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jueves, 3 de octubre de 2024

El Encuentro de 30 Segundos que Cambió una Vida


                                                                                                                                                                                                                                                        El 15 de marzo de 1985, a las 1:15 p.m., Sergio vivió un instante que marcaría el resto de su vida. Caminaba de regreso a su oficina después de un almuerzo placentero en una tarde soleada de Bogotá, cruzando tranquilamente la Calle 85 con la Avenida 15. El semáforo en verde lo animaba a seguir, pero algo en el horizonte captó su atención: un auto elegante, con el volante al lado derecho, algo poco común en la ciudad, que se detuvo justo a su lado.

La curiosidad de Sergio lo llevó a levantar la mirada, y lo que vio lo dejó sin palabras. Allí, tras el volante, estaba nada menos que Gabriel García Márquez, el Premio Nobel de Literatura de 1982. La sorpresa fue tan abrumadora que el tiempo pareció detenerse. Por unos segundos, que para Sergio se sintieron como una eternidad, sus ojos se cruzaron con los del famoso escritor. Gabo lo miró de forma serena, casi adivinando los pensamientos de Sergio. Fue un instante mágico, un encuentro silencioso que le dejó una profunda sensación de paz y bienestar.

El semáforo cambió, y el auto de Gabo arrancó lentamente, perdiéndose entre el tráfico. Sergio, atónito, se quedó inmóvil viendo cómo se alejaba, lamentando no haber tenido el valor de pedirle un autógrafo o siquiera saludarlo. Aún más, ese día había olvidado en casa el libro que estaba leyendo: El coronel no tiene quien le escriba. "¡Hubiera sido perfecto para un autógrafo!", pensó, lleno de una nostalgia que lo acompañaría por muchos años.

Sin embargo, la vida siguió su curso. Sergio, inmerso en sus ocupaciones diarias, dejó la lectura a un lado por un buen tiempo. Pasaron los años, y a los 50 años, una chispa interna lo impulsó a hacer algo diferente. Sentía que era el momento de transformar su vida. Decidió retomar la lectura, esta vez con un propósito firme. Tres meses después, el hábito de leer ya era parte esencial de su día a día. Cada libro que leía lo hacía sentir más conectado consigo mismo.

A los 57 años, la escritura se sumó a su rutina. Comenzó a escribir un diario en hojas en blanco, con el fin de mejorar su caligrafía, pero también para expresar sus pensamientos y vivencias. Esta costumbre lo hizo diferente al resto, en un mundo donde todos parecían estar pegados a sus celulares, mientras Sergio disfrutaba de la tranquilidad de un buen libro en cualquier rincón. Sus hábitos fueron ampliándose, añadiendo disciplinas como el atletismo, yoga, y natación, siempre buscando superarse.

Finalmente, a los 60 años, recordó ese encuentro fugaz con Gabriel García Márquez y lo interpretó como una señal que lo había guiado a lo largo de su vida. Ese instante había plantado una semilla en su corazón, y ahora, Sergio tomó la decisión de convertirse en escritor. Si aquel hombre que admiraba tanto lo había mirado de forma tan significativa, quizás era una señal de que también él tenía algo que contar al mundo.

La historia de Sergio nos enseña que, a veces, un solo momento es suficiente para inspirarnos a cambiar el rumbo de nuestra vida. Con autodisciplina, determinación y el valor de pensar de manera diferente, podemos alcanzar lo que antes parecía imposible. Aquellos 30 segundos con Gabo se convirtieron en el motor que impulsó a Sergio a descubrir su verdadera vocación, recordándonos que cada encuentro, por breve que sea, puede esconder un universo de posibilidades.

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