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lunes, 24 de marzo de 2025

#"El Misterio de la Bendición Invisible"


 En la serena y tibia mañana del viernes 21 de marzo, en Villa de las Bendiciones, dónde el tiempo parecía detenerse. La naturaleza danzaba al compás del canto celestial de los pájaros de colores, mientras Kike despertaba exactamente a las 6:21 a. m. Aún resonaban en su mente las palabras que había escrito cinco horas atrás en su blog: Martes de Encuentros y Despedidas: Un Viaje de Voluntad y Destino.

Kike se levantó, meditó y dejó que los recuerdos del día anterior lo envolvieran. El jueves había trotado hasta Silvania para hacer unas compras. Como era su costumbre, entró en la iglesia a orar y encomendarse a Dios. Recordó a un actor norteamericano que solía experimentar una paz profunda al ingresar a un templo. Kike se ubicó frente a la imagen de María Auxiliadora y cerró los ojos. La iglesia estaba vacía; era el momento perfecto para sumergirse en el silencio infinito.


Tras nueve minutos de introspección, el sonido de unos pasos irrumpió la quietud. Un leve escalofrío recorrió su espalda cuando vio al padre Argelino aparecer de la nada. Con respeto, se acercó y le pidió su bendición. Al recibirla, una oleada de paz lo envolvió. El padre lo miró con curiosidad y Kike sintió el impulso de contarle sobre su libro. El sacerdote lo escuchó con atención y lo felicitó por su valentía. Kike, entusiasmado, compartió con él una oración nacida de su inspiración:

"Gracias, Dios mío, por darme sabiduría e inteligencia para escribir con acierto historias que inspiran al mundo; donde expreso la verdad de mi alma con claridad y convicción, inspirando a los demás".

El padre, conmovido, le aseguró: "Vas a llegar muy lejos, Kike. Conserva esa humildad y fe inquebrantable. Dios está a tu lado".

Kike salió de la iglesia lleno de energía, pero al recordar que no se había tomado una foto con el sacerdote, volvió sobre sus pasos. Al entrar de nuevo, sintió un nudo en la garganta: el padre Argelino había desaparecido. Como si nunca hubiese estado allí. Aturdido, decidió tomar una foto junto a la imagen de María Auxiliadora. Algo en su corazón le decía que esa bendición misteriosa lo acompañaría siempre.

La mañana continuó con buenas noticias. Llamó a su hermano para coordinar el envío de su libro, y sorprendentemente, varios amigos se comunicaron con él para felicitarlo por su nueva publicación. Su amigo de Medellín incluso le envió un audio informándole que ya había recibido los cuatro ejemplares. Todo fluía de manera inexplicable. A pesar de los momentos difíciles, sintió con certeza que Dios estaba con él.

Aquella tarde, Kike recibió cinco colinos de parte de doña Nelly, presidenta de la junta, enviados por don Wilson. Tres de ellos los plantaría en su casa y dos en la huerta comunal, como muestra de gratitud hacia sus vecinos que lo apoyaban en su travesía literaria.

La soledad reinaba en la Villa de las Bendiciones, pues su vecino Carlos Vera y su familia habían partido de viaje. Sin embargo, la calma pronto sería interrumpida. En los siguientes dos días, el destino le tenía preparadas grandes sorpresas a Kike.

¿Qué misterios lo aguardarían el sábado y el domingo?...

Esta historia continuará.

Tras nueve minutos de introspección, el sonido de unos pasos irrumpió la quietud. Un leve escalofrío recorrió su espalda cuando vio al padre Argelino aparecer de la nada. Con respeto, se acercó y le pidió su bendición. Al recibirla, una oleada de paz lo envolvió. El padre lo miró con curiosidad y Kike sintió el impulso de contarle sobre su libro. El sacerdote lo escuchó con atención y lo felicitó por su valentía. Kike, entusiasmado, compartió con él una oración nacida de su inspiración:

"Gracias, Dios mío, por darme sabiduría e inteligencia para escribir con acierto historias que inspiran al mundo; donde expreso la verdad de mi alma con claridad y convicción, inspirando a los demás".

El padre, conmovido, le aseguró: "Vas a llegar muy lejos, Kike. Conserva esa humildad y fe inquebrantable. Dios está a tu lado".

Kike salió de la iglesia lleno de energía, pero al recordar que no se había tomado una foto con el sacerdote, volvió sobre sus pasos. Al entrar de nuevo, sintió un nudo en la garganta: el padre Argelino había desaparecido. Como si nunca hubiese estado allí. Aturdido, decidió tomar una foto junto a la imagen de María Auxiliadora. Algo en su corazón le decía que esa bendición misteriosa lo acompañaría siempre.

La mañana continuó con buenas noticias. Llamó a su hermano para coordinar el envío de su libro, y sorprendentemente, varios amigos se comunicaron con él para felicitarlo por su nueva publicación. Su amigo de Medellín incluso le envió un audio informándole que ya había recibido los cuatro ejemplares. Todo fluía de manera inexplicable. A pesar de los momentos difíciles, sintió con certeza que Dios estaba con él.

