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domingo, 3 de agosto de 2025

#“Richi y el Balón que Susurraba Sueños”


 Desde el instante en que Ricardo —mejor conocido como Richi— llegó al mundo aquel 29 de junio del 2010 en Bogotá, el destino parecía tenerle escrita una historia entre gambetas, madrugadas frías y sueños dorados. Su padre, sin saberlo, selló un pacto invisible al regalarle una pequeña camiseta de fútbol el mismo día de su nacimiento. No era una prenda cualquiera; parecía tener el alma de un sueño, el murmullo de una pasión.

Desde que tuvo conciencia, Richi nunca vio el balón como un objeto inerte. Para él, el balón era un amigo. Un confidente silencioso con el que hablaba, reía, lloraba y soñaba. Correr por los parques o entre las calles bogotanas con un balón en los pies era como entrar en otro mundo donde solo existían él y su compañero de cuero. En ese universo, el tiempo se detenía y el corazón latía al ritmo del regate.

A los cuatro años, ingresó a su primera escuela de formación. No tardó en saber que no era solo un pasatiempo: el fútbol era su lenguaje, su elemento, su propósito. Los torneos crecían en intensidad, y él crecía con ellos. Pronto entendió que para volar más alto tenía que cambiar de nido. Así llegó a Fortaleza CEIF, en Cota, un club que desafiaría su cuerpo y su alma.


El nuevo camino trajo consigo el rigor de la disciplina, los viajes al amanecer, los partidos bajo la lluvia, los entrenamientos que dolían en las piernas pero templaban el espíritu. Cada partido era una prueba. Y Richi comprendió que en el fútbol, el talento abre puertas, pero lo que te sostiene es la disciplina, la humildad, la fuerza mental y sobre todo, la capacidad de levantarse después de cada caída.

Y entonces, un día cualquiera que parecía como los otros, llegó la final. No era solo un partido más, era el partido. Al sonar el pitazo final, una ola de emociones lo envolvió: calma, alegría, gratitud. Lloró, pero no de tristeza. Lloró porque en ese instante supo que cada madrugada, cada golpe, cada gota de sudor, había valido la pena.

Pero Richi no se sintió solo. Al mirar a la tribuna, vio a sus papás, Dora y Ricardo, sus eternos cómplices. Ellos habían estado siempre, con sus sacrificios silenciosos, con sus voces firmes diciendo “no te rindas”, con sus brazos dispuestos a abrazarlo en la derrota y en la gloria. Ese título no era solo suyo. Era de ellos. Era una victoria tejida en familia, con amor, entrega y fe.

Ese día, Richi entendió que el fútbol era su sueño, pero sus papás eran la fuerza que lo impulsaba. En sus ojos vio el mismo brillo que sentía en el corazón. Supo que el camino apenas comenzaba, que vendrían días duros, que el futuro no siempre sería color de rosa. Pero también supo que mientras el balón siguiera a sus pies y sus padres estuvieran ahí, su sueño de vestir la camiseta de la Selección Colombia seguía vivo, latiendo con más fuerza que nunca.

Porque hay niños que nacen con un balón, pero pocos tienen el alma para escucharlo susurrar sueños.

martes, 18 de marzo de 2025

#Domingo de Encuentros y Despedidas


 Era un domingo 16 de marzo, con el alba teñida de un azul profundo salpicado de nubes como pinceladas divinas en el cielo de Santa María del Rincón, en Soacha. La brisa matutina llevaba consigo susurros de historias olvidadas, y el aire tenía un aroma a lluvia lejana, presagio de un día inolvidable. El reloj marcaba las 6:30 a. m. cuando Kike despertó de una noche en vela. Un extraño sueño había rondado su mente: una bicicleta que volaba sobre las calles de Soacha, dejando un rastro de luz dorada. La imagen de su bicicleta playera, que su amigo Deiby le había dejado frente a la urbanización la noche anterior a las 10:44 p. m., flotaba en su mente como una premonición.

En vez de rendirse al sueño, se sumergió en su rutina matutina: meditó hasta escuchar su propia respiración como un eco en la eternidad, hizo yoga hasta sentir que flotaba, escribió hasta que la tinta se convirtió en fuego, y ejercitó su cuerpo con la convicción de un guerrero preparándose para la batalla. Sus tres misiones del día eran claras: visitar a sus amigos don Julio, su esposa Beatriz y sus hijos; luego pasar donde don Luis Hernández; y finalmente, entregar la bicicleta a su nueva dueña, Tatiana. Todo esto antes de reunirse con Linda y Juanes en casa de sus suegros.

Linda, con su amor habitual, le preparó un desayuno digno de un semidiós: chocolate caliente, huevos revueltos con un toque de magia y pan recién horneado que despedía un aroma celestial. Con energía renovada, Kike se vistió con su indumentaria de atleta y salió a trotar por la ciclovía de Soacha, decidido a cumplir su agenda. En su trayecto, se encontró con doña Elvira, una mujer de ojos centenarios y voz de brisa nocturna. Al hablarle de su libro, sintió que algo en su mirada cambiaba, como si recordara algo que nunca había leído. Prometió comprar un ejemplar, y Kike sintió que el destino se había alineado.

Al llegar a la casa de don Julio, se encontró con Henry, su hijo, quien venía de entrenar. El reencuentro fue emotivo; se abrazaron con la fuerza de quienes saben que el tiempo es solo un capricho del universo. Don Julio y Beatriz lo recibieron con la calidez de siempre y, entre onces y charlas, Kike les narró con pasión cómo llegó a escribir su primer libro. Firo, la mascota de la familia, se acercó a él con una familiaridad inusual, como si Kike trajera consigo un secreto que solo los animales pueden percibir. Beatriz, sorprendida, comentó que el perro solía ladrar a los desconocidos. Aquella conexión instantánea confirmó que Kike ya era parte de la familia. Antes de irse, les entregó un libro con una dedicatoria especial para don Julio, resaltando su disciplina como árbitro de fútbol y su ejemplo de integridad.

El reloj avanzaba implacable. Kike miró su pulsera digital: 1:30 p. m. Tendría que posponer su visita a don Luis para el día siguiente. A las 2:25 p. m. salió rumbo al barrio Teusaquillo, recorriendo casi 18 kilómetros en bicicleta. En el camino, cruzó puentes y peatonales, deslizándose con la agilidad de un alquimista sobre su escoba encantada. Había algo poético en aquella despedida con su bicicleta, como si se despidiera de un viejo amigo que guardaba mil secretos en su estructura de metal y caucho. A las 4:05 p. m., llegó al punto de encuentro y llamó a Tatiana. Al ver a la mujer que la acompañaba, Kike pensó que era su madre, pero algo en su mirada le hizo dudar. Había un misterio en su expresión, un enigma que no estaba dispuesto a resolver en ese momento.

La transacción transcurrió con una mezcla de nostalgia y alegría. Tatiana, encantada con la bicicleta, sugirió grabar un video de la entrega. Kike aprovechó para ensayar un guion de un minuto sobre su libro. Tras algunas tomas y fotos, la conexión entre ellos se fortaleció, y Tatiana prometió contactarlo para adquirir un ejemplar.

Eran las 5:15 p. m. cuando Kike se despidió. Subió a un bus del SITP hasta el centro y luego tomó un Transmilenio rumbo al 20 de Julio, desde donde abordó un alimentador que lo llevó a casa de sus suegros. Linda y Juanes lo esperaban con sonrisas cómplices. Agotado pero satisfecho, Kike se dirigió directamente a la cocina. Su estómago rugía tras la maratónica jornada de trote y ciclismo. Una generosa picada de carne, rellena, ensalada y maíz pira con gaseosa fría lo aguardaba, como un festín de reyes después de una épica batalla.

La noche cayó, y tras compartir regalos y mercado para su hija Taly y sus nietos mellizos, emprendieron el regreso a Soacha. Mientras el autobús se deslizaba por la carretera iluminada por faroles intermitentes, Kike sintió que algo grande estaba por venir. Tal vez era el cansancio, tal vez el destino.

Esa noche, Kike durmió profundamente. Al día siguiente, un nuevo reto lo aguardaba: vender tres libros a sus antiguos vecinos y amigos.

¿Lo lograría?

...Esta historia continuará.

viernes, 14 de febrero de 2025

#✨ "El Libro que Susurró al Alma: El Mensaje de un Nuevo Amanecer" ✨


 La mañana del 13 de febrero amaneció nublada, envuelta en un aire de misterio y expectativa. Kike despertó después de un sueño profundo y apacible, con la sensación de haber viajado a un mundo desconocido mientras dormía. Miró la hora: 5:40 a.m. Aún con los ojos entrecerrados, recordó que a las 2:58 a.m. había despertado brevemente, sintiendo una energía envolvente, casi mística, que lo acompañaba en la quietud de la noche. En lugar de luchar contra el insomnio, cerró los ojos y dejó que la meditación lo guiara de vuelta al sueño.

Tenía muchas cosas en mente, pero una de ellas le preocupaba en especial: el arreglo de la luz. Para su fortuna, don José, un buen vecino, le había conseguido un electricista que solucionó el problema en menos de cinco minutos. Con esa tarea resuelta, Kike se sumergió en su rutina diaria de entrenamiento y disciplina. Dos horas de ejercicio, mente enfocada y un objetivo claro: escribir.

Desde el día anterior tenía dos blogs en mente y sabía que debía plasmarlos con la misma pasión con la que vivía cada instante. A las 11:00 a.m., tras cumplir con los quehaceres del hogar, se sentó a escribir el primero: "El Salto de Fe de Kike". A las 2:00 p.m. ya lo tenía listo y sintió una satisfacción serena al ver su historia cobrar vida.

Fue entonces cuando el destino comenzó a susurrarle al oído. Su teléfono sonó, y al contestar, escuchó la voz entusiasta de su tocayo Jaime Triana:

—Tocayito, quiero comprarte el libro. ¡Resérvame un ejemplar!

Kike sonrió.

—Tocayito, con gusto te lo separo. Si quieres, te hago la dedicatoria a ti y a tu compañera. Ni más faltaba, hermano. ¡Un abrazo y bendiciones!

Minutos después, otro mensaje llegó. Era de su amiga Mireya, atleta del Olaya en Bogotá, pasándole la dirección para que le enviara su ejemplar.

—Con gusto, mi campeona, mañana mismo te lo envío —respondió Kike, sintiendo que cada venta no era solo un libro más entregado, sino una semilla sembrada en el corazón de alguien que apreciaba su esencia.

La tarde avanzó, y Kike se dedicó a escribir su segundo blog: "El Susurro del Destino: Kike y la Promesa del Nuevo Amanecer". Mientras las palabras fluían, se tomó un descanso para preparar su almuerzo. Arroz con verduras, ensalada de remolacha y zanahoria, papas y una sardina bañada en salsa de tomate. Para acompañarlo, un jugo fresco de zanahoria recién sacada de su huerta. Todo tenía un sentido, todo se alineaba con su propósito de vida.

Cuando cayó la noche y estaba a punto de publicar su blog, un mensaje inesperado iluminó su pantalla. Era su gran amigo y cómplice literario, Óscar. Juntos habían compartido incontables tertulias en Bogotá, intercambiando libros de crecimiento personal y literatura clásica. Recordaba aquellas tardes en su negocio, donde conversaban sobre intelecto, sueños y los misterios del universo.

Pero esta vez, Óscar no solo escribía: también enviaba una foto. En ella, junto a su esposa e hijos, sostenía con orgullo el libro "Historias que Inspiran la Imaginación". La imagen transmitía una magia especial. Kike pudo ver el brillo en los ojos de la familia de Óscar, como si el libro les estuviera susurrando secretos, como si en sus páginas guardara un mensaje que solo ellos podían descifrar.

Junto a la foto, Óscar escribió:

"Mi maestro escritor, un cordial saludo de mi familia. Mil gracias por la mención."

Pero eso no fue todo. Óscar continuó con palabras que tocaron el alma de Kike:

"Mi gran amigo y literato de la más alta disciplina, hoy me llegó el libro de su autoría y es una joya invaluable.
Le daría un mensaje inspirador al mundo si se anima a lanzar su propio contenido por plataforma de podcast, le compartiría a la humanidad un contenido excelso de su conocimiento y riqueza literaria. Un gran abrazo."

Kike sintió un escalofrío recorrer su espalda. Era como si el universo le estuviera enviando señales, empujándolo hacia un nuevo camino que aún no había considerado. Respiró profundo y respondió con el corazón:

"Mi querido amigo Óscar, tus palabras son un verdadero tesoro para mí. Saber que el libro ha llegado a tus manos y que lo valoras de esa manera es un regalo invaluable.
Tu apoyo y confianza en mi trabajo me impulsan a seguir compartiendo mi pasión por la escritura. Me emociona la idea del podcast, y créeme que lo consideraré seriamente. Si algún día me animo, será un honor contar con un oyente y amigo como tú. Un fuerte abrazo y gracias por tu inspiración constante."

Óscar cerró la conversación con un mensaje que selló el momento:

"Hoy mismo comienzo a leerlo."

Esa noche, Kike cerró los ojos con una sensación indescriptible. Había terminado de leer "Tónico para el Alma" de Osho, y sintió que, de alguna manera, el libro había hablado directamente a su espíritu. Desde hacía unos días, sentía una energía envolviéndolo, como si una presencia divina estuviera a su lado, disipando sus miedos y transformándolos en luz.

El destino tenía un plan para él, y él estaba listo para escucharlo.

lunes, 10 de febrero de 2025

# "El Guerrero del Asfalto: La Odisea de Kike y su Manada de Leones"

Era un domingo 15 de enero de 2017, en Bogotá. El reloj marcaba las 7:00 a.m., y la ciudad aún bostezaba bajo un manto gris y frío. Para muchos, era una mañana perfecta para seguir envueltos en las cobijas o para recuperarse de los estragos de alguna fiesta de comienzo de año. Pero para Kike y su intrépido grupo del Club ADES, aquella no era una excusa. Cada uno de los más de treinta integrantes era un león guerrero, un corredor con la llama del desafío en sus venas.



Fernando Prieto, Martha, Rosita, Campo Elías, Olga Campos, Martha Vanegas, el Mono Rojas, Jaime Triana, don Octavio, Wilson, Carmencita, Jhonny y muchos más conformaban la manada. Se reunían, como era costumbre, en el Edificio El Tiempo, en la avenida Jiménez con carrera Séptima. Desde allí, iniciaban su travesía dominical por la ciclovía, recorriendo la ciudad en una danza de zancadas y respiraciones profundas.

Entre ellos destacaba Julio César Trejos, amigo de infancia de Kike. El destino los había separado, pero los años los reencontraron en el Club Correcaminos y, posteriormente, en el Club ADES. Julio tenía el don de convocar y organizar entrenamientos que, cada domingo, reunían a decenas de corredores. Siempre con un punto de partida emblemático: la Plaza de Bolívar o el Edificio El Tiempo.

Kike, sin embargo, nunca hacía las cosas como los demás. Mientras sus compañeros llegaban en bus desde distintos rincones de la ciudad, él salía trotando desde su casa en el barrio Olaya antes de las 6:30 a.m. Cinco kilómetros de calentamiento que aumentaban de intensidad conforme avanzaba, para llegar al punto de encuentro sin un ápice de fatiga. Lo miraban con asombro y escepticismo.

—Son 18 kilómetros los que nos esperan —le advertían algunos.

Pero Kike solo sonreía. Para él, el cansancio era un viejo amigo que nunca le impedía ir más allá. Amaba los retos, y su espíritu indomable despertaba la admiración de sus compañeras, quienes no dudaban en tomarse fotos con él. Lo que para algunos eran excentricidades, para él eran rituales de disciplina, pequeños pasos en el camino que lo transformarían en un atleta de alto rendimiento y, con el tiempo, en un escritor que inmortalizaría cada uno de estos momentos.

A las 7:15 a.m., más de treinta corredores comenzaron la travesía, cada uno a su ritmo. Kike se mantuvo en el grupo hasta llegar a la calle 85 con Séptima, donde comenzaba el ascenso que para muchos era un muro infranqueable. Pero para él, era una invitación al éxtasis. Apenas escuchaba la palabra "ascenso", sentía un escalofrío de emoción. Era un escalador nato, un amante de las cumbres.

Mientras otros aminoraban el paso, él aceleraba. Su mirada felina escrutaba la pendiente. Miró hacia atrás, se aseguró de que no vinieran autos, y desató la tormenta. Sus piernas eran dos bólidos devorando la inclinación, adelantando ciclistas, dejando atrás a los que intentaban seguirle el paso. Cuando llegó a la cima, los pulmones le ardían, pero el alma le sonreía. Sus compañeros fueron alcanzándolo poco a poco, algunos jadeando, otros con la satisfacción de haber superado sus propios límites.



Al final, todos se hidrataron, se tomaron fotos y compartieron un desayuno en un restaurante en Patios. Las risas y abrazos sellaron la jornada, y Julio César los citó para la próxima aventura, otro domingo, otro destino, otra historia que contar.

Porque solo cuando nos atrevemos a ser y pensar diferente, logramos hazañas que otros ni siquiera imaginan.

Y tú, ¿qué estarías dispuesto a hacer diferente para marcar la diferencia en la vida de quienes te rodean?

 

viernes, 7 de febrero de 2025

#"Kike y la Carrera Mágica del Destino"


 Era una mañana gris de lunes festivo, el 10 de junio del 2024, en la cancha auxiliar del estadio del Olaya, en Bogotá. A las 6:00 a. m., la ciudad aún parecía dormida bajo un cielo encapotado, amenazante de lluvia. Pero Kike, con su férrea disciplina, ya estaba en movimiento desde las 4:00 a. m. Su rutina matutina estaba completa: meditación, oración, yoga y escritura. Como cada día, se dirigió a la cancha sintética del Olaya, a solo dos cuadras de su casa, para entregarse a su entrenamiento.

Pidió a la vigilancia que le habilitara la cancha y, tras el permiso, ingresó con la determinación de siempre. Comenzó con ejercicios de fuerza y movilidad articular. Luego, emprendió un fondo progresivo de una hora y media. Cada vuelta de la cancha medía 320 metros, y al final completaría 65 giros. Para muchos, era una locura. Para Kike, era su forma de vida.

Corría descalzo, sintiendo cada milímetro del césped sintético en la planta de sus pies. Mientras avanzaba, repetía afirmaciones positivas, una diferente en cada vuelta. Su mente iba más allá de la monotonía, convirtiendo cada paso en una meditación en movimiento. Sin embargo, un pensamiento lo golpeó: pronto partiría a Silvania. En menos de un mes, su vida daría un giro de 360 grados. La incertidumbre lo invadió por un instante, pero se aferró a su fe. Le entregó sus temores a Dios y al universo y siguió corriendo.

En su mente desfilaban rostros familiares. Extrañaría a sus amigos de entrenamiento, aquellos que admiraban su disciplina. Recordó a don Juan Carlos Blanco, el taxista amable que trotaba a un ritmo suave y siempre se asombraba de la resistencia de Kike. También a Diego Rincón, su esposa Lina Morales y su cuñada, quienes con esfuerzo combinaban su vida laboral con el atletismo. Ellos admiraban su estilo de correr descalzo, aunque con escepticismo. Kike siempre les recomendaba probarlo, convencido de sus beneficios para la salud y la conexión con la tierra.

También recordaba a Luz Dary Contreras, don Nelson Aguilera, Wilfredo Castro, Myriam Moreno, María Nina y Mireya, Luz Dary y Mireya habían experimentado correr descalzas en algunas ocasiones y quedaron fascinadas con la sensación de libertad que ofrecía.

Los años pasaron, y un inesperado giro del destino los volvió a reunