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lunes, 26 de mayo de 2025

🌄 "El Celular Perdido y el Milagro del Taller de Ángeles" 🌟

Érase un jueves 22 de mayo, en un rincón del mundo donde el tiempo se esconde entre la neblina y los suspiros de la tierra. Un lugar remoto y misterioso, llamado Villa de las Bendiciones en Silvania, donde los amaneceres parecen cuadros pintados por la mano de Dios, y el canto de las cigarras rasga la noche como si fueran heraldos de un secreto ancestral.

A las 3:42 am, Kike abrió los ojos con la certeza de que aquel no sería un día cualquiera. Había aceptado la pérdida de su celular, una herramienta vital, pero también un cofre de memorias y trabajo. Sin embargo, la vida le había enseñado que a veces, perder es solo el primer acto de una gran enseñanza.

Kike se levantó, como cada día, con disciplina y fe. Preparó su ritual matutino: tinto, aromática, vasos, panela molida, y mezcladores. A las 5:22 am, partió de la Villa rumbo al hospital, donde cada mañana vendía tintos y tapabocas con una sonrisa que muchos agradecían en silencio.

A las 5:40 am, la jefe de enfermeras, Sandra, lo llamó para que llevara tinto a sus compañeras. Kike trabajó con alegría hasta las 8:30 am. Luego pasó por la plaza donde don Wilson le dio la noticia: aún no había podido localizar al que encontró el celular, su moto seguía en el taller. Kike, con serenidad, cerró ese capítulo en su mente. Lo perdido, perdido estaba.

“Hoy después del recorrido subo a Fusa a reponer la SIM para el celular viejo,” dijo con decisión.

Apresuró su ruta para ahorrar tiempo. Y entonces, en el último punto del recorrido, llegó al taller de motos. Allí se encontró con un muchacho que acababa de regresar de Bogotá, cargado de repuestos y algo más... cargado de destino.

—¿Cómo te fue en Bogotá? —preguntó Kike.

—Bien, gracias a Dios —respondió el joven, con una expresión que ocultaba algo más profundo.

El muchacho lo miró con un brillo extraño en los ojos y le dijo:

—Te tengo dos noticias... una buena y una mala. ¿Por cuál empezamos?

Kike sonrió, ya curtido por la vida:

—Por la mala, la buena siempre amortigua.

El joven respiró hondo:

—La mala es que el rescate cuesta $100.000...

Kike abrió grande los ojos, pero no de preocupación, sino de esperanza:

—¡No importa, mi hermano! Vendí un libro y con la venta de los tintos lo completo.

—¿Y la buena? —preguntó, como quien espera un regalo del universo.

El muchacho abrió lentamente una vitrina, como si revelara un tesoro sagrado. Sacó un celular y se lo mostró:

—La buena es que aquí tienes tu celular... revisa si es el tuyo.

Kike lo tomó entre las manos temblorosas. Era su celular. Era SU celular. Sentía que las lágrimas le querían brotar, pero el alma se le desbordó primero.

—¡Sí, es mío! Gracias, de verdad... dime cuánto más te debo.

—Nada, Kike. El celular es tuyo, como debe ser. El rescate lo asumo yo. En esta empresa nada ajeno se pierde. La persona que lo encontró no actuó bien, y por eso ya no hace parte de nuestro equipo.

—Pues hoy no te cobro los tintos —dijo Kike, conmovido.

—No, hermano —respondió el muchacho—. Ese es tu trabajo, y merece respeto. Te los pago con gusto.

Kike lo abrazó como si abrazara al destino. No era un simple mecánico. Era un ángel con grasa en las manos y luz en el corazón.

Salió del taller rumbo a la Villa de las Bendiciones. Miró al cielo con gratitud. Sentía que Dios le había devuelto más que un celular: le había devuelto la fe en la gente, en los gestos nobles, en los milagros cotidianos.

Aquel día, no hubo viaje a Fusa. Desayunó con Linda, quien se sorprendió al verlo entrar con el celular en la mano. Más tarde, en la plaza, don Wilson y la ingeniera Martha lo felicitaron por su milagro. Le tenían sopa de verdura, ensalada y limonada. Una comida sencilla, pero con sabor a celebración celestial.

