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domingo, 25 de mayo de 2025

🌧️✨ Crónica de un Encuentro Literario en Villa de las Bendiciones Una Siembra de Palabras y un Misterio Sin Resolver – Parte 2

Un miércoles que huele a sancocho, libros y destino

Érase un miércoles 21 de mayo, en un rincón apartado del mundo donde el tiempo se estira y se encoge a voluntad de la naturaleza. Allí, entre montañas que susurran secretos y un coro incesante de cigarras que entonan al alba y al anochecer, se encontraba Villa de las Bendiciones, un paraíso escondido en Silvania.

Marcaban exactamente las 3:33 de la madrugada cuando Kike despertó de un sueño profundo. Como si una fuerza superior le susurrara al oído, comenzó a proyectar mentalmente una película: la visita de sus compañeros literatos, pactada para las 11:00 a.m., en su humilde pero acogedor refugio.

Cumplió con su rutina de cada día, y a las 5:05 a.m. ya iba rumbo al hospital para su labor de vender tintos, armado únicamente con su termo mágico... y sin celular. Aquella ausencia, en una era donde todo se conecta por pantallas, lo desconectaba del mundo y sus compinches de letras. Fue entonces cuando Linda, su compañera fiel, le prestó su teléfono para coordinar la llegada de los invitados.

A las 8:00 a.m., después de su jornada matinal, pasó donde don Wilson a entregar el reporte del día anterior y luego hizo un recorrido veloz, casi como un viento que sabe a dónde va. En ese torbellino de diligencias, llegó al taller de motos, donde mostró un video del misterioso hallazgo de su celular perdido. El joven mecánico le dio un rayo de esperanza: pasara en la tarde, quizá habría buenas noticias. Kike sintió que el universo aún no cerraba del todo ese capítulo.

A las 10:45 a.m. llegó a casa para alistar los últimos detalles junto a Linda. A las 11:15, una llamada al celular de Linda anunció la llegada de sus ilustres invitados. Kike salió a recibirlos, con una sonrisa amplia a pesar de la lluvia que truncó la caminata planeada. A su lado, doña Liliana, jefa de la biblioteca municipal; el reconocido escritor Dr. Ramiro Aguilar; el poeta Josué Carvajal; don Jorge Valdiri, doña Damaris Mendoza y tres docentes amantes de las letras: Aura, Myriam y Estella, junto a otros amigos de corazón noble y espíritu lector.


Traían consigo presas de pollo criollo, papa, arroz y verduras. Tras leer en voz alta pasajes del libro Mitos y Leyendas de Colombia, intercambiar ideas y revivir tradiciones, se dio paso al sagrado acto de compartir el sancocho de pollo, preparado con amor por las invitadas. Kike se conmovió cuando vio a doña Liliana sirviendo primero a su hijo Juanpis, un gesto de cariño que jamás olvidará. 


Al finalizar el encuentro literario, cuando ya los abrazos y las sonrisas marcaban el cierre de una jornada inolvidable, ocurrió un gesto que dejó una huella profunda en el corazón de Kike: las profesoras Aura, Myriam y Estella Sánchez adquirieron un ejemplar de su libro. No fue simplemente una compra, sino un acto de reconocimiento y aprecio por su trabajo silencioso y constante como escritor. Verlas sostener su obra fue, para Kike, como contemplar el florecimiento de una semilla sembrada con amor, paciencia y fe en el poder de las palabras. Mientras tanto, el misterio del celular perdido seguía rondando como una sombra discreta entre las páginas de aquel día mágico, dejando al lector con una pregunta inevitable: ¿aparecerá?

El encuentro fue un éxito total, de esos que se graban en la memoria como los buenos libros.

Ya en la tarde, Kike regresó a su recorrido con el termo mágico lleno de esperanza… y café. Al pasar por el taller, el joven le confesó que entre los nueve clientes del día anterior no parecía estar el culpable de haber tomado el celular. Solo quedaba una última esperanza: un amigo del otro almacén, que se encontraba en Bogotá comprando repuestos. Kike, resignado, aceptó que el destino le pedía soltar. “Capítulo cerrado”, pensó.

Esa noche, al llegar a casa, Linda preguntó por el celular. Kike, con serenidad, respondió que no había noticias. Y al mirar el cielo oscuro, lleno de luciérnagas que titilaban como señales del más allá, comprendió que lo mejor era desprenderse. Quizá más adelante llegaría un celular que realmente mereciera. Mientras tanto, dejaba todo en manos de la Divina Providencia.

¿Y al día siguiente?

Tenía pensado trabajar hasta el mediodía y luego ir a Fusa a reponer la SIM para un viejo celular. Pero en su interior, una pregunta latía como un tambor de esperanza:

¿Aparecería su celular? ¿Le daría el muchacho del otro almacén alguna pista, algún milagro en forma de mensaje inesperado?

Esta historia continuará...

 

miércoles, 2 de octubre de 2024

Jim, el chico que soñó viajar a las estrellas



Había una vez un chico llamado Jim, que vivía con su abuelo en una pequeña casa en el campo, lejos de la bulliciosa ciudad. Desde que tenía seis años, Jim pasaba las noches observando el cielo estrellado. Le fascinaba el firmamento, y mientras contemplaba las luces titilantes en el oscuro cielo, se preguntaba: ¿Qué habrá más allá de las estrellas?

En las noches más claras, subía al altillo de su casa, el lugar donde se sentía más cerca del cielo. Acostado en su colchón, miraba a través de la ventana, perdiéndose en la inmensidad del universo. A veces, el sueño lo vencía mientras soñaba despierto, imaginando viajes a lugares lejanos e inexplorados. Otras noches, su imaginación iba aún más allá: soñaba que su espíritu se desprendía de su cuerpo y lo veía dormido, flotando por encima de sí mismo, en lo que él describía como un desdoblamiento. En esos sueños, Jim podía atravesar techos y paredes, volar con solo desearlo.

Una vez que se elevaba sobre el campo, observaba la ciudad iluminada en la distancia, con las luces de los postes y los autos que se deslizaban por las avenidas como ríos de luz. Pero su verdadero objetivo siempre era el cielo. Con la mente enfocada en las estrellas, Jim se elevaba cada vez más alto, atravesando las nubes, acercándose al infinito. Sin embargo, justo cuando sentía que iba a tocar el universo, despertaba abruptamente, impotente al no haber alcanzado las estrellas.

Pasaron los años y Jim continuó alimentando su fascinación por el cosmos. En la escuela, sus clases favoritas eran las de ciencias. Se sentía transportado cuando los maestros hablaban de los planetas, las estrellas y el universo. Cada descripción sobre Marte, Júpiter o Saturno era como un cuento de hadas para él, que llenaba su mente de sueños. Jim se preguntaba cómo sería estar allá arriba, no como un simple observador, sino como alguien que podía vivir y respirar entre las estrellas.

En la década de los 80, Jim descubrió algo que cambiaría su vida: un hombre llamado Carl Sagan, quien con sus documentales sobre el universo lo llevó aún más allá de su imaginación. No se perdía ni un solo episodio de la serie Cosmos, y cuando anunciaron el lanzamiento de los libros y videos en VHS en Colombia, Jim no dudó en comprarlos. A partir de ese momento, cualquier libro de Sagan que se publicara se convertía en un tesoro para él. Disfrutaba cada relato, cada teoría, y se sumergía en las enseñanzas del universo.

Una noche, tras un largo día de lectura, Jim volvió a soñar. Esta vez, su desdoblamiento lo llevó más lejos que nunca. Se desprendió de su cuerpo y, en cuestión de segundos, se encontraba navegando por el sistema solar. Pasó rozando Marte, observando su árido paisaje rojizo, y luego se acercó a Júpiter. Mientras ingresaba en su atmósfera, sintió la inmensidad del planeta. Podía ver las tormentas girando como remolinos gigantes. Era tan real que al despertar, su corazón latía con fuerza. Para Jim, ese sueño fue más que un simple vuelo imaginario; fue una visión. Y fue en ese momento que decidió dedicar su vida a la Astronomía.

Con el paso de los años, Jim trabajó duro para cumplir su sueño. Logró ingresar a la Universidad Nacional, donde se sumergió en sus estudios con pasión. No había día en que no pensara en las estrellas, en los planetas, y en lo vasto que era el universo. Luego de completar sus estudios en Colombia, se mudó a los Estados Unidos, donde continuó su formación en el Instituto de Astronomía UNAN, en Ensenada, México. Su esfuerzo, perseverancia y dedicación lo llevaron a lugares que antes solo podía soñar.

Eventualmente, Jim alcanzó su mayor meta: ser ingeniero en la NASA, la misma compañía que admiraba desde niño. Cada día en su trabajo se sentía como aquel niño en el altillo de su casa, observando las estrellas. Solo que esta vez, en lugar de soñar con tocar el cielo, estaba construyendo las naves que harían posible que otros viajaran a las estrellas.

La historia de Jim nos deja una lección invaluable: los sueños que tenemos desde niños son señales de lo que podemos lograr. Visualizarlos, creer en ellos, y trabajar incansablemente para hacerlos realidad es el camino hacia el éxito. Jim nos demuestra que todos tenemos dentro de nosotros talentos y habilidades únicos, y es nuestra responsabilidad desarrollarlos al máximo para servir a los demás y alcanzar las estrellas, en el sentido más literal y simbólico.

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🌙 El Misterio de los Tres Encuentros

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