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lunes, 10 de febrero de 2025

# "El Guerrero del Asfalto: La Odisea de Kike y su Manada de Leones"

Era un domingo 15 de enero de 2017, en Bogotá. El reloj marcaba las 7:00 a.m., y la ciudad aún bostezaba bajo un manto gris y frío. Para muchos, era una mañana perfecta para seguir envueltos en las cobijas o para recuperarse de los estragos de alguna fiesta de comienzo de año. Pero para Kike y su intrépido grupo del Club ADES, aquella no era una excusa. Cada uno de los más de treinta integrantes era un león guerrero, un corredor con la llama del desafío en sus venas.



Fernando Prieto, Martha, Rosita, Campo Elías, Olga Campos, Martha Vanegas, el Mono Rojas, Jaime Triana, don Octavio, Wilson, Carmencita, Jhonny y muchos más conformaban la manada. Se reunían, como era costumbre, en el Edificio El Tiempo, en la avenida Jiménez con carrera Séptima. Desde allí, iniciaban su travesía dominical por la ciclovía, recorriendo la ciudad en una danza de zancadas y respiraciones profundas.

Entre ellos destacaba Julio César Trejos, amigo de infancia de Kike. El destino los había separado, pero los años los reencontraron en el Club Correcaminos y, posteriormente, en el Club ADES. Julio tenía el don de convocar y organizar entrenamientos que, cada domingo, reunían a decenas de corredores. Siempre con un punto de partida emblemático: la Plaza de Bolívar o el Edificio El Tiempo.

Kike, sin embargo, nunca hacía las cosas como los demás. Mientras sus compañeros llegaban en bus desde distintos rincones de la ciudad, él salía trotando desde su casa en el barrio Olaya antes de las 6:30 a.m. Cinco kilómetros de calentamiento que aumentaban de intensidad conforme avanzaba, para llegar al punto de encuentro sin un ápice de fatiga. Lo miraban con asombro y escepticismo.

—Son 18 kilómetros los que nos esperan —le advertían algunos.

Pero Kike solo sonreía. Para él, el cansancio era un viejo amigo que nunca le impedía ir más allá. Amaba los retos, y su espíritu indomable despertaba la admiración de sus compañeras, quienes no dudaban en tomarse fotos con él. Lo que para algunos eran excentricidades, para él eran rituales de disciplina, pequeños pasos en el camino que lo transformarían en un atleta de alto rendimiento y, con el tiempo, en un escritor que inmortalizaría cada uno de estos momentos.

A las 7:15 a.m., más de treinta corredores comenzaron la travesía, cada uno a su ritmo. Kike se mantuvo en el grupo hasta llegar a la calle 85 con Séptima, donde comenzaba el ascenso que para muchos era un muro infranqueable. Pero para él, era una invitación al éxtasis. Apenas escuchaba la palabra "ascenso", sentía un escalofrío de emoción. Era un escalador nato, un amante de las cumbres.

Mientras otros aminoraban el paso, él aceleraba. Su mirada felina escrutaba la pendiente. Miró hacia atrás, se aseguró de que no vinieran autos, y desató la tormenta. Sus piernas eran dos bólidos devorando la inclinación, adelantando ciclistas, dejando atrás a los que intentaban seguirle el paso. Cuando llegó a la cima, los pulmones le ardían, pero el alma le sonreía. Sus compañeros fueron alcanzándolo poco a poco, algunos jadeando, otros con la satisfacción de haber superado sus propios límites.



Al final, todos se hidrataron, se tomaron fotos y compartieron un desayuno en un restaurante en Patios. Las risas y abrazos sellaron la jornada, y Julio César los citó para la próxima aventura, otro domingo, otro destino, otra historia que contar.

Porque solo cuando nos atrevemos a ser y pensar diferente, logramos hazañas que otros ni siquiera imaginan.

Y tú, ¿qué estarías dispuesto a hacer diferente para marcar la diferencia en la vida de quienes te rodean?

 

sábado, 8 de febrero de 2025

# "El Viaje de Kike: Un Día de Encuentros y Destinos"


 Era un jueves 6 de febrero, cuando el sol amaneció entonando su cántico de luz sobre Silvania, tierra de promisión e inspiración. En el parador Choriloco, el aire matinal olía a café fresco y a historias por escribirse. Kike se despidió de Linda con un abrazo cálido. Ella partió hacia la oficina de Interapidisimo de Silvania para enviar dos libros a sus amigos Yaneth Rivera y Gonzalo Jiménez, mientras él abordaba una van del Expreso Bolivariano rumbo a Bogotá.

Kike se sintió lleno de energía, como si la jornada le prometiera sorpresas y enseñanzas. Abrió su ejemplar de "Tónico para el Alma" de Osho y, entre sus páginas, encontró ejercicios de meditación que parecían escritos para él en ese preciso instante. El viaje transcurrió en un parpadeo, y cuando el reloj marcó las 9:40 a. m., ya había llegado a Soacha. En el centro comercial Gran Plaza, se hizo de unas gafas para lectura antes de continuar su travesía en Transmilenio hasta la estación Santander. Desde allí, un transbordo en SITP lo llevó al barrio Olaya, donde esperaba obtener respuestas sobre la presentación de su libro en las ferias de Bogotá. Sin embargo, la jefa de la biblioteca, atrapada en la bruma de la burocracia, no pudo darle información clara. Sabía que, si quería que su sueño se hiciera realidad, tendría que mover influencias y abrirse camino por su cuenta.

Confiando en los vínculos forjados en el tiempo, visitó primero a doña Nohorita, una amiga de años que lo recibió con un abrazo fraterno. Junto a su esposo, Jesús Rincón, le expresaron su alegría por su nuevo libro. Mientras atendía a sus clientes, doña Nohorita habló con orgullo de la magia de Kike para transformar historias en enseñanzas. No dudó en comprarle un ejemplar y Kike le dedicó unas líneas llenas de gratitud:

"A mi entrañable amiga Nohora Rodríguez y su esposo Jesús Rincón, Porque las verdaderas historias no solo se leen, sino que también se sienten, se viven y se comparten..."