Al regresar en la noche, Linda le tenía listo un almuerzo de lenteja, arroz, papa y pollo, acompañado de Kola y Pola. Ese jueves no era uno más. Era el jueves en que lo perdido regresó como un regalo divino.

Kike, con el alma rebosante, se propuso escribirlo todo. Que esta historia no quedara en el olvido, sino que sirviera como prueba de que los milagros existen... y a veces llevan buzos manchados de aceite.

Y al día siguiente, en el Café Zeratema, un nuevo capítulo se escribiría con la llegada de un enigmático profesor.

¿Quién sería ese hombre que el destino le traía?

Esta historia… continuará.

 

martes, 11 de marzo de 2025

"El Salto Cuántico de Kike: Entre Sueños y Desafíos"


 El lunes 10 de marzo amaneció con un brillo especial en Villa de las Bendiciones. A las 5:40 a.m., el sol asomaba tímidamente en el horizonte, mientras Kike despertaba sobresaltado de un sueño inquietante: se veía a sí mismo ante un público numeroso, luchando por encontrar las palabras correctas. El miedo a improvisar lo paralizaba, y la ansiedad le recorría el cuerpo como una tormenta interna. Al despertar, su mente seguía enredada en aquel sueño… ¿Era un presagio? ¿Un llamado? ¿Una prueba?

Se sentó en la cama, aún con el eco de sus pensamientos resonando en su interior. "Las personas que me rodean creen en mí, me motivan con sus palabras… ¿Pero cómo hacer que mi libro y mis blogs lleguen a millones de personas?". La pregunta pesaba en su alma. No había sido fácil este camino de escritor, pero escribir con verdad y pasión era su destino. Pensó en García Márquez, en sus días de penuria escribiendo Cien años de soledad, en su lucha y en la recompensa del destino.

Pero ahora, Kike se sentía solo, terriblemente solo. La editora había hecho su trabajo subiéndolo a las plataformas, pero ante el mar de libros que se publicaban cada día, su historia corría el riesgo de perderse en la inmensidad. ¿Cómo hacerlo visible? Las respuestas no llegaban, solo las tentaciones de pagar publicidad en redes, propuestas efímeras que exigían inversión. Él no podía darse ese lujo todavía.

Respiró hondo. No se rendiría. Se aferró a la pequeña luz de esperanza: Consuelito, su amiga en Nueva York, le había prometido que compraría el libro en Amazon y lo recomendaría en su círculo de amigos. Carlos Mayorga, un apasionado lector de eBooks, también se comprometió a adquirirlo y difundirlo. Ferchito, Carmencita, Don Manuel, Don Diego, Juan Carlos, Doña Ligia… todos ellos lo apoyaban sin que él siquiera se los pidiera. Celmira lo compartía en sus estados, expandiendo su mensaje. Había esperanza.

Esa mañana, Kike oró por esas personas que lo apoyaban y decidió tomar acción. Durante dos horas, llamó a todos sus contactos. La mayoría de las respuestas fueron un sí. Logró vender tres ejemplares más.

  • El primero a Don Ramiro, un empresario e ingeniero en electrónica, quien además era corredor junto a su esposa.
  • El segundo a Lisa y Camilo, amigos de carreras atléticas que entrenaban en Bogotá.
  • El tercero a Don Andrés, un ingeniero en telecomunicaciones que admiraba su estilo evocador y poético.

A las 3:00 p.m., salió trotando con los tres libros en su mochila. La oficina de mensajería estaba lejos, pero el sudor y el esfuerzo eran parte de su lucha. Luego, decidió buscar la Fundación Levi, a tres kilómetros de distancia, pero no encontró la dirección. Llamó, nadie respondió. El cielo se oscureció. Las gotas gruesas comenzaron a caer.

Sintió la adrenalina recorrer su cuerpo, aceleró el paso, sintiendo que la tormenta lo acechaba. Trotó con fuerza, desafió la lluvia, y al llegar a casa, un aguacero se desató con furia. Se hidrató, almorzó y, sin descanso, escribió dos blogs más.

La noche avanzó sin piedad. Cuando se dio cuenta, eran las 1:30 a.m. Exhausto pero satisfecho, se sumergió en el sueño, con la certeza de que había dado un paso más.

¿Qué le depararía el martes a Kike? ¿Quiénes más lo apoyarían? ¿Se abriría una puerta inesperada?

Esta historia continuará…

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