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domingo, 13 de julio de 2025

#"El Tintico Mágico y la Profecía del 1%"

Érase un martes 8 de julio en un lugar apartado de Colombia, donde el tiempo parece detenerse y donde nada extraordinario es imposible. Ese lugar, que parece sacado de un sueño, se llama Villa de las Bendiciones, en Silvania.

Marcaban las 1:08 a. m. cuando Kike despertó sobresaltado de un sueño profundo. En su mente retumbaba una frase como un eco sagrado:
—Hoy seré 1% mejor que ayer... y mañana seré 1% mejor que hoy.
Aunque solo había dormido tres horas —se había acostado exactamente a las 10:08 p. m.— sentía que había descansado una eternidad. Intentó conciliar el sueño de nuevo, pero los pensamientos lo arrastraban como un río desbordado. Entonces, comprendió que debía ponerse en acción.

Bajó a la sala en silencio y, como si lo guiara una fuerza invisible, se sumergió durante hora y media en la lectura. “¿Qué mejor libro que ‘Vivir para contarla’ de Gabriel García Márquez?”, pensó mientras pasaba las páginas. En ese viaje literario, se reencontró con los pasajes no lineales de la vida del Nobel colombiano, desde su infancia en Aracataca hasta su viaje a Ginebra en 1955, reconociendo en sus líneas la fuerza de una vocación irrenunciable.

Cuando el reloj marcó las 2:34 a. m., el sueño volvió a envolverlo. Descansó hasta las 4:05 a. m., momento en el que se levantó a preparar tintos y aromáticas. Luego, hizo yoga y ejercicios de fortalecimiento; cargar los termos, que pesaban alrededor de 7 kilos, era para él una prueba física y espiritual. Soñaba con un vehículo especial que le permitiera transportar sus productos, y estaba convencido de que ese “carro mágico” llegaría al día siguiente desde Bogotá.

A las 5:31 a. m. partió rumbo al Hospital Ismael Silva. Su misión: vender tapabocas, tintos, aromáticas, almojábanas, corazones de chocolate, maní y huevos cocidos. Kike estaba comprometido con recuperar la inversión de la edición de su primer libro, Historias que Inspiran la Imaginación, a través de la venta de tintos. Agradecía a la Divina Providencia por haberle puesto en el camino a don Wilson, su socio y apoyo en el emprendimiento, con quien podía sostener su hogar y cumplir con sus obligaciones.

Terminó su jornada en el hospital hacia las 9:00 a. m. Luego pasó a la plaza a recargar los termos y comenzó su recorrido por las calles de Silvania. Fue entonces cuando ocurrió el inesperado encuentro que marcaría el día.

Al llegar al local de don Carlos Domínguez —quien es un gran emprendedor de un almacén de mascotas donde bañan perros y venden productos veterinarios— Kike notó, como siempre, ese amor incondicional hacia los animales. Carlos ya le había abonado la mitad del valor de un ejemplar del libro, y Kike había prometido entregárselo al día siguiente. Pero esta vez, Carlos lo recibió con una sonrisa brillante y una propuesta inesperada:

Te consigné el restante del libro. ¿Me lo puedes traer esta tarde con dedicatoria y autógrafo para mí y mi hija Salomé?
¡Con gusto, don Carlos! —respondió Kike, emocionado—. ¿Cuál es tu emprendimiento actual?
Soy zootecnista y concejal de Silvania —dijo con orgullo—. Y me encantaría tomarnos una foto con el libro y grabarte un video.

Kike, algo sorprendido, replicó:

Hoy estoy de ropa de trabajo, no venía preparado.
No importa, Kike. Así, tal como eres, está perfecto. Quiero mostrarle al mundo que el escritor también es un guerrero de las calles. Subiré las fotos y el video este fin de semana a mis redes sociales. Quiero que Silvania, Colombia y el mundo te conozcan. Que todos te apoyen comprando tu libro y tus productos. Tú lo mereces.




Y así fue. Grabaron el video. Kike expuso su libro, contó qué lo había inspirado a escribirlo, cuánto tiempo llevaba viviendo en Silvania y cómo había nacido la idea del 1% mejor cada día. Don Carlos escuchaba con atención, con los ojos brillantes.

Después del encuentro, Kike continuó su ruta, volvió a Villa de las Bendiciones y allí lo esperaba Linda con un desayuno lleno de amor. Mientras tomaba el primer sorbo de tinto, escribió con dedicación la siguiente dedicatoria:

Dedicatoria especial para Carlos Domínguez y su hija Salomé

Con gratitud sincera y profundo aprecio, dedico estas palabras a ti, Carlos Domínguez, gran amigo, ser humano inigualable y ejemplo de compromiso con el bienestar de los demás.

Destacado zootecnista, cuya admirable labor en favor de los animales es digna de respeto, y concejal del municipio de Silvania, donde tu vocación de servicio se refleja en cada acción orientada al progreso de nuestra comunidad.

