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domingo, 5 de enero de 2025

#Travesías y Susurros en Villa de las Bendiciones

Era un radiante 2 de enero en Villa de las Bendiciones. A las 5:15 a.m., Jhonny despertó con entusiasmo, sabiendo que aquel día estaría lleno de momentos memorables. Tenía planeado un entrenamiento especial junto a su mamá, Carmencita, como la llamaban cariñosamente Kike y Linda, los amables anfitriones de la casa.

Desde el balcón, Jhonny contempló una mañana de ensueño. El cielo, con tonos azules y naranjas, parecía una obra de arte celestial, mientras los pájaros, con plumajes de infinitos colores, se posaban en el jardín, picoteando con alegría. Inspirado por la belleza de aquel amanecer, despertó a Carmencita, y juntos se prepararon para la jornada.

A las 5:45 a.m., salieron con dirección a Silvania, el primer destino de una travesía cunditolimense que Jhonny había planeado durante meses. Era la única época del año en la que podía dar rienda suelta a su pasión por coleccionar anécdotas, fotografías y recuerdos de los pintorescos pueblos de la región. Este año, su madre lo acompañaba en la primera etapa, lo que hacía la experiencia aún más especial.

El recorrido de 14 kilómetros estuvo lleno de paisajes deslumbrantes, esfuerzo compartido y la complicidad única entre madre e hijo. Carmencita, con su espíritu incansable, enfrentaba las pendientes de las montañas con determinación, mientras Jhonny admiraba su fortaleza. Cada paso era una historia, y cada respiro, una lección de vida.

Al regresar a Villa de las Bendiciones, Linda ya tenía listo un desayuno delicioso: huevos revueltos con mazorca, chocolate caliente y arepas recién hechas. La casa irradiaba calidez, y más tarde, alrededor de un almuerzo suculento que incluía arroz, pasta, papa salada, carne, ensalada y un jugo de guayaba, la tarde se convirtió en un festín de recuerdos.

Linda, Carmencita, Jhonny y Kike compartieron anécdotas y rememoraron los momentos más entrañables del 2024. Las risas llenaron la sala mientras cada relato traía consigo un destello de nostalgia y alegría. Era evidente que los lazos de amistad y cariño que los unían eran tan fuertes como las montañas que los rodeaban.

A medida que la tarde se despedía y las estrellas comenzaban a brillar, Jhonny se preparaba para la segunda etapa de su travesía. Al día siguiente lo esperaban retos desafiantes: recorrer Silvania, Fusagasugá y la famosa "Nariz del Diablo", hasta llegar a Melgar, Girardot y finalmente Flandes.

En el aire, entre el susurro del viento y el eco de las montañas, parecía resonar una invitación: "Sigue adelante". Como si la propia Villa de las Bendiciones tuviera secretos esperando ser descubiertos.

Esta historia continuará... 

martes, 26 de noviembre de 2024

El Renacer de Kike y Linda


Era una tarde tibia, 26 de noviembre, en un paraíso tropical donde el tiempo parecía detenerse. La casa, escondida entre un mar de verdes colinas a 600 metros de Silvania, se alzaba como un refugio de ensueño. La llovizna, suave y susurrante, acariciaba la tierra con gotas de rocío que brillaban como diamantes bajo la luz perezosa de la tarde. En ese rincón mágico, Kike saboreaba un tinto aromático que Linda, su compañera de vida, había preparado con esmero. Era un café impregnado de amor, como si cada sorbo tuviera el poder de contar historias.

Linda había regresado seis días atrás, tras una ausencia de dos meses en Bogotá. Durante ese tiempo, Kike había convivido con una soledad transformadora, como un peregrino que encuentra en el silencio la respuesta a preguntas que jamás supo que tenía. En esas semanas de introspección, Kike había descubierto un espacio sagrado dentro de sí mismo. Allí, en la calma de la soledad, se había fortalecido espiritualmente. Pero ahora, con Linda de vuelta, sentía que la vida misma florecía a su alrededor. El amor entre ambos renacía, como un río que encuentra un cauce nuevo pero más profundo, más vivo.



La naturaleza, testigo silenciosa de su historia, parecía celebrar este reencuentro. En su jardín, el caballero de la noche, un árbol que Kike había podado semanas atrás tras verlo marchitarse, comenzó a resurgir. Sus ramas desnudas ahora albergaban brotes tiernos que prometían flores fragantes bajo el manto de la noche. Tres pequeñas plantas de tomate se alzaban con nueve frutos vibrantes, como pequeñas ofrendas de la tierra. Incluso las flores, que parecían haber abandonado su rincón, reaparecieron llenando el aire de colores y aromas. Era como si el Universo, en un acto de complicidad, les enviara señales de un renacimiento más grande: el de su amor.

Aquel 26 de noviembre, Kike tuvo un sueño. Tres historias hermosas danzaban en su mente mientras dormía, pero al despertar, las palabras se habían desvanecido como niebla al amanecer. Aunque no recordaba los detalles, sentía que el sueño llevaba un mensaje. Sus libretas y esferos, siempre presentes junto a su cama, aguardaban su inspiración. Pero ese día, el mensaje parecía habitar no en las palabras, sino en los signos a su alrededor.

Antes de partir hacia su curso en el Punto Digital, Kike mostró a Linda el milagro que había ocurrido en el jardín. Ambos quedaron maravillados, como niños frente a un misterio. Se abrazaron bajo el manto de aquella tarde, sintiendo que algo grande se gestaba en sus vidas. El Universo, en su lenguaje místico, parecía decirles que estaban alineados con su propósito.

En el curso, Kike respondió con humildad y picardía a las preguntas sobre sus escritos. La profesora, atenta y apasionada, guió a sus alumnos en el arte de las herramientas digitales, desgranando secretos que parecían trucos de magia para quienes comenzaban. Al salir, Kike hizo una parada en la biblioteca pública de Silvania. Allí devolvió un libro de cuentos de Gabriel García Márquez y tomó prestado La nostalgia de las almendras amargas. En su camino a casa, repetía su mantra de gratitud, como si cada paso lo acercara más a su destino espiritual.

Cuando llegó, Linda lo recibió con un banquete digno de un rey. La sopa de verduras era una oda a la vida misma, seguida por un plato principal que combinaba arroz integral, frijoles de pepa negra, plátano frito y sardinas. Todo estaba coronado con un jugo de mango que destilaba la dulzura del trópico. En esa comida, preparada con amor, Kike encontró no solo sustento, sino un recordatorio de que las cosas más simples son las más valiosas.

Ese día, entre coincidencias y señales, Kike comprendió una gran verdad: las ausencias, cuando se viven con sabiduría, no separan, sino que fortalecen. Linda y él eran prueba viva de que el amor puede florecer después de la tormenta, como un jardín que renace más fuerte tras el paso de la lluvia. En el silencio de la soledad, Kike había aprendido a convivir consigo mismo, y ahora, en la complicidad del reencuentro, sabía que juntos podían crear un mundo mejor.


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