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miércoles, 18 de diciembre de 2024

#"El Regreso del Colibrí"


Cuando Maryi llegó a Armenia, lo hizo con una mezcla de esperanza y temor. El apartamento en el cuarto piso, ubicado a 20 minutos del centro, era un espacio nuevo para construir su vida. Su madre, siempre su apoyo incondicional, la acompañó durante el primer fin de semana. Al ver que Maryi parecía adaptarse, se despidió tranquila, confiando en que todo iría bien.

Los días iniciales fueron prometedores, pero la rutina pronto empezó a desgastar a Maryi. Cada jornada comenzaba a las 4 de la mañana, preparando desayuno y almuerzo antes de que él partiera al trabajo. Después, volvía a acostarse, cuidaba de los niños, hacía los oficios, y aguardaba su regreso como única fuente de compañía. Su vida se había convertido en un ciclo interminable de tareas, silencio y soledad.

La tristeza por no poder aportar económicamente se volvió una sombra constante. Maryi veía cómo él cargaba con toda la responsabilidad, y la impotencia se transformó en un estrés que los llevó a frecuentes discusiones. La relación, antes fuerte, parecía desmoronarse lentamente. Finalmente, un día, tras una discusión particularmente dolorosa, Maryi tomó a los niños y volvió a la casa de su madre.

Cuando él llegó al apartamento y lo encontró vacío, el impacto fue devastador. Comenzó a llamarla insistentemente, rogándole que reconsiderara. También buscó ayuda de su suegra y padrastro, pero Maryi se había cerrado en sus emociones. Todo lo que deseaba era empezar de nuevo, lejos de los problemas que la asfixiaban.

Sin embargo, mientras pasaban los días, algo comenzó a cambiar. Una mañana, desde el balcón de la casa de su madre, Maryi observó un colibrí que revoloteaba frente a ella. El pequeño pájaro, con plumas que parecían tejidas con los colores del arcoíris, la miró fijamente. En su mirada, Maryi sintió un mensaje profundo, como si aquel colibrí trajera una respuesta que su corazón necesitaba.

Esa noche, los niños comenzaron a hablar de cuánto extrañaban a su padre. Sus palabras, unidas a la imagen del colibrí, despertaron en Maryi una certeza: había amor, y donde había amor, había esperanza.

Decidió regresar, pero esta vez lo haría con un nuevo comienzo en mente. Su madre tenía una perra rottweiler que recientemente había tenido una camada de 11 cachorros. Uno de ellos, una pequeña perrita, capturó el corazón de Maryi y se convirtió en su nueva compañera de viaje. Cuando llegó de nuevo a Armenia, la familia la recibió con emoción, incluida la gatica que ya vivía en el apartamento.

La separación, aunque dolorosa, había servido para que ambos entendieran el valor de su relación. Aprendieron que, incluso en los momentos más difíciles, ceder un poco de orgullo y recordar lo que los une es esencial para seguir adelante.

Mientras decoraban la casa para la Navidad, Maryi vio al colibrí regresar al balcón. Esta vez no estaba solo; otro colibrí revoloteaba a su lado. Los observó con el corazón lleno de gratitud, comprendiendo que aquel pequeño mensajero había sido un símbolo de renovación y esperanza.

La historia de Maryi no terminaba allí. Ahora, con una familia más fuerte y la magia de los colibríes en su vida, sabía que cada día traería nuevas aventuras y lecciones. 

Esta historia, continuara....

miércoles, 11 de diciembre de 2024

# El Camino del Escritor: La Caja de los Sueños

Eran las 18:09 cuando el cielo de Silvania se encendía con un atardecer de fuego. Kike, en su acogedora casa de campo, escribía con esmero sus afirmaciones positivas bajo la luz dorada que se filtraba por las cortinas. Afuera, el aire olía a tierra fresca tras una jornada en el huerto, donde había cavado tres huecos para sembrar plantas de plátano.

De repente, el celular interrumpió la calma. Al otro lado de la línea, una voz cortés le anunció que un paquete aguardaba por él. "¿Será posible?" pensó Kike. Recordaba que la editora Letrame en España le habían prometido enviar 15 libros, los primeros ejemplares de su obra publicada: Historias que Inspiran la Imaginación: Relatos mágicos que conectan sueños y realidad.

La emoción lo invadió. Se calzó apresurado unas zapatillas, un bluyín y una camiseta. Con el corazón latiendo al compás de sus pasos, salió corriendo hacia la Virgen, un punto de encuentro a 600 metros de su casa. Pero el destino tenía otros planes: a 200 metros de su destino, el celular volvió a sonar. Entre el nerviosismo y el movimiento, Kike perdió la llamada.

Devolvió el llamado y escuchó la voz del mensajero impaciente:
—Estoy esperándolo.
—¡Estoy cerca! ¡Espéreme! —respondió Kike, acelerando el paso.

El puente peatonal estaba en demolición, bloqueando el camino. Con determinación, Kike improvisó una ruta: subió por una pendiente rocosa, esquivó un camión y cruzó la carretera con precisión milimétrica para evitar una moto que rugía a toda velocidad. Finalmente, dobló por un atajo y allí, en una esquina, divisó al mensajero con la caja en sus manos.

Al recibirla, su corazón latía como tambor. Firmó el comprobante y, con manos temblorosas, abrió la caja justo allí, bajo el cielo que comenzaba a teñirse de azul profundo. Los libros estaban ahí. Sus libros. La emoción lo desbordó, y al mostrar uno al mensajero, dijo con lágrimas en los ojos:
—Hoy soy el hombre más feliz del mundo. Este es mi primer libro: Historias que Inspiran la Imaginación.

El mensajero sonrió con sinceridad.
—Lo felicito de corazón. Estoy seguro de que este es solo el comienzo de algo grande.

De regreso a casa, Kike encontró a un vecino curioso, don Gabriel, quien no pudo evitar preguntar por su felicidad evidente.
—Escribí mi primer libro, ¡y aquí está! —le respondió, mostrando uno de los ejemplares con orgullo.

Gabriel lo felicitó y prometió visitarlo para saber más sobre la obra. Luego, un paisita conocido le ofreció llevarlo en su campero. Durante el trayecto, Kike compartió brevemente de qué trataba su libro, despertando el interés del conductor, quien prometió buscarlo pronto.

Ya en casa, Kike entró sigilosamente para sorprender a Linda, su compañera de vida. Dejó la caja en un rincón, sacó un ejemplar y, al verla bajar las escaleras, le pidió que cerrara los ojos.
—Ahora ábrelos.

Linda contempló el libro y sonrió con los ojos iluminados. Kike, aún sobrecogido, intentó compartir la noticia con su amigo Wilson, pero algo lo detuvo. Necesitaba procesar este momento en silencio. Hizo yoga, meditó y escribió en su diario, dejando que las emociones fluyeran. Luego, alzó una taza de café junto a Linda, brindando por el futuro.

Esa noche, Kike reafirmó un propósito que había rondado su mente: escribir sería su misión, su forma de transformar el mundo y de agradecerle a Dios y al Universo por haber orquestado sus sueños.

En la soledad de Silvania, rodeado de naturaleza y de personas sencillas, Kike había descubierto su genio literario. Había vivido momentos difíciles, pero con fe en Dios y en sí mismo, logró lo imposible. Ahora, con su segundo sueño cumplido, dejó el tercero en manos del destino, confiado en que el Universo conspiraría a su favor una vez más.

 

martes, 3 de diciembre de 2024

#Un Amanecer con Kike: Entre Temores y Triunfos

 

Eran las 3:42 am en un paraíso tropical llamado Silvania cuando Kike abrió los ojos. La penumbra de la madrugada envolvía su habitación como un manto de calma, y el silencio era interrumpido solo por el leve zumbido de su celular. Al desbloquearlo, notó un mensaje de un diseñador gráfico en España. El mensaje le pedía crear una frase para el Bookplay de una obra.

Kike no se apresuró. Guardó el celular con la serenidad de quien confía en el flujo de la vida. Sabía que las grandes ideas nacen en momentos de conexión interior. Se incorporó y comenzó su ritual diario: meditación profunda, respiraciones conscientes y visualización de sus metas. Mientras agradecía al Universo, recordó una enseñanza recibida el día anterior durante una conferencia en el Ácora de Bogotá.

El consultor César Sánchez había citado al chef peruano Gastón Acurio:
"El cocinero que no divulga sus recetas está condenado a desaparecer."

Esa frase resonó en Kike como un eco poderoso. Reflexionó sobre su significado y decidió que, algún día, él también compartiría su camino y evolución personal con quienes lo rodeaban. Este compromiso no era solo con el mundo, sino consigo mismo. Sabía que, aunque le quedaba un largo trecho por recorrer, poseía la determinación y la disciplina necesarias para alcanzar sus sueños.

Tras su meditación, Kike se sentó en su escritorio y comenzó a trabajar en la frase solicitada. Su mente divagaba entre ideas, mientras su corazón buscaba el mensaje perfecto. Después de hora y media de esfuerzo creativo, finalmente dio con las palabras precisas: una combinación de inspiración y autenticidad que cristalizó la esencia de la obra que le habían encargado.

Sin embargo, el día no transcurría sin desafíos. Cerca de las 11:00 am, mientras disfrutaba de su desayuno, un sentimiento oscuro le invadió el pecho. Una situación dolorosa con un ser querido retumbó en su interior como un eco cruel. Era un dolor agudo, como si una piedra dura se alojara en su corazón, acompañado por la punzada invisible de la decepción.

Por un instante, Kike sintió que iba a rendirse. Se recostó en su cama, buscando refugio en el silencio de su mente. Pero en lugar de hundirse en la desesperación, recurrió nuevamente a su práctica. Cerró los ojos, respiró profundamente y dirigió su atención al dolor, como si lo observase desde la distancia. Visualizó aquella piedra que lentamente se desmoronaba y el puñal que, con cada exhalación, se retiraba suavemente de su pecho.

Con renovado alivio, Kike dejó ir la situación. Confió en que Dios y el Universo se encargarían de equilibrar aquello que estaba fuera de su control. Se levantó con determinación, prometiéndose monitorear sus emociones y cuidar su equilibrio interno.

Esta experiencia no solo le permitió superar su momento de debilidad, sino que también reafirmó su compromiso con el autoconocimiento. Cada día, Kike se nutría de disciplina, aprendizajes y congruencia, recordándose que las dificultades no son más que escalones hacia un crecimiento mayor.

Lecciones para la Vida

La historia de Kike nos enseña que el autoconocimiento y la disciplina son nuestras mejores herramientas para enfrentar los temores. Según la ciencia, prácticas como la meditación y la autoobservación activan el sistema nervioso parasimpático, reduciendo el estrés y promoviendo una mayor claridad mental. Además, el aprendizaje continuo y la búsqueda de mentores nos brindan el faro que ilumina el camino hacia nuestras metas.

Cada obstáculo es una oportunidad para crecer, y cada desafío, una invitación a confiar en el poder del Universo. Así, como Kike, todos podemos enfrentarnos a las tormentas internas y emerger más fuertes, con un corazón dispuesto a compartir nuestras "recetas" con el mundo.

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