Gracias por apoyar mi camino como escritor adquiriendo un ejemplar de mi primera obra, Historias que Inspiran la Imaginación, y por difundirlo con generosidad en tus redes sociales. Ese gesto habla de tu grandeza y de tu constante disposición a apoyar los sueños de quienes te rodean.

Que este libro sea una fuente de inspiración para ti y para tu querida hija Salomé, recordándoles que, con voluntad y pasión, siempre podemos ser un 1% mejores cada día.

Con admiración y afecto,
Jaime Humberto Sanabria
Villa de las Bendiciones, Silvania – Colombia
Julio 2025

Aquella tarde, Kike entregó el libro a don Carlos con alegría. Terminó su jornada vendiendo tintos por las calles de Silvania hasta las 7:02 p. m. Exhausto pero satisfecho, regresó a casa, almorzó tarde y se dio una merecida ducha fría. Mientras el agua corría por su cuerpo, pensaba:
“Hoy Dios me puso otro ángel en el camino.”

Ese ángel se llamaba Carlos Domínguez, un concejal honesto e influyente que había decidido hacer resonar el mensaje de su primer libro y abrirle el camino para el segundo.

Pero quedaban aún preguntas flotando en el aire de Silvania como hojas al viento:

¿Se cumplirían las expectativas de Kike con el nuevo carro mágico que llegaría desde Bogotá?
¿Lograría duplicar sus ventas y sumar nuevos productos como el carajillo artesanal?
¿Publicaría don Carlos las fotos y el video aquel fin de semana, haciendo viral el mensaje?

Esta historia continuará...

 

miércoles, 5 de marzo de 2025

# El pacto de los libros y los abuelos olvidados

 

Era una mañana fresca en Villa de las Bendiciones, donde el tiempo parecía detenerse. El amanecer pintaba el cielo de tonos dorados y anaranjados mientras los pájaros de colores revoloteaban alegres, picoteando la ventana de Kike. Eran las 5:58 a.m. del sábado 1 de marzo, y él se levantaba tras una noche de sueño entrecortado. Una molesta neuralgia en su espalda baja lo había acosado sin descanso. Se estiró con dificultad, contemplando la belleza del amanecer, y se dispuso a comenzar su ritual matutino: meditación, ejercicios de respiración, yoga y oración. Aunque el dolor lo limitaba, no permitió que lo venciera. Tenía un día importante por delante: presentar su libro en el Mirador Artístico de Silvania.

Antes de salir, escribió una dedicatoria especial para su padrino, a quien enviaría un ejemplar a Bogotá. La mañana pasó rápido, y a las 12:40 p.m., cargando una maleta con nueve libros y su persistente dolencia, Kike partió. Primero se dirigió a la oficina de envíos, donde apenas alcanzó a despachar el libro antes del cierre. Dada su dificultad para desplazarse, decidió no regresar a casa y avanzó directamente hacia el Mirador Turístico.

El camino de casi un kilómetro se le hizo eterno. El peso de los libros, sumado al dolor en su espalda, lo hacía avanzar con lentitud. Mientras caminaba, repasaba mentalmente su libreto, sintiendo una mezcla de emoción y nerviosismo. Al llegar, 35 minutos antes de lo previsto, se recostó en una pared para descansar y continuar ensayando.

A la 1:50 p.m., un bus de turismo llegó al Mirador, y varias personas descendieron para ingresar. Kike entró tras ellos y fue recibido con cálido afecto por doña Ligia Masmela y su esposo, Germán Pinzón, dueños del lugar. Le ofrecieron un jugo de guayaba fresco, mientras doña Ligia le explicaba que la reunión inicial era de la Fundación Levi, la cual velaba por el bienestar de adultos mayores en situación de vulnerabilidad.

A las 2:16 p.m., la reunión comenzó con una oración del pastor Jorge Mancilla. Luego, la señora Consuelo Céspedes, junto a sus asistentes Karen Panadero y Margarita Alvarado, expuso la crítica situación de la fundación: sin recursos suficientes para mantener a los abuelos, les era difícil ofrecerles atención digna. Conmovidos, los asistentes escuchaban la historia de un abuelo de 111 años, cuya mirada reflejaba toda una vida de sacrificios y soledad.

Kike, sintiéndose impotente ante la situación, se preguntaba cómo podría ayudar cuando apenas sobrevivía con la venta de sus libros. En ese momento, el señor Jairo Bahamón intervino y propuso difundir la causa en redes sociales. Kike, con humor, pensó: “Aquí todos buscan aportes, y yo tratando de vender mis libros. Tal vez vine al lugar equivocado”, y sonrió para sí mismo.

Las intervenciones continuaron, y Elenicer Ruiz, enfermera voluntaria, relató las dificultades de brindar atención a los abuelos sin los recursos adecuados. Fue en ese instante cuando Kike tuvo una revelación: podía ayudar donando el 10% de cada libro vendido a la fundación. La idea lo emocionó. Se levantó de su asiento y buscó a doña Ligia en la cocina, donde ella preparaba el almuerzo. Conmovido, le contó su plan y le pidió que lo anunciara en su nombre.

