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lunes, 2 de junio de 2025

# “El Tinto del Destino y la Providencia”


 Era un viernes 23 de mayo, en un rincón encantado del mundo donde el tiempo se esconde entre la neblina de los suspiros de la tierra: Villa de las Bendiciones, Silvania, un lugar donde los amaneceres parecen cuadros pintados por la mano de Dios, y el canto de las cigarras rompe la noche como un eco de secretos antiguos.

A las 3:42 de la madrugada, Kike abrió los ojos con una certeza extraña: ese no sería un día cualquiera. A pesar de no saber qué le esperaba, confiaba. La vida le había enseñado, con pruebas tan duras como la pérdida de su celular, que todo lo que se suelta con fe, regresa con bendición. Desde entonces, había forjado dentro de sí una fe inquebrantable, esa que nace de tocar fondo y descubrir que siempre hay una mano invisible sosteniéndote.

Se levantó como de costumbre, con la disciplina de un alma guerrera: oración, meditación, ejercicios de fortalecimiento mientras cargaba el celular de Juanpis, todo acompañado del aroma del tinto y una aromática que preparaba con amor para su jornada de ventas. A las 5:10 a.m., vestido con su mejor presentación, salió rumbo al Hospital Ismael Silva. Ese día, sus tintos volaron como bendiciones líquidas: fue una mañana de ventas exitosas y de espíritus conectados.

A las ocho, en la plaza central, se reunió con su socio Wilson García y la ingeniera Marta Poveda. Don Wilson le ofreció unos huevos cocidos y un tinto con sabor a hermandad. Conversaron sobre metas, sueños y caminos por recorrer. Inspirado, Kike continuó su recorrido: famas, veterinarias, supermercados... su nombre empezaba a sonar entre los comerciantes como el del hombre del tinto que llevaba esperanza en cada sorbo.

A las 11:35 a.m., volvió a su hogar en Villa de las Bendiciones, donde Linda, su compañera y guardiana del amor, lo esperaba con un desayuno celestial: changua con huevo, arepa cocida, chocolate espumoso. Tras descansar un poco, ella le preparó de nuevo los termos con ese elixir que solo él sabía convertir en caricia para el alma.


A las 2:30 p.m., retomó su ruta. Pensaba ir a Fusa, pero una voz interior lo hizo quedarse. El universo tenía otros planes. Su recorrido fue más sereno, como si algo estuviera por revelarse. A las 4:23 p.m., cuando subía con sus termos casi vacíos, se cruzó con el profesor Robinson, quien bajaba en mototaxi conversando precisamente... ¡sobre él y su libro!

—¡Sorpresas te da la vida! —pensó Kike al escuchar su nombre desde el mototaxi.

El profesor lo llamó:

¡Kike! Véndeme dos tintos... y dime, ¿llevas ejemplares de tu libro “Historias que Inspiran la Imaginación”?

Con una sonrisa de asombro y gratitud, Kike respondió:

¡Claro que sí, profe! Aquí los tengo.

Véndeme uno, por favor, y hazme una dedicatoria mientras saboreo este tinto.

Kike, sentado en el andén, escribió de corazón unas palabras al maestro mientras este y su conductor disfrutaban la infusión aromática. Tan delicioso les pareció el tinto, que el profesor pidió otro.

—Este tinto está hecho con amor, profe —dijo Kike—. Lleva canela, clavo, anís… y una pizca de fe.

Compartieron un pasabocas, una conversación y una foto con el libro. El conductor, emocionado, le dijo:

Este es el tinto que Silvania merece. Te felicito, Kike. ¡Siempre que te vea, te compro!

Así, Kike sumó un nuevo cliente y una nueva historia. Luego, pasó por el taller de sus amigos Andrés y Juan, quienes, como por arte de magia, le habían recuperado su celular perdido. ¡Todo estaba regresando a su lugar!

Regresó a su hogar al caer la noche. Linda lo esperaba con un almuerzo digno de reyes: fríjoles, plátano maduro, papa salada, carne de cerdo asada y un jugo de tomate de árbol que sabía a cielo. Mientras comían, compartieron las anécdotas de la semana y celebraron los pequeños milagros que la vida, y la fe, les seguían regalando.

Kike descansó un rato. Cuando abrió los ojos, ya era medianoche. Se acostó tranquilo, con una sonrisa de gratitud. En su corazón, la Divina Providencia había vuelto a tocar su puerta: había recuperado su celular… y vendido un libro que, quizás, cambiaría más vidas de las que él imaginaba.

Y aún más le esperaba…

Tenía una cita con el alcalde el jueves 29 de mayo, para presentarle una propuesta que llevaba meses preparando.

Y el viernes siguiente, una llamada sorpresiva desde Soacha cambiaría su rumbo.

¿Quién lo llamaría?
¿Qué propuesta llevaría al alcalde?
¿Qué nuevas bendiciones tejería el destino para Kike?

…Esta historia continuará…

miércoles, 19 de febrero de 2025

#La Madrugada de los Milagros


 Era una madrugada misteriosa del 19 de febrero. El reloj marcaba exactamente las 3:33 a.m. cuando Kike despertó, sintiendo una energía distinta, casi sobrenatural. Un silencio infinito envolvía a Villa de las Bendiciones, un lugar donde el tiempo parecía detenerse y la realidad se fundía con el sueño. Se quedó inmóvil en su cama, con la certeza de que esa no era una noche cualquiera. Algo grande estaba por suceder.

Intentó volver a dormir, pero en su mente resonaban las enseñanzas del maestro Deepak Chopra: “Las primeras horas de la madrugada son sagradas. Lo que pienses y declares en esos minutos iniciales moldeará tu día y tu destino”. Sus palabras se materializaban en la penumbra de su habitación como un eco de conocimiento ancestral.

Kike había cambiado recientemente sus horarios de sueño, acostándose a la medianoche y despertando entre las 5 y 6 de la mañana. Sin embargo, esa noche había sido distinto. Había despertado antes, como si una fuerza invisible lo hubiera llamado a ese instante preciso. Sintiendo que era una oportunidad única, comenzó a recitar sus afirmaciones positivas, aquellas que llevaban un mes transformando su vida de maneras inexplicables. Había leído que la ciencia respaldaba estas prácticas: las palabras que decimos al amanecer influyen directamente en nuestra estructura neuronal y hasta en nuestro ADN.

Mientras meditaba y repetía sus decretos, recordó lo sucedido dos días atrás en Fusagasugá, cuando Luis, un antiguo conocido con quien había tenido diferencias, lo abordó inesperadamente. “Kike, quiero pedirte perdón”, le dijo Luis con voz sincera mientras le compraba su libro. Aquel episodio había sido un milagro en sí mismo, una prueba de cómo sus pensamientos positivos estaban manifestando una nueva realidad. Y no solo eso: su salud era inquebrantable, su fortaleza física y mental eran envidiables, y cada día sentía que su creatividad se expandía como nunca antes.

Recordó a su amiga Hilba Prada, quien trabajaba en una EPS en Bogotá y le había contado cómo llegaban pacientes con fortunas inmensas, dispuestos a darlo todo por un poco de salud. “Tienes un tesoro, Kike. Lo que tú tienes no se compra con dinero”, le había dicho con admiración.

Inspirado, se levantó y comenzó su rutina. Realizó ejercicios de yoga, se hidrató, y cuando menos lo pensó, algo asombroso ocurrió: mientras escribía sus metas y objetivos, sintió que su mano se movía sola, como guiada por una fuerza misteriosa. Las palabras fluían sin esfuerzo, como si alguien más estuviera dictándolas en el aire. Sentía cada célula de su cuerpo vibrar con una energía indescriptible.

Se sumergió en su escritura hasta las 10:00 a.m., completamente inmerso en el presente. Fue un lapso de horas donde el pasado y el futuro dejaron de existir. Entendió que al abandonar el ahora, se generaba una brecha de confusión, temor y ansiedad. Pero en ese momento, Kike era uno con el instante.

Al final de la mañana, con una sensación de plenitud absoluta, se comunicó con seis amigos en Bogotá: Isabel, don Darío, Marcela, Carlos Mayorga, Mery y don Manuel Ríos. Todos lo felicitaron y confirmaron su apoyo para la compra de su primer libro: Historias que Inspiran la Imaginación.

Esa madrugada había sido una revelación. Había descubierto el poder oculto en las horas mágicas y en las palabras sembradas al amanecer. Su meta para el siguiente día estaba clara: expandir el tiempo de presencia y dejar que la magia siguiera fluyendo. Quizás, sólo quizás, la vida le tenía reservados más milagros por descubrir.

.....Esta historia continuará

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