Con el corazón ligero y el espíritu enérgico, se dirigió a la óptica de doña Yesni, quien junto a sus hijas Eliana, Catherine e Ivanna, lo recibieron con un cálido abrazo. Entre recuerdos y risas, recordaron los tiempos en que ellas frecuentaban el corresponsal bancario de Kike. Conmovida por la pasión del escritor, Yesni adquirió otro libro, y Kike le dejó una dedicatoria impregnada de inspiración:

"Para mi querida amiga Yesni y sus maravillosas hijas... Que cada historia en este libro encienda en ustedes la chispa de la imaginación y les recuerde que los sueños siempre están al alcance de quien se atreve a creer en ellos..."

Más tarde, en el bullicioso mercado del barrio, saludó a su amiga Ingrid, una emprendedora incansable, quien prometió llamarlo pronto para adquirir su obra. Luego, visitó a Luz Dary Contreras y su esposo Nelson, amigos que, en los momentos difíciles, le habían tendido una mano. Sin dudarlo, ellos también compraron su libro, y Kike les escribió:

"A mis grandes amigos Nelson Aguilera y Luz Dary Contreras, Porque en el camino de la vida y del atletismo, no solo se necesitan fuerzas en las piernas, sino también en el alma..."

Con la satisfacción de haber compartido su mensaje con tres familias más, Kike visitó a sus suegros, donde su cuñada Edith lo sorprendía con un delicioso almuerzo. Entre anécdotas y afecto, le hicieron sentir que su viaje había valido la pena. Su sobrino Miller, en un gesto desinteresado, lo acercó a la estación Centenario, donde abordó un Transmilenio de regreso a Soacha. Desde allí, una flota lo llevó de vuelta a Silvania.

Mientras el autobús surcaba la carretera, Kike meditaba y agradecía. Había sembrado semillas de esperanza y cambio, y sentía en su corazón que lo mejor estaba por llegar.

viernes, 7 de febrero de 2025

#"Kike y la Carrera Mágica del Destino"


 Era una mañana gris de lunes festivo, el 10 de junio del 2024, en la cancha auxiliar del estadio del Olaya, en Bogotá. A las 6:00 a. m., la ciudad aún parecía dormida bajo un cielo encapotado, amenazante de lluvia. Pero Kike, con su férrea disciplina, ya estaba en movimiento desde las 4:00 a. m. Su rutina matutina estaba completa: meditación, oración, yoga y escritura. Como cada día, se dirigió a la cancha sintética del Olaya, a solo dos cuadras de su casa, para entregarse a su entrenamiento.

Pidió a la vigilancia que le habilitara la cancha y, tras el permiso, ingresó con la determinación de siempre. Comenzó con ejercicios de fuerza y movilidad articular. Luego, emprendió un fondo progresivo de una hora y media. Cada vuelta de la cancha medía 320 metros, y al final completaría 65 giros. Para muchos, era una locura. Para Kike, era su forma de vida.

Corría descalzo, sintiendo cada milímetro del césped sintético en la planta de sus pies. Mientras avanzaba, repetía afirmaciones positivas, una diferente en cada vuelta. Su mente iba más allá de la monotonía, convirtiendo cada paso en una meditación en movimiento. Sin embargo, un pensamiento lo golpeó: pronto partiría a Silvania. En menos de un mes, su vida daría un giro de 360 grados. La incertidumbre lo invadió por un instante, pero se aferró a su fe. Le entregó sus temores a Dios y al universo y siguió corriendo.

En su mente desfilaban rostros familiares. Extrañaría a sus amigos de entrenamiento, aquellos que admiraban su disciplina. Recordó a don Juan Carlos Blanco, el taxista amable que trotaba a un ritmo suave y siempre se asombraba de la resistencia de Kike. También a Diego Rincón, su esposa Lina Morales y su cuñada, quienes con esfuerzo combinaban su vida laboral con el atletismo. Ellos admiraban su estilo de correr descalzo, aunque con escepticismo. Kike siempre les recomendaba probarlo, convencido de sus beneficios para la salud y la conexión con la tierra.

También recordaba a Luz Dary Contreras, don Nelson Aguilera, Wilfredo Castro, Myriam Moreno, María Nina y Mireya, Luz Dary y Mireya habían experimentado correr descalzas en algunas ocasiones y quedaron fascinadas con la sensación de libertad que ofrecía.

Los años pasaron, y un inesperado giro del destino los volvió a reunir. Era el 5 y 6 de junio del 2025. Kike, convertido ahora en escritor, se reencontró con ellos simbólicamente a través de su libro: Historias que inspiran la imaginación. Sus amigos, aquellos que compartieron madrugadas de entrenamiento, fueron los primeros en apoyarlo comprando su obra. Él, con gratitud, les entregó sus ejemplares con dedicatorias personalizadas:


Para Diego Rincón, Lina Morales y Valeria Rincón:

Queridos Diego, Lina y Valeria,

La vida es una carrera llena de desafíos, sueños y momentos mágicos. Ustedes, con su disciplina y pasión por el deporte, son un ejemplo de constancia y amor por lo que hacen. Que estas historias inspiren aún más su camino y los impulsen a seguir alcanzando nuevas metas.

Con gratitud y admiración, Jaime Humberto Sanabria


Para Juan Carlos Blanco y Amanda Meneses:

Queridos Juan Carlos y Amanda,

La constancia es el secreto de los grandes triunfadores, y en ustedes veo ese espíritu inquebrantable. Que este libro sea un reflejo de la magia de creer en los sueños y de la fortaleza de nunca rendirse. ¡Sigan conquistando metas y disfrutando el hermoso camino de la vida!

Con cariño y admiración, Jaime Humberto Sanabria


Para mis grandes amigos Nelson Aguilera y Luz Dary Contreras:

Porque en el camino de la vida y del atletismo, no solo se necesitan fuerzas en las piernas, sino también en el alma. Ustedes fueron ese impulso en los momentos en que más lo necesité, recordándome que la verdadera grandeza está en el corazón de quienes ayudan sin esperar nada a cambio.

Este libro es un tributo a la inspiración, la perseverancia y la amistad inquebrantable. ¡Gracias por ser luz en mi camino!

Con gratitud y aprecio, Jaime Humberto Sanabria


Aquella cancha sintética, testigo de sudor, esfuerzo y disciplina, se convirtió en el punto de encuentro de amistades inquebrantables. Kike no dejó nada al azar; su destino lo construyó con cada paso, con cada palabra escrita, con cada enseñanza compartida. La vida los reencontró, no por casualidad, sino por el poder de la escritura y la magia de los sueños cumplidos.

miércoles, 5 de febrero de 2025

# El Ascenso de los Guerreros

Era un domingo 4 de febrero de 2024, a las 4:50 a.m. En la vasta y fría madrugada bogotana, la ciudad dormía bajo una neblina tenue, como si un manto de misterio cubriera sus calles. El silencio era interrumpido solo por el eco lejano de algún motor madrugador y el murmullo del viento que se colaba por las rendijas de las ventanas.

Kike despertó de golpe, como si una fuerza invisible lo llamara. Tenía dos horas para cumplir una cita sagrada con sus compañeros del "Trail Runner" y "Los Élite", dos grupos de titanes del asfalto y la montaña, guerreros del esfuerzo y la disciplina. Alex, con su temple inquebrantable, y su pupilo Ismael, Oscar, Leonardo, Jorge y don Gustavo eran rostros familiares en esas batallas de resistencia. Otros, como don Manuel, peleaban contra un enemigo más implacable: el tiempo y sus obligaciones laborales, que lo absorbían sin piedad. Para ellos, el domingo era un oasis en el desierto de la rutina.

Kike realizó su ritual matutino con la precisión de un monje guerrero. Yoga, oración, meditación, escritura de objetivos. La tinta de sus pensamientos se deslizaba sobre el papel sin saber que, un año después, estaría viviendo en Villa de las Bendiciones. ¡Ah, las vueltas que da la vida! Todo tiene su precio, y el destino se encarga de cobrarlo en cuotas de sudor y aprendizaje.

Recordó las reuniones con su "combo", aquellos instantes llenos de bromas y desafíos. Recordó también la voz del narrador del grupo de WhatsApp, que con su toque pintoresco hacía que los entrenamientos cobraran vida una vez más, como si al leer sus relatos uno pudiera sentir nuevamente el viento en la cara y el ardor en las piernas. Alex siempre le insistía a don Manuel en que tenía un talento innato para la narración. "Llevas en ti la semilla de un escritor", le decía. Y como si el destino hubiera estado escuchando, Kike terminó aquel año escribiendo su primer libro, una obra que inspiraría a sus compañeros y, quién sabe, tal vez al mundo entero.

Antes de salir, besó a su amada Linda y, con una oración en los labios, comenzó a trotar. Dos kilómetros de calentamiento lo separaban del punto de encuentro: la entrada del Parque San Cristóbal. Al llegar, encontró a sus compañeros ya en movimiento, ejecutando sus rituales de estiramiento y calentamiento. Esperaron hasta las 7:11 a.m. por Oscar, quien llegó cuando ya la manada estaba lista para partir.

El inicio fue un trote ligero, con charlas entrecortadas por la brisa fría de la mañana. Pero a medida que avanzaban, el lote comenzó a dispersarse, y la atmósfera cambió: la calma dio paso a la batalla. Oscar, como un proyectil humano, salió disparado. Alex, Leo y Kike lo siguieron de cerca. Las piernas ardían, los pulmones exigían más oxígeno, y la mente entraba en ese estado de trance donde solo existen la meta y el siguiente paso.

En la Escuela de Logística, comenzó la verdadera lucha. Kike, con su don de escalador, se desprendió de Alex y Leo, pero Alex, con su alma de Quijote, no se dejó vencer tan fácilmente. En su mente, cada entrenamiento era una guerra épica, y con cada zancada sentía que derribaba enemigos invisibles con su espada de determinación. Detrás de él, su grupo era su escudero Sancho Panza, fiel y leal en la lucha.

La batalla final se libró en los últimos 1400 metros. Era un duelo de titanes entre Alex y Kike. Como dos gladiadores en la arena, ninguno quería ceder. Al final, Alex cruzó la meta primero, pero Kike llegó a escasos metros detrás, con el orgullo de haber peleado hasta el último aliento. Leo llegó poco después, demostrando su fortaleza inquebrantable. Oscar, con su estilo inconfundible, se presentó minutos después.

Kike, aún con la adrenalina latiendo en sus venas, se encargó de capturar el momento con su cámara. Las imágenes inmortalizarían aquel día donde la montaña puso a prueba su espíritu. Luego, como todo guerrero que honra su batalla, entraron a la iglesia del Cerro de Guadalupe. Allí, en la penumbra del recinto sagrado, elevaron una oración de gratitud. No solo habían conquistado la montaña, sino que habían demostrado una vez más que el esfuerzo es la única moneda válida para comprar la grandeza.

A la salida, entre risas y abrazos, trotaron hasta el Éxito del 20 de Julio. En un gesto de abundancia y camaradería, Leo y Alex invitaron a sus compañeros a un humilde festín de Pony Malta y pan. Era un banquete de héroes, no por el lujo de la comida, sino por la hermandad que se compartía en cada sorbo y bocado.

Don Manuel, como todo buen trovador, llegó a estirar y a narrar con su estilo inigualable aquella gesta. "Me falta entrenar más", reconoció con una sonrisa. Y en ese instante, entre las sombras del cansancio y la luz de la amistad, supo que en cada zancada estaba la clave de su próximo desafío.

Mientras tanto, Kike regresó a casa. Linda lo recibió con un abrazo cálido y un beso, el mejor premio después de la batalla. Tras estirar y recuperar el aliento, publicó las fotos en Facebook con una dedicatoria que resumía la esencia de la jornada:

"Hoy, entrenamiento al extremo: Ascenso Parque San Cristóbal - Cerro Guadalupe. Distancia 10.72 kms. ¡Excelente entrenamiento! Compañeros muy fuertes y valerosos escalando. ¡Lo logramos! Gracias, Dios, por haberme inspirado en este reto. Gracias, Jhon Alexander Durán, Manuel Antonio Céspedes Piñeros, Oscar Herrera, Javier, Ismael Moreno, Jorge Arias y demás compañeros por aceptar este desafío!!!"

Y así, entre la fatiga y la satisfacción, Kike comprendió que cada entrenamiento era más que un reto físico: era un capítulo de su historia, un verso más en la épica de su vida. Y la pluma del destino seguía escribiendo, con sudor, esfuerzo y pasión.

 

miércoles, 29 de enero de 2025

#El Corredor Descalzo: La Carrera del Alma


 Era un amanecer frío en Bogotá, el 21 de noviembre. A las 4:41 a.m., Kike despertó con el alma encendida y la mente enfocada. La noche había sido corta, pero la energía que sentía en su interior lo hacía sentir invencible. Hoy no era un día cualquiera; era el día en que desafiaría no solo su cuerpo, sino las creencias de todos los que presenciaran su hazaña. En el Parque Simón Bolívar, lo esperaba el Campeonato Nacional de Media Maratón, y él, con su espíritu indomable, había decidido correr descalzo.

Representando al Club Atlético Máster ADES, Kike tenía una rutina casi sagrada. Se levantó, oró con devoción, rezó el rosario y la novena, leyó algunos versículos de la Biblia y escribió sus objetivos del día. Como cada mañana, hizo yoga y ejercicios de fortalecimiento, aunque hoy, por ser día de competencia, con baja intensidad. Se hidrató y tomó su dosis de Biocros. A las 6:15 a.m., el cielo comenzó a teñirse de azul intenso, anunciando un día soleado y lleno de promesas. Se despidió de Linda, su fiel compañera, y salió rumbo al Parque Simón Bolívar.

Abordó un Transmilenio y, mientras observaba la ciudad despertar, recordó el desafío que lo había llevado hasta este momento. Un año atrás, la pandemia lo había obligado a cambiar su forma de entrenar. Acostumbrado a correr libremente por calles y pistas, se sintió atrapado en la monotonía del encierro. Decidió comprar una trotadora nueva y unas zapatillas, pero entonces, Jefferson, su amigo y mentor, le sugirió algo impensado: entrenar descalzo. Al principio, la idea le pareció absurda, pero al investigar los beneficios del running minimalista, descubrió que fortalecía los músculos, mejoraba la postura y reducía el riesgo de lesiones. Con disciplina y determinación, empezó a correr en la trotadora hasta alcanzar 55 km sin calzado.

Cuando la pandemia terminó, salió a la calle decidido a desafiar la mirada escéptica de los transeúntes. Lo señalaban, lo miraban con curiosidad, pero Kike nunca se detuvo. Se propuso demostrar que los límites solo existen en la mente. Participó en la Carrera de Monserrate descalzo y obtuvo el tercer lugar. Su convicción se volvió inquebrantable.

Ahora, mientras descendía en la estación El Tiempo, su corazón latía con fuerza. La emoción y la adrenalina lo inundaban. Se dirigió trotando al punto de salida y, al llegar, saludó a sus compañeros del club. La carrera estaba a punto de comenzar. Se darían seis vueltas al Parque Simón Bolívar, iniciando y finalizando en la pista de la Unidad Deportiva El Salitre. El disparo de salida resonó como un trueno, y la multitud rugió. Kike comenzó con un ritmo calmado, sintiendo cada paso como una conexión con la tierra, como si el pavimento le transmitiera su propia energía



.A su lado, su compañera Adriana Mora corría con un ritmo feroz. Se retaban mutuamente, empujándose más allá de sus límites. Cada zancada era un peldaño en su escalera hacia el éxito. Sin embargo, no todo era perfecto. Al pasar por la Calle 53, sintió las pequeñas piedras clavarse en la planta de sus pies. Un dolor agudo lo obligó a bajar el ritmo. Pero Kike no era alguien que se rendía. En cada vuelta, aceptaba el dolor, lo transformaba en motivación y seguía adelante.

Cuando la última vuelta llegó, Kike apretó los dientes, ignoró el ardor en sus pies y aceleró. Cruzó la meta con los brazos en alto, sintiendo la victoria en su piel y en su alma. No importaba en qué puesto había llegado; su triunfo era haber cumplido su promesa, haber demostrado que la fe en uno mismo y en Dios puede superar cualquier obstáculo. Las gradas estallaron en aplausos. La gente, que al principio lo había visto con incredulidad, ahora lo aclamaba con admiración. Kike sonrió. Había logrado lo imposible.

Esta historia nos enseña que los sueños no se alcanzan siguiendo el camino marcado, sino creando uno propio. Que la fe inquebrantable nos lleva a superar cualquier barrera y que Dios nos hizo únicos para hacer cosas extraordinarias. Kike no solo corrió descalzo; corrió con el alma, con la convicción de que el verdadero éxito está en atreverse a ser diferente.



lunes, 27 de enero de 2025

#"El Guardián de los Sueños y Secretos de la Bahía"


 Era una fría mañana de junio de 1982 en Bogotá, cuando los amaneceres se vestían de heladas y los copetones eran apenas un susurro en los frondosos árboles. En ese entorno gélido y bullicioso, un joven llamado Kike, de apenas 17 años, comenzaba su jornada como cuidador de carros en la bahía de la Notaría Novena, ubicada en el barrio Chicó. Aunque llevaba solo tres meses en el trabajo, su uniforme azul de paño y la cachucha de vigilancia que le había obsequiado el notario, el Dr. Joaquín Caro, eran símbolos de un sueño cumplido.

Aquel puesto, aparentemente humilde, había sido un regalo del destino. Kike recordaba con claridad el día en que, luego de innumerables intentos fallidos y bajo la insistencia de su madre, se plantó por última vez frente a la oficina del Dr. Joaquín. El notario, con su mirada severa y sus dudas, se rascó la cabeza antes de ofrecerle una oportunidad inesperada: "No hay más vacantes, pero puedes cuidar los carros de la bahía. Tendrás un contrato indefinido, un uniforme nuevo, y, quién sabe, quizás algo más".