Aquella tarde, Kike recibió cinco colinos de parte de doña Nelly, presidenta de la junta, enviados por don Wilson. Tres de ellos los plantaría en su casa y dos en la huerta comunal, como muestra de gratitud hacia sus vecinos que lo apoyaban en su travesía literaria.

La soledad reinaba en la Villa de las Bendiciones, pues su vecino Carlos Vera y su familia habían partido de viaje. Sin embargo, la calma pronto sería interrumpida. En los siguientes dos días, el destino le tenía preparadas grandes sorpresas a Kike.

¿Qué misterios lo aguardarían el sábado y el domingo?...

Esta historia continuará.

miércoles, 29 de enero de 2025

#El Corredor Descalzo: La Carrera del Alma


 Era un amanecer frío en Bogotá, el 21 de noviembre. A las 4:41 a.m., Kike despertó con el alma encendida y la mente enfocada. La noche había sido corta, pero la energía que sentía en su interior lo hacía sentir invencible. Hoy no era un día cualquiera; era el día en que desafiaría no solo su cuerpo, sino las creencias de todos los que presenciaran su hazaña. En el Parque Simón Bolívar, lo esperaba el Campeonato Nacional de Media Maratón, y él, con su espíritu indomable, había decidido correr descalzo.

Representando al Club Atlético Máster ADES, Kike tenía una rutina casi sagrada. Se levantó, oró con devoción, rezó el rosario y la novena, leyó algunos versículos de la Biblia y escribió sus objetivos del día. Como cada mañana, hizo yoga y ejercicios de fortalecimiento, aunque hoy, por ser día de competencia, con baja intensidad. Se hidrató y tomó su dosis de Biocros. A las 6:15 a.m., el cielo comenzó a teñirse de azul intenso, anunciando un día soleado y lleno de promesas. Se despidió de Linda, su fiel compañera, y salió rumbo al Parque Simón Bolívar.

Abordó un Transmilenio y, mientras observaba la ciudad despertar, recordó el desafío que lo había llevado hasta este momento. Un año atrás, la pandemia lo había obligado a cambiar su forma de entrenar. Acostumbrado a correr libremente por calles y pistas, se sintió atrapado en la monotonía del encierro. Decidió comprar una trotadora nueva y unas zapatillas, pero entonces, Jefferson, su amigo y mentor, le sugirió algo impensado: entrenar descalzo. Al principio, la idea le pareció absurda, pero al investigar los beneficios del running minimalista, descubrió que fortalecía los músculos, mejoraba la postura y reducía el riesgo de lesiones. Con disciplina y determinación, empezó a correr en la trotadora hasta alcanzar 55 km sin calzado.

Cuando la pandemia terminó, salió a la calle decidido a desafiar la mirada escéptica de los transeúntes. Lo señalaban, lo miraban con curiosidad, pero Kike nunca se detuvo. Se propuso demostrar que los límites solo existen en la mente. Participó en la Carrera de Monserrate descalzo y obtuvo el tercer lugar. Su convicción se volvió inquebrantable.

Ahora, mientras descendía en la estación El Tiempo, su corazón latía con fuerza. La emoción y la adrenalina lo inundaban. Se dirigió trotando al punto de salida y, al llegar, saludó a sus compañeros del club. La carrera estaba a punto de comenzar. Se darían seis vueltas al Parque Simón Bolívar, iniciando y finalizando en la pista de la Unidad Deportiva El Salitre. El disparo de salida resonó como un trueno, y la multitud rugió. Kike comenzó con un ritmo calmado, sintiendo cada paso como una conexión con la tierra, como si el pavimento le transmitiera su propia energía



.A su lado, su compañera Adriana Mora corría con un ritmo feroz. Se retaban mutuamente, empujándose más allá de sus límites. Cada zancada era un peldaño en su escalera hacia el éxito. Sin embargo, no todo era perfecto. Al pasar por la Calle 53, sintió las pequeñas piedras clavarse en la planta de sus pies. Un dolor agudo lo obligó a bajar el ritmo. Pero Kike no era alguien que se rendía. En cada vuelta, aceptaba el dolor, lo transformaba en motivación y seguía adelante.

Cuando la última vuelta llegó, Kike apretó los dientes, ignoró el ardor en sus pies y aceleró. Cruzó la meta con los brazos en alto, sintiendo la victoria en su piel y en su alma. No importaba en qué puesto había llegado; su triunfo era haber cumplido su promesa, haber demostrado que la fe en uno mismo y en Dios puede superar cualquier obstáculo. Las gradas estallaron en aplausos. La gente, que al principio lo había visto con incredulidad, ahora lo aclamaba con admiración. Kike sonrió. Había logrado lo imposible.

Esta historia nos enseña que los sueños no se alcanzan siguiendo el camino marcado, sino creando uno propio. Que la fe inquebrantable nos lleva a superar cualquier barrera y que Dios nos hizo únicos para hacer cosas extraordinarias. Kike no solo corrió descalzo; corrió con el alma, con la convicción de que el verdadero éxito está en atreverse a ser diferente.



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