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miércoles, 8 de enero de 2025

#"La Travesía Cunditolimense: La Última Escalada de Jhonny"


 El amanecer en Anapoima surgió con un manto de penumbra que envolvía al pueblo en un cálido resplandor de incertidumbre. Jhonny, un ciclista audaz y soñador, despertó a las 4:30 a.m., con el corazón cargado de temores y un sinfín de preguntas flotando en su mente. La amenaza de lluvias torrenciales, deslizamientos de tierra, y un posible paro camionero parecían conjurarse contra su regreso a Bogotá. Pero en lo más profundo de su ser, una chispa de determinación brillaba, lista para desafiar cualquier adversidad.

Antes de enfrentarse a la montaña, Jhonny recurrió a su refugio espiritual. En el silencio de la madrugada, practicó meditación y yoga, disipando las nubes de incertidumbre que ensombrecían su espíritu. En esos minutos de introspección, entendió que los temores no eran más que fantasmas de su imaginación. Reavivado, se dispuso a enfrentar la jornada que lo aguardaba.

Con el uniforme azul que infundía calma, su bicicleta impecablemente revisada, y un banano como su primera dosis de energía, partió a las 5:15 a.m. hacia el desconocido. La oscuridad inicial del camino lo obligó a encender las luces de su bici, navegando casi a ciegas mientras las sombras de la carretera jugaban con su percepción. Pero con cada pedalazo, el amanecer comenzaba a desplegar su magia, tiñendo el cielo de tonalidades cálidas y despejando su ruta.

El ascenso hacia La Mesa fue un desafío lleno de emociones encontradas. A cada curva, los recuerdos de otras épocas y antiguos amores lo invadían. La nostalgia, sin embargo, era tan efímera como el susurro del viento que empujaba su bicicleta hacia adelante. La naturaleza, en su esplendor, lo recompensaba con paisajes que parecían sacados de un cuento.

A mitad del trayecto, el destino le envió una señal peculiar: un mango rodó desde un árbol hacia sus pies, como si la montaña misma le ofreciera un tributo. Jhonny lo tomó con gratitud, y ese fruto dulce se convirtió en un impulso inesperado para sus agotadas piernas.

El punto más crítico llegó en el Alto de Mondoñedo, una serpiente de asfalto que serpenteaba hacia el cielo. La inclinación brutal y las curvas interminables pusieron a prueba no solo su cuerpo, sino su voluntad. "No puedo fallarme", pensó, aferrándose a esa idea como un ancla en medio de la tormenta.

A las 11:40 a.m., la cumbre finalmente apareció ante él, como un faro que anuncia el fin de una travesía épica. Al llegar, una lágrima furtiva rodó por su mejilla. Había conquistado la etapa más exigente de su vida ciclista, y la satisfacción era tan inmensa que todo el cansancio se desvaneció en un instante.

El descenso hacia Bogotá fue un viaje triunfal. El aire frío acariciaba su rostro, mientras su mente repasaba cada obstáculo superado, cada duda vencida. Cuando finalmente cruzó la puerta de su hogar, su madre Carmencita, lo recibió con un abrazo cálido y un almuerzo que sabía a victoria.



 La Travesía Cunditolimense no fue solo un recorrido físico; fue un espejo de la vida misma, con sus pruebas y recompensas. Jhonny aprendió que los mayores miedos son construcciones de la mente, y que solo con valentía y fe se pueden superar.

Ahora, con el sueño de conquistar el Alto de Letras en el horizonte, Jhonny sabe que este es solo el comienzo de nuevas aventuras. Porque, en el fondo, la vida es eso: una travesía donde cada kilómetro vale la pena.

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