, esta es solo una parte de mi historia. Los colibríes aún tienen muchos secretos que revelarme, y yo, muchas lecciones que aprender.

 

Continuará...

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