La emoción desbordó a Kike, quien aceptó de inmediato. Con el cheque en mano que le entregó el notario, fue a un almacén de renombre y adquirió un traje Manhattan y unos zapatos de la misma marca, cumpliendo así un sueño de juventud. A partir de ese lunes 15 de marzo, Kike empezó a trabajar con orgullo, ocultando su elegante atuendo bajo la cachucha de celador.

Los días transcurrían entre propinas generosas y los saludos de los clientes, hasta que algo inusual comenzó a suceder. De pronto, lujosos Mercedes Benz llegaban en fila, entrando con velocidad al edificio contiguo a la bahía. Hombres de porte imponente, vestidos con trajes finos, bajaban de los autos y siempre saludaban a Kike con una sonrisa.

Un día, la rutina de Kike cambió radicalmente. Desde la oficina más alta del edificio, fue llamado por uno de los hombres más carismáticos que había visto jamás: Gonzalo Rodríguez Gacha, quien, con su camisa de lino blanco, botas de cuero y carriel paisa, irradiaba una mezcla de poder y misterio. Gonzalo lo miró fijamente y, tras un breve silencio, sacó un fajo de billetes de una gaveta y los colocó en el bolsillo de Kike.

"Cuida bien de mis carros, Kike", le dijo con una sonrisa que parecía esconder un secreto más grande que la ciudad misma. Aunque las palabras eran simples, algo en su tono provocaba una inquietante mezcla de fascinación y suspenso.

Esa tarde, al revisar su bolsillo, Kike descubrió con asombro que Gonzalo le había regalado cincuenta mil pesos, una suma que multiplicaba varias veces su salario mensual. Aquella fortuna inesperada le permitió disfrutar de mejores almuerzos, ropa nueva y fragancias exquisitas. Sin embargo, las palabras de Gonzalo resonaban en su mente: "Cuida bien de mis carros".

Meses después, el Dr. Joaquín lo llamó a su oficina para ofrecerle un ascenso. Pero, al mismo tiempo, una noticia estremecedora sacudió a Bogotá: Gonzalo Rodríguez Gacha, el hombre que había sido tan generoso con Kike, resultó ser uno de los narcotraficantes más buscados del país.

Kike entendió entonces el significado de aquellas palabras y de la desbordante generosidad. Reflexionó sobre las oportunidades y las elecciones que el destino pone en nuestro camino. Aunque el origen del dinero de Gonzalo había sido oscuro, Kike nunca dejó de valorar las lecciones que aprendió: la importancia de la dignidad en el trabajo, la gratitud y el esfuerzo por alcanzar las metas con integridad.

Esta historia no solo relata el encuentro entre un joven soñador y un hombre envuelto en sombras, sino que nos invita a reflexionar sobre cómo los caminos de la vida pueden cruzarse de manera inesperada, moldeando nuestro carácter y nuestras aspiraciones.

jueves, 23 de enero de 2025

#Sharit Zapata: La Voz que Iluminó el Corazón de América - Segunda Parte

Era un enero del 2019, un verano sobre la sabana de Bogotá amanecía con una mañana helada que anunciaba un día soleado. En el barrio Kennedy, doña Adriana, madre de Sharit, se asomaba por su ventana, mirando el infinito cielo como si pidiera inspiración. No terminaba de agradecer al universo por las bendiciones que llegaban a la vida de su hija. Su corazón latía con esperanza, pidiendo a Dios que Sharit siguiera brillando con su talento, inspirando a sus seguidores con canciones llenas de pasión, y manteniendo siempre su humildad.

Desde pequeña, Sharit demostró una pasión innata por la música mientras estudiaba en el Colegio Jaime Garzón, localidad Kennedy. Los años pasaron rápido entre eventos escolares y presentaciones en escenarios más grandes. Pero fue en el año 2019 cuando su destino dio un giro inesperado. Acompañada de su madre Adriana y su abuela paterna, Esperanza Pachón, recibió una oportunidad invaluable. Gracias a la manager de Jhonny Rivera, el reconocido artista colombiano, Sharit pudo presentarse con él a dúo en un evento especial en Choachí, Cundinamarca. Aquella noche, justo un día después de su doceavo cumpleaños, el escenario se iluminó con su voz, emocionando a los asistentes. Entre los aplausos, Sharit conoció a la Reina de la Música Popular, Arelys Henao, quien con una sonrisa cálida le dijo: "Tienes un alma de artista y un corazón valiente".

En junio del mismo año, la historia de Sharit tomó un vuelo inesperado. Fue invitada al Congreso de la República en Bogotá, donde recibió un reconocimiento especial. Un diploma firmado por el mismísimo maestro Gabriel Raymon, creador de la música popular en Colombia, y el renombrado cantante argentino Elio Roca. La joven artista sostenía el diploma con las manos temblorosas, sintiendo que sus sueños se hacían realidad.

El año 2020 trajo consigo el desafío de la pandemia. El mundo entero se detuvo, pero Sharit no dejó que las circunstancias la vencieran. Desde su hogar, transformó su habitación en un estudio improvisado. Las clases virtuales se mezclaban con entrevistas en línea y conciertos privados transmitidos por redes sociales. La música encontró nuevos caminos para llegar a su público, y Sharit descubrió que su voz podía cruzar fronteras sin necesidad de viajar.

Fue en este periodo de introspección cuando nació su faceta de compositora. Con tan solo 12 años, el 16 de noviembre del 2019, lanzó su primer tema de autoría titulado "Amor Adolescente". Una canción que hablaba de amores inocentes y sueños que desafían la realidad. "Para el amor no hay edad, solo corazón", dijo en una entrevista, dejando claro que, cuando se arriesga, se gana o se aprende, pero nunca se pierde.