Doña Ligia regresó a la reunión y pidió la palabra. Con voz firme y emotiva, explicó la propuesta de Kike. Un murmullo de aprobación recorrió la sala antes de estallar en aplausos. La idea había sido recibida con entusiasmo. Kike, a pesar de su agotamiento, se sintió inspirado y finalmente presentó su libro, aunque su lectura fue algo entrecortada por los nervios y el cansancio.



Finalizada la reunión, doña Ligia y su esposo deleitaron a los asistentes con un recital de música colombiana, acompañados de sus guitarras. Kike capturó el momento en un video y transmitió en vivo por Facebook. Luego, se reunieron para compartir una comida: pasta con verduras al vapor, limonada y una exquisita torta de chocolate.

Cuando terminaban, Jairo Bahamón se acercó a Kike y le dijo con una sonrisa: “Te compro un libro”. Kike, sorprendido y agradecido, respondió: “Gracias, don Jairo”. Siguiendo su compromiso, pidió a la asistente de la fundación apartar el 10% como donación.

En ese instante, sintió un renovado propósito. No solo había vendido un libro, sino que también, sin planearlo, había contribuido a una causa noble. Entre risas, abrazos y despedidas, cada quien tomó su camino. Kike, sin embargo, al salir sintió cómo el dolor en su espalda arreciaba. Caminó con esfuerzo hasta Villa de las Bendiciones, donde se entregó al descanso con la confianza de que su cuerpo hallaría la manera de sanar.

El domingo sería un día de recuperación, pero el lunes lo esperaba otra emocionante aventura: la cobertura de la entrega de insumos por parte de la UMATA y la alcaldía. Además, ayudaría a don Wilson. ¿Se recuperaría del dolor sin necesidad de medicamentos?

Esta historia continuará...

miércoles, 4 de diciembre de 2024

#Maryi y el Vuelo del Colibrí

En Bogotá, Maryi sentía que la soledad era como un colibrí revoloteando en su pecho: inquieto, hermoso, pero incompleto. A pesar de su fortaleza, ansiaba compañía, y en medio de esa sensación, un hombre que conoció por las redes sociales se convirtió en su esperanza. Después de meses de mensajes y promesas, finalmente decidieron conocerse en persona. Él llegó desde Alpujarra, Tolima, trayendo consigo la posibilidad de un amor que se había gestado en palabras y sueños compartidos.

Desde el primer instante en que lo vio, Maryi sintió un aleteo en su interior, como si el colibrí en su pecho encontrara dirección. Salieron a comer juntos, y ese mismo día, ella lo llevó a conocer a sus padres. Quería que ellos también vieran en él lo que ella percibía: alguien digno de confianza. Sus hijos, como si también sintieran esa conexión mágica, lo aceptaron de inmediato. Al día siguiente, se despidieron de Bogotá y viajaron juntos a Alpujarra, donde él trabajaba como maestro de obra blanca.

En ese rincón del Tolima, Maryi encontró un nuevo rol: cocinaba para los trabajadores mientras él seguía su labor. Todo parecía fluir con la armonía de un colibrí en pleno vuelo. Pero las cosas cambiaron con la llegada de su suegra, quien desde el principio no la aceptó. Las tensiones se volvieron insostenibles, y Maryi decidió regresar a Bogotá, al refugio de su madre. Quedó a la espera de que él, fiel a sus promesas, la alcanzara. Y así fue: a los 15 días, él llegó, y juntos celebraron una Navidad en familia, llenos de gratitud.

Sin embargo, la estabilidad duró poco. Regresaron a Bogotá, donde él consiguió un trabajo temporal en una empresa de flores. Durante dos meses, lograron mantenerse a flote, pero cuando el contrato terminó, la realidad los empujó a tomar decisiones difíciles. Él partió a Ibagué para trabajar con su padre, mientras Maryi y los niños permanecían en Bogotá. La distancia se convirtió en una prueba más, y cuando su hermana ofreció recibirlos, Maryi y sus hijos viajaron para reencontrarse con él.

Aunque al principio todo parecía volver a su cauce, la convivencia con más familiares trajo conflictos. Decidieron regresar a casa de su madre, buscando un nuevo comienzo. Fue entonces cuando, a través de las redes sociales, encontraron una oportunidad en una finca en el Valle del Cauca. Allí, el vuelo del colibrí parecía haberlos llevado a un paraíso. Pero el aislamiento y las exigencias de la finca comenzaron a pesar. La soledad enfrió su relación, y las discusiones los llevaron a separarse.

Maryi volvió con sus hijos a Bogotá, mientras él se quedó en la finca. Pero como el colibrí que siempre regresa al néctar de la flor, el amor entre ellos pudo más. Una semana después, retomaron su historia, esta vez en Armenia, donde una tía les abrió las puertas de su hogar. Allí, en un humilde refugio, prometieron no rendirse y construir, una vez más, su historia juntos.

Y así, como un colibrí que sigue buscando flores en los caminos más difíciles, Maryi y su pareja emprendieron un nuevo vuelo hacia la esperanza.

Esta historia continuará...

 

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