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domingo, 23 de febrero de 2025

#24 Horas de Drama, Aventuras y Emociones en Bogotá: El Viaje de Kike, Primera Parte


 Era un viernes 21 de febrero. El reloj marcaba las 7:20 p.m. desde el mirador del segundo piso en Villa de las Bendiciones, "donde el tiempo parece detenerse". Kike contemplaba el cielo, buscando inspiración. Sabía que aquella noche sería especial: conocería a sus nietos mellizos en Soacha y entregaría unos libros en Bogotá.

El aire estaba impregnado de la fragancia del caballero de la noche, una esencia que siempre lo acompañaba en sus momentos de reflexión. "Extrañaré este aroma", pensó, inhalando profundamente, mientras la brisa nocturna le acariciaba el rostro.

Al salir rumbo al parador Los Carreteros y Choriloco, un expreso Bolivariano se detuvo unos instantes, como si el destino lo estuviera esperando. Subió a bordo a las 7:38 p.m., preguntándose qué nuevas aventuras le depararía el camino. El trayecto fue sorprendentemente rápido, sin trancones, permitiéndole sumirse en una meditación profunda.

A las 8:35 p.m., llegó a Soacha y se dirigió a la casa de su hija Taly. Linda, quien lo recibió, le dio una noticia inquietante: Taly y su esposo Henry habían salido de urgencia a la clínica San Rafael. Ella había sufrido un sangrado tras la cesárea realizada el 13 de febrero, cuando nacieron los mellizos.

Kike sintió su corazón latir con fuerza. Conoció a sus nietos, sintiéndose bendecido por ese regalo de la vida, pero la preocupación empañaba su felicidad. Poco después, Henry llamó para informar que Taly se había desmayado justo al ingresar a urgencias. Kike y Linda se miraron con angustia. Mientras Linda y Yadira, la hermana de Henry, se quedaban a cuidar a los mellizos, él intentó descansar. Meditó, rogando a la Divina Providencia por la salud de su hija.

La noche transcurrió entre incertidumbre y oración. A las 4:59 a.m., tras apenas dos horas y media de sueño, despertó con la actitud de un gladiador dispuesto a enfrentar el día. Se arregló sin la intención de entrenar, pues el agotamiento pesaba sobre él. Linda le preparó el desayuno y, justo cuando se disponía a salir rumbo a Bogotá, el teléfono sonó: era Henry. Con alivio, le comunicó que Taly estaba estable y en observación.

Con el alma un poco más ligera, Kike se despidió de Linda, sus nietos y Yadira. Partió hacia Bogotá con renovada energía. Al llegar, tomó el TransMilenio desde la estación San Mateo hasta la Gran Estación, y luego un SITP hasta el Parque Simón Bolívar. Sus compañeros del Club ADES ya habían terminado de entrenar y se encontraban estirando. Lamentó no haber podido acompañarlos, pero el cariño con el que lo recibieron disipó cualquier pesar.

Yaneth Rivera, presidenta del club, les recordó que el Campeonato Distrital estaba cerca y aprovechó la ocasión para presentar el libro de Kike, "Historias que Inspiran la Imaginación". Con entusiasmo, recomendó su lectura, destacando su encanto y emoción.


Kike compartió su historia con cada integrante. German Arévalo y Maribel adquirieron el libro sin dudarlo, y él les dedicó unas palabras antes de inmortalizar el momento con una fotografía. Luego, Yaneth lo conectó con Luis Aponte, antiguo miembro del club. Juntos, acordaron escribir un libro sobre la historia del Club ADES, un legado de más de 50 años. Para ello, Luis se encargaría de enviar fragmentos sobre su evolución, mientras que Yaneth pediría a los integrantes que compartieran sus relatos para completar la trilogía que Kike tenía en mente.

Entre abrazos, risas y fotografías, la reunión llegó a su fin. Kike se despidió con una energía renovada y partió hacia el barrio Olaya.

¿Qué nuevas aventuras lo esperarían en ese incierto día 22 de febrero?

Esta historia, continuará...



lunes, 10 de febrero de 2025

# "El Guerrero del Asfalto: La Odisea de Kike y su Manada de Leones"

Era un domingo 15 de enero de 2017, en Bogotá. El reloj marcaba las 7:00 a.m., y la ciudad aún bostezaba bajo un manto gris y frío. Para muchos, era una mañana perfecta para seguir envueltos en las cobijas o para recuperarse de los estragos de alguna fiesta de comienzo de año. Pero para Kike y su intrépido grupo del Club ADES, aquella no era una excusa. Cada uno de los más de treinta integrantes era un león guerrero, un corredor con la llama del desafío en sus venas.



Fernando Prieto, Martha, Rosita, Campo Elías, Olga Campos, Martha Vanegas, el Mono Rojas, Jaime Triana, don Octavio, Wilson, Carmencita, Jhonny y muchos más conformaban la manada. Se reunían, como era costumbre, en el Edificio El Tiempo, en la avenida Jiménez con carrera Séptima. Desde allí, iniciaban su travesía dominical por la ciclovía, recorriendo la ciudad en una danza de zancadas y respiraciones profundas.

Entre ellos destacaba Julio César Trejos, amigo de infancia de Kike. El destino los había separado, pero los años los reencontraron en el Club Correcaminos y, posteriormente, en el Club ADES. Julio tenía el don de convocar y organizar entrenamientos que, cada domingo, reunían a decenas de corredores. Siempre con un punto de partida emblemático: la Plaza de Bolívar o el Edificio El Tiempo.

Kike, sin embargo, nunca hacía las cosas como los demás. Mientras sus compañeros llegaban en bus desde distintos rincones de la ciudad, él salía trotando desde su casa en el barrio Olaya antes de las 6:30 a.m. Cinco kilómetros de calentamiento que aumentaban de intensidad conforme avanzaba, para llegar al punto de encuentro sin un ápice de fatiga. Lo miraban con asombro y escepticismo.

—Son 18 kilómetros los que nos esperan —le advertían algunos.

Pero Kike solo sonreía. Para él, el cansancio era un viejo amigo que nunca le impedía ir más allá. Amaba los retos, y su espíritu indomable despertaba la admiración de sus compañeras, quienes no dudaban en tomarse fotos con él. Lo que para algunos eran excentricidades, para él eran rituales de disciplina, pequeños pasos en el camino que lo transformarían en un atleta de alto rendimiento y, con el tiempo, en un escritor que inmortalizaría cada uno de estos momentos.

A las 7:15 a.m., más de treinta corredores comenzaron la travesía, cada uno a su ritmo. Kike se mantuvo en el grupo hasta llegar a la calle 85 con Séptima, donde comenzaba el ascenso que para muchos era un muro infranqueable. Pero para él, era una invitación al éxtasis. Apenas escuchaba la palabra "ascenso", sentía un escalofrío de emoción. Era un escalador nato, un amante de las cumbres.

Mientras otros aminoraban el paso, él aceleraba. Su mirada felina escrutaba la pendiente. Miró hacia atrás, se aseguró de que no vinieran autos, y desató la tormenta. Sus piernas eran dos bólidos devorando la inclinación, adelantando ciclistas, dejando atrás a los que intentaban seguirle el paso. Cuando llegó a la cima, los pulmones le ardían, pero el alma le sonreía. Sus compañeros fueron alcanzándolo poco a poco, algunos jadeando, otros con la satisfacción de haber superado sus propios límites.



Al final, todos se hidrataron, se tomaron fotos y compartieron un desayuno en un restaurante en Patios. Las risas y abrazos sellaron la jornada, y Julio César los citó para la próxima aventura, otro domingo, otro destino, otra historia que contar.

Porque solo cuando nos atrevemos a ser y pensar diferente, logramos hazañas que otros ni siquiera imaginan.

Y tú, ¿qué estarías dispuesto a hacer diferente para marcar la diferencia en la vida de quienes te rodean?

 

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