Cerca de su ventana, en los días de encierro, un colibrí solía visitar su jardín. Ella lo miraba fascinada, sintiendo que ese pequeño ser representaba su propio espíritu: libre, veloz y lleno de colores. "Ese colibrí es como mi voz, siempre en movimiento, llevando alegría a quien lo ve", solía decirle a su madre.

El año 2019 cerró con broche de oro. Sharit tuvo el honor de compartir su talento con los héroes de la patria, el Ejército Nacional. En eventos dentro de la ciudad de Bogotá, y especialmente en el Hospital Militar, su música trajo consuelo a los soldados heridos y a sus familias. Como muestra de gratitud, recibió la moneda de la unidad y el centro de doctrina, un reconocimiento reservado para aquellos que dejan una huella significativa en la institución.

Hoy, Sharit Zapata sigue escribiendo su historia, con una agenda repleta de presentaciones, entrevistas y proyectos. Su voz resuena no solo en Colombia, sino en toda América, llevando un mensaje de esperanza, amor y perseverancia. Porque como ella misma dice: "La música no solo es un sueño, es mi destino".

......Esta historia, continuará



 

miércoles, 22 de enero de 2025

#Kike visita sus orígenes: la montaña, la casa de su abuelo y donde conoció a Linda


 Eran las 9:46 de la mañana del 21 de enero, una mañana tibia y soleada con una temperatura de 24 grados en el parador Los Carreteros, en Silvania. Kike, con una mezcla de nostalgia y emoción, abordó un colectivo de la empresa Taxis Verdes que lo llevaría a Soacha, donde realizaría unas diligencias antes de dirigirse a la ciudad de Bogotá. Su destino final era la casa de don Ricardo Salamanca, quien junto a su esposa Dora Vanegas y su hijo Samuel lo esperaban para recibir un ejemplar de su libro: “Historias que inspiran la imaginación”.

El recuerdo de la llamada de don Ricardo en diciembre pasado le arrancó una sonrisa. Con voz entusiasta, su amigo le había dicho: "Te felicito por tu primer libro, pero por favor aparta el primero para mí, lo quiero comprar". Aquella tarde, Kike disfrutó de un almuerzo en una pescadería del barrio Olaya, donde compartieron un delicioso sancocho de pescado, arroz de coco, róbalo, ensalada y limonada. Entre risas y anécdotas, entregó el libro con una dedicatoria especial y su autógrafo, sintiéndose profundamente agradecido por el gesto de sus amigos y que al día siguiente kike les envió un escrito de agradecimiento.



Antes de continuar su viaje, Kike visitó a viejos conocidos del Olaya: doña Jessmin, doña Luisa, don Edwin y doña Yosmary. Luego, abordó un SITP hacia el barrio San José Sur Oriental, donde su corazón latía con fuerza al acercarse a la casa de su infancia. Aquella humilde morada rodeada de frondosa naturaleza había sido testigo de sus primeros sueños, de las historias que su abuelo y tío le contaban sobre sus antepasados y de los juegos interminables bajo el cielo despejado. Hoy, la casa era un moderno edificio de tres pisos, rodeado de nuevas construcciones que ocultaban la vista de la majestuosa Serranía del Zuque, su musa de la niñez.

Con cada paso que daba, Kike sentía como si el tiempo se plegara sobre sí mismo, mezclando pasado y presente en un torbellino de emociones. Las risas de su niñez parecían susurrar entre los muros, y el aroma del viejo fogón de su abuelo aún impregnaba el aire. Su corazón se estremeció cuando recordó la tarde en la que descubrió un viejo baúl lleno de cartas de su abuelo, quien siempre le hablaba de un tesoro escondido en la montaña. ¿Sería verdad o solo una historia más de su imaginación infantil?

El destino lo guió al salón comunal del mismo barrio, donde conoció a Linda, su amada esposa, en una tarde de 1990. Revivió en su mente aquel primer encuentro cargado de timidez y magia, un momento que cambiaría su vida para siempre. Luego, visitó fugazmente a sus suegros, quienes lo sorprendieron con un generoso mercado y los sabios consejos de su suegra, cuyo amor y ternura lo hicieron sentir como un hijo más. Con el corazón rebosante de gratitud, Kike partió nuevamente hacia Villa de las Bendiciones, en Silvania, donde Linda y su hijo Juanpis lo esperaban ansiosos. Durante el trayecto, aprovechó el tiempo para escribir y reflexionar sobre su jornada.

Al día siguiente, Kike envió un emotivo mensaje de agradecimiento a su suegra y cuñada:

"Querida suegra,

Muchas gracias por el generoso mercado que nos obsequiaste ayer. Tu detalle nos llenó de alegría y gratitud. También agradezco sinceramente los sabios consejos que me diste. Los tendré muy en cuenta y los valoro mucho.

Me conmueve especialmente tu preocupación por mi hijo Juanpis. Tu amor y cuidado hacia él significan mucho para mí. Que Dios te multiplique tu bondad y generosidad.

Y querida Edith, mi cuñada,

Gracias por las deliciosas arepas que me obsequiaste. Sé que las preparas con mucho esmero y amor, y eso las hace aún más especiales.

Con gratitud y cariño, Kike, el mejor escritor."

Esta historia nos enseña que cultivar la gratitud nos libera de muchas ataduras interiores y que visitar los lugares donde vivimos una niñez inolvidable tiene múltiples beneficios, como:

  1. Reconexión emocional: Revivir recuerdos felices genera bienestar y gratitud, fortaleciendo nuestra identidad y sentido de pertenencia.

  2. Sanación personal: Ayuda a cerrar ciclos y sanar heridas del pasado, permitiendo reflexionar sobre el crecimiento personal.

  3. Renovación de la inspiración: Redescubrir esos lugares despierta la creatividad y fomenta la apreciación de las pequeñas cosas.

  4. Fortalecimiento de relaciones: Compartir experiencias con seres queridos refuerza los lazos afectivos.

  5. Reducción del estrés y ansiedad: Regresar a entornos familiares proporciona tranquilidad y seguridad.

  6. Valoración del presente: Comparar el ayer con el hoy nos ayuda a apreciar los logros y a visualizar nuevas metas.

  7. Exploración cultural y social: Permite ver cómo han cambiado esos lugares con el tiempo y conectar con las personas que formaron parte de nuestra infancia.

Revisitar esos sitios es una excelente manera de reconectar con uno mismo y recargar energías para seguir adelante con una visión renovada.

miércoles, 8 de enero de 2025

#"La Travesía Cunditolimense: La Última Escalada de Jhonny"


 El amanecer en Anapoima surgió con un manto de penumbra que envolvía al pueblo en un cálido resplandor de incertidumbre. Jhonny, un ciclista audaz y soñador, despertó a las 4:30 a.m., con el corazón cargado de temores y un sinfín de preguntas flotando en su mente. La amenaza de lluvias torrenciales, deslizamientos de tierra, y un posible paro camionero parecían conjurarse contra su regreso a Bogotá. Pero en lo más profundo de su ser, una chispa de determinación brillaba, lista para desafiar cualquier adversidad.

Antes de enfrentarse a la montaña, Jhonny recurrió a su refugio espiritual. En el silencio de la madrugada, practicó meditación y yoga, disipando las nubes de incertidumbre que ensombrecían su espíritu. En esos minutos de introspección, entendió que los temores no eran más que fantasmas de su imaginación. Reavivado, se dispuso a enfrentar la jornada que lo aguardaba.

Con el uniforme azul que infundía calma, su bicicleta impecablemente revisada, y un banano como su primera dosis de energía, partió a las 5:15 a.m. hacia el desconocido. La oscuridad inicial del camino lo obligó a encender las luces de su bici, navegando casi a ciegas mientras las sombras de la carretera jugaban con su percepción. Pero con cada pedalazo, el amanecer comenzaba a desplegar su magia, tiñendo el cielo de tonalidades cálidas y despejando su ruta.

El ascenso hacia La Mesa fue un desafío lleno de emociones encontradas. A cada curva, los recuerdos de otras épocas y antiguos amores lo invadían. La nostalgia, sin embargo, era tan efímera como el susurro del viento que empujaba su bicicleta hacia adelante. La naturaleza, en su esplendor, lo recompensaba con paisajes que parecían sacados de un cuento.

A mitad del trayecto, el destino le envió una señal peculiar: un mango rodó desde un árbol hacia sus pies, como si la montaña misma le ofreciera un tributo. Jhonny lo tomó con gratitud, y ese fruto dulce se convirtió en un impulso inesperado para sus agotadas piernas.

El punto más crítico llegó en el Alto de Mondoñedo, una serpiente de asfalto que serpenteaba hacia el cielo. La inclinación brutal y las curvas interminables pusieron a prueba no solo su cuerpo, sino su voluntad. "No puedo fallarme", pensó, aferrándose a esa idea como un ancla en medio de la tormenta.

A las 11:40 a.m., la cumbre finalmente apareció ante él, como un faro que anuncia el fin de una travesía épica. Al llegar, una lágrima furtiva rodó por su mejilla. Había conquistado la etapa más exigente de su vida ciclista, y la satisfacción era tan inmensa que todo el cansancio se desvaneció en un instante.

El descenso hacia Bogotá fue un viaje triunfal. El aire frío acariciaba su rostro, mientras su mente repasaba cada obstáculo superado, cada duda vencida. Cuando finalmente cruzó la puerta de su hogar, su madre Carmencita, lo recibió con un abrazo cálido y un almuerzo que sabía a victoria.



 La Travesía Cunditolimense no fue solo un recorrido físico; fue un espejo de la vida misma, con sus pruebas y recompensas. Jhonny aprendió que los mayores miedos son construcciones de la mente, y que solo con valentía y fe se pueden superar.

Ahora, con el sueño de conquistar el Alto de Letras en el horizonte, Jhonny sabe que este es solo el comienzo de nuevas aventuras. Porque, en el fondo, la vida es eso: una travesía donde cada kilómetro vale la pena.

sábado, 4 de enero de 2025

#Bajo el sol mágico del primer día

 

Era el amanecer del 1 de enero, y Bogotá parecía haber caído bajo un hechizo. La ciudad, usualmente bulliciosa, amanecía tranquila, cubierta por un aire frío de 8 grados que cortaba las mejillas, pero con un cielo despejado que prometía aventuras. Desde la ventana, en Suba, Jhonny Alberto Moreno observaba la luz dorada que comenzaba a pintar los tejados. El viaje que tenía por delante vibraba en su mente como una melodía emocionante. Su bicicleta, recién ajustada en el taller, esperaba ansiosa por enfrentar las pendientes y descensos que lo llevarían a Silvania, al corazón de Villa de las Bendiciones, donde Kike y Linda, sus entrañables amigos, lo recibirían.

Carmenza Moreno, su madre y compañera de aventuras, también se preparaba para el trayecto. Ambos sabían que este no era un simple viaje; era una conexión con algo más grande, un ritual que parecía abrirse paso entre el tiempo y el espacio.

Mientras Jhonny recorría las vacías calles de Bogotá, sentía el latido de la ciudad bajo sus ruedas. Había algo místico en esa paz inusual del Año Nuevo: el aire fresco, las avenidas despejadas, los primeros rayos de sol abrazando los edificios. En el terminal, Carmenza subió a un bus casi vacío, una escena extraña para ser temporada alta. Jhonny, decidido a no dejarse vencer, partió con su bicicleta, persiguiendo el horizonte.

El camino estaba lleno de desafíos. La subida al Alto de Rosas probó su resistencia, mientras que el descenso, con sus vientos caprichosos y las sombras proyectadas por los conos en la carretera, le exigía una concentración absoluta. Cada curva parecía un susurro del viento, una advertencia, un desafío. En un momento, una ráfaga fuerte lo tambaleó, y por un instante, el tiempo pareció detenerse. ¿Qué habría pasado si perdía el equilibrio? Pero Jhonny, con el corazón latiendo como un tambor, retomó el control, una sonrisa de victoria dibujándose en su rostro.

Al llegar a Silvania, la magia del lugar lo envolvió. A 1,470 metros sobre el nivel del mar, este rincón escondido parecía un portal a otro mundo. Los cafetales y los frutales daban la bienvenida con un aroma dulce, y el calor abrazaba como un amigo perdido. Carmenza lo esperaba con una sonrisa que hablaba de orgullo y alivio. La conexión entre madre e hijo, reforzada por la aventura, brillaba como un faro en ese día especial.

Villa de las Bendiciones era un refugio perfecto. Kike y Linda los recibieron con calidez, y pronto el lugar se llenó de risas, anécdotas y desconexión del mundo. Fue entonces cuando Kike sorprendió a Jhonny y a su madre con un regalo especial: una dedicatoria en el libro "Historias que inspiran la imaginación".


—A Carmencita y su hijo, amigos que han inspirado mi imaginación y mi corazón —leyó Kike con voz solemne, arrancando sonrisas y lágrimas de emoción—. Este capítulo es un homenaje a su fuerza, su amistad y los momentos inolvidables que hemos compartido.

El día continuó con un festín preparado por Linda: arroz, carne, papa salada, plátano frito y un jugo de zanahoria que parecía haber capturado la esencia misma del sol. Entre juegos de parqués y conversaciones llenas de esperanza, la noche cayó suavemente sobre Silvania.

Antes de dormir, Jhonny tomó el libro de Kike y comenzó a leer. Cada página era un espejo, un recordatorio de que las verdaderas aventuras no están en los destinos, sino en los corazones que se conectan a lo largo del camino.

El día siguiente prometía más desafíos: correr con su madre entre los senderos mágicos de Silvania. Pero Jhonny sabía que cada paso, cada kilómetro recorrido, era más que una prueba física. Era un recordatorio de la fuerza del espíritu, del amor incondicional de su madre, y de la magia que habita en los pequeños momentos de la vida.

Esta historia nos recuerda que la vida es una serie de aventuras que se despliegan entre los desafíos del camino. No importa cuán empinado sea el sendero o cuán fuerte sople el viento; lo importante es avanzar con el corazón lleno de determinación y amor. Cada viaje, cada experiencia, se convierte en un capítulo de nuestra propia historia. Atrévete a vivirla al máximo, rodeado de las personas que amas, porque al final del día, son los momentos compartidos los que realmente nos llenan de vida y nos inspiran a seguir adelante.

Esta historia, continuará..........

martes, 10 de diciembre de 2024

#"La Abundancia del Corazón"


                                         Era, un lunes 9 de diciembre, cuando el amanecer tímido comenzó a asomarse por la ventana de la casa de Kike, pintando con luces doradas los tejados y las montañas de Silvania. Kike despertó lleno de propósito, como cada día. Ese lunes tenía una misión especial: viajar a Bogotá para recoger una sorpresa que sus suegros habían preparado con cariño.

Tras realizar su rutina matinal —tres horas dedicadas a la oración, meditación, yoga, lectura, escritura y ejercicios de fortalecimiento— Kike disfrutó de un desayuno preparado por Linda, su querida esposa, que siempre le regalaba una sonrisa antes de partir. A las 7:30 a.m., con el corazón ligero y una mochila cargada de sueños, Kike se despidió de Linda y emprendió el viaje.

El camino a Bogotá estaba marcado por un denso trancón debido a las obras en la vía Sumapaz, pero Kike, lejos de impacientarse, aprovechó el momento. Deteniéndose en el parador Choriloco, encontró un banco de madera, donde el susurro del viento y el aroma de café recién hecho le invitaron a sumergirse en su libro favorito. “El tiempo perdido nunca es un tiempo perdido si lo llenamos de aprendizaje”, reflexionó mientras las páginas avanzaban.

Cuando el tráfico se despejó, Kike abordó la flota y el recorrido hacia Bogotá fluyó con inesperada rapidez. A las 10:08 a.m., llegó al municipio de Soacha. Allí, su día se transformó en una aventura de encuentros y aprendizajes. Visitó dos centros comerciales, donde logró completar dos diligencias importantes, mientras otras dos le dejaron enseñanzas: a veces, no todo lo que deseamos es lo que más nos conviene.

Luego vino la parte más cálida de la jornada: las visitas a sus amigos en el barrio Olaya de Bogotá. Esneider le pidió productos de Omnilife, don Ricardo lo invitó a almorzar pero tuvo que cancelar por un compromiso de último minuto, y Yormarly, junto a su hermano, le expresaron su deseo de visitar su casa en Silvania. En cada encuentro, Kike dejó y recibió algo valioso: palabras de ánimo, proyectos compartidos y sonrisas sinceras.

Finalmente, Kike llegó a casa de sus suegros en el barrio San José. Allí lo esperaba un banquete que hablaba de amor: gallina asada, plátano frito, verdura, arepa y una gaseosa que endulzó el momento. Era una visita corta, pues al día siguiente Kike tenía una reunión importante en la Alcaldía, pero bastó para crear recuerdos inolvidables. Entonces, llegó la gran sorpresa: sus suegros, con humildad y generosidad, le entregaron un abundante mercado de víveres y frutas. Aunque las bolsas pesaban considerablemente, Kike no conocía límites en su espíritu. “El amor pesa más que cualquier carga”, pensó mientras agradecía el gesto.

De regreso a Silvania, ya con el crepúsculo envolviendo el paisaje, Kike se cruzó con Miriam Moreno, una atleta y amiga. Conversaron sobre proyectos y sueños para el 2025, dejando en el aire la promesa de seguir construyendo juntos.

A las 7:00 p.m., Kike llegó a casa. Linda lo esperaba en la carretera, y juntos cargaron las bolsas hasta llenar la nevera y la alacena. Entre risas y palabras de gratitud, Kike sintió una revelación profunda: la verdadera abundancia no está en lo material, sino en el corazón generoso que da sin esperar nada a cambio.

Aquella noche, mientras el silencio caía sobre Silvania, Kike comprendió que su viaje no solo había sido una aventura, sino una lección de vida. Los gestos de sus suegros, las palabras de sus amigos y la presencia de Linda reafirmaron que la felicidad se multiplica cuando se comparte.

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