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sábado, 11 de enero de 2025

#El último vuelo de Oreo


 En los albores de un diciembre en Armenia, entre risas y caricias, Oreo había encontrado un hogar. Su pequeña presencia iluminaba cada rincón de la casa, una perrita que, desde el primer momento, se integró a la familia como si el destino la hubiese guiado allí. Incluso la gata, que hasta entonces había sido la reina solitaria del hogar, compartía con ella juegos y aventuras. La noche del 24 de diciembre, bajo el resplandor de las luces navideñas, las dos eran inseparables, como si un lazo mágico las uniera.

Sin embargo, la alegría no siempre permanece impasible frente al paso del tiempo. La mañana del 26, Oreo comenzó a mostrarse extraña, más tranquila de lo habitual, con una mirada que parecía perderse en algún rincón del universo. Su falta de apetito y su quietud comenzaron a preocuparnos, aunque intentamos justificarlo como un día de pereza tras las fiestas.

Cuando la situación empeoró, el día siguiente trajo consigo un peso en el aire. Oreo apenas bebía agua y su pequeño cuerpo se debilitaba. Fue entonces cuando los días se tiñeron de angustia. Cada momento junto a ella se volvió un acto de fe. Maryi no se separaba de su lado, observándola con tristeza y una mezcla de impotencia y esperanza. "Debes resistir", pensaba, mientras intentaba alimentarla, pero Oreo, cada vez más frágil, solo buscaba rincones oscuros, lugares donde el mundo no pudiera alcanzarla.

El 28 de diciembre amaneció con una extraña calma, esa que precede a las despedidas más dolorosas. En la penumbra de la sala, Maryi se sentó junto a Oreo, acariciando su pequeño cuerpo que apenas tenía fuerzas para responder. A media mañana, Oreo levantó la cabeza y, con unos ojos que reflejaban una profunda melancolía, la miró directamente. Fue una mirada que llevaba consigo todas las palabras que nunca podrían ser dichas, como un colibrí que se despide antes de emprender su último vuelo. Cerró sus ojos y partió, dejando tras de sí un silencio pesado, interrumpido solo por el eco de los recuerdos.

Mientras los niños preguntaban por ella, decidimos contarles que Oreo había volado a un lugar donde los campos son infinitos y el sol nunca deja de brillar. Un lugar donde ella correría y jugaría con otros perritos, libre como un colibrí que se eleva hacia el cielo, dejando una estela de amor y dulzura en su vuelo final.

Maryi, con los ojos llenos de lágrimas, supo que Oreo había venido para enseñarles algo profundo: el amor incondicional, la fragilidad de la vida, y la importancia de valorar cada instante compartido. Así quedó su recuerdo, como un pequeño ser que, aunque breve, dejó una huella imborrable. Una historia que, aunque envuelta en lágrimas, continuará en cada rincón de sus corazones.

Oreo, con su pequeño y efímero vuelo, dejó un legado de amor, resiliencia y gratitud. Su historia es una invitación a vivir cada día con propósito y a abrazar cada momento como si fuera único.

miércoles, 18 de diciembre de 2024

#"El Regreso del Colibrí"


Cuando Maryi llegó a Armenia, lo hizo con una mezcla de esperanza y temor. El apartamento en el cuarto piso, ubicado a 20 minutos del centro, era un espacio nuevo para construir su vida. Su madre, siempre su apoyo incondicional, la acompañó durante el primer fin de semana. Al ver que Maryi parecía adaptarse, se despidió tranquila, confiando en que todo iría bien.

Los días iniciales fueron prometedores, pero la rutina pronto empezó a desgastar a Maryi. Cada jornada comenzaba a las 4 de la mañana, preparando desayuno y almuerzo antes de que él partiera al trabajo. Después, volvía a acostarse, cuidaba de los niños, hacía los oficios, y aguardaba su regreso como única fuente de compañía. Su vida se había convertido en un ciclo interminable de tareas, silencio y soledad.

La tristeza por no poder aportar económicamente se volvió una sombra constante. Maryi veía cómo él cargaba con toda la responsabilidad, y la impotencia se transformó en un estrés que los llevó a frecuentes discusiones. La relación, antes fuerte, parecía desmoronarse lentamente. Finalmente, un día, tras una discusión particularmente dolorosa, Maryi tomó a los niños y volvió a la casa de su madre.

Cuando él llegó al apartamento y lo encontró vacío, el impacto fue devastador. Comenzó a llamarla insistentemente, rogándole que reconsiderara. También buscó ayuda de su suegra y padrastro, pero Maryi se había cerrado en sus emociones. Todo lo que deseaba era empezar de nuevo, lejos de los problemas que la asfixiaban.

Sin embargo, mientras pasaban los días, algo comenzó a cambiar. Una mañana, desde el balcón de la casa de su madre, Maryi observó un colibrí que revoloteaba frente a ella. El pequeño pájaro, con plumas que parecían tejidas con los colores del arcoíris, la miró fijamente. En su mirada, Maryi sintió un mensaje profundo, como si aquel colibrí trajera una respuesta que su corazón necesitaba.

Esa noche, los niños comenzaron a hablar de cuánto extrañaban a su padre. Sus palabras, unidas a la imagen del colibrí, despertaron en Maryi una certeza: había amor, y donde había amor, había esperanza.

Decidió regresar, pero esta vez lo haría con un nuevo comienzo en mente. Su madre tenía una perra rottweiler que recientemente había tenido una camada de 11 cachorros. Uno de ellos, una pequeña perrita, capturó el corazón de Maryi y se convirtió en su nueva compañera de viaje. Cuando llegó de nuevo a Armenia, la familia la recibió con emoción, incluida la gatica que ya vivía en el apartamento.

La separación, aunque dolorosa, había servido para que ambos entendieran el valor de su relación. Aprendieron que, incluso en los momentos más difíciles, ceder un poco de orgullo y recordar lo que los une es esencial para seguir adelante.

Mientras decoraban la casa para la Navidad, Maryi vio al colibrí regresar al balcón. Esta vez no estaba solo; otro colibrí revoloteaba a su lado. Los observó con el corazón lleno de gratitud, comprendiendo que aquel pequeño mensajero había sido un símbolo de renovación y esperanza.

La historia de Maryi no terminaba allí. Ahora, con una familia más fuerte y la magia de los colibríes en su vida, sabía que cada día traería nuevas aventuras y lecciones. 

Esta historia, continuara....

domingo, 1 de diciembre de 2024

#El Vuelo de Maryi: Una Historia de Resiliencia y Esperanza

El colibrí se detuvo frente a la ventana de Maryi esa mañana, sus alas vibrando con un ritmo casi hipnótico. Maryi sonrió, aunque su rostro cargaba el peso de días enteros llenos de incertidumbre. Quizá el colibrí era un presagio, un recordatorio de que incluso las alas más pequeñas pueden cruzar los cielos más amplios.

Maryi recordó el inicio de su travesía, aquella noche en la que recogió los pocos pedazos de su vida después de separarse del padre de sus hijos. Sin muchas opciones, tocó la puerta de su tía, quien la acogió con calidez, pero también con límites. Maryi, consciente de no querer ser una carga, decidió que era hora de buscar otro refugio. Su abuelo, un hombre amable que vivía en Villavicencio, la recibió con brazos abiertos. Sin embargo, allí también la incomodidad de depender de otros la llevó a dar el salto más audaz de su vida: partir hacia Bogotá.

Subió al bus con el corazón lleno de miedo, pero también de esperanza. No llevaba nada más que el pasaje y una pequeña maleta, donde la ropa de sus hijos compartía espacio con las pocas pertenencias que le quedaban. Cuando llegó a Bogotá, la gran ciudad parecía susurrarle desafíos al oído. Una noche en un hotel prestado se convirtió en semanas de incertidumbre, rebotando de un lugar a otro sin un hogar fijo. Cada noche cerraba los ojos deseando estabilidad, un rincón seguro para ella y sus pequeños.

Finalmente, después de un mes de incesante lucha, Maryi reunió lo suficiente para alquilar una pequeña pieza. Aquel espacio, aunque humilde, se convirtió en su santuario. Era su pequeño universo, donde sus hijos podían dormir tranquilos. Con esfuerzo logró inscribirlos en el jardín infantil. “Por lo menos allí tendrán comida,” pensaba Maryi mientras apretaba los dientes para ignorar el hambre que la acompañaba casi a diario. Su estómago vacío no importaba tanto como las sonrisas de sus hijos al salir del jardín, con sus mochilas llenas de dibujos y sueños.

Pasaron cuatro meses. Cuatro meses de lucha diaria, de sacrificios. Cada madrugada, cuando la ciudad apenas despertaba, Maryi salía a la calle con una nevera llena de yogurt que ella misma había preparado la noche anterior. Caminaba incansable, ofreciendo su producto con la dulzura que solo una madre desesperada podía proyectar. Algunos días las ventas eran buenas; otros, la tristeza la invadía al regresar con varios tarros sin vender.

Pero nunca flaqueó. Ni una sola vez. Sus hijos eran su fuerza, su motor, su razón para no rendirse. Cada pequeño logro, cada risa, cada abrazo de sus pequeños le recordaba que, aunque su camino estaba lleno de espinas, también había flores que recogía en el trayecto.

Maryi sabía que la lucha aún no terminaba. Cada día traía nuevos retos, pero también nuevas oportunidades. El colibrí volvió a aparecer en su ventana, como un símbolo de esperanza. Ella lo miró, dejando que su vuelo errático le inspirara. Porque, como el colibrí, Maryi había aprendido a mantenerse en el aire, incluso en las tormentas.

Continuará…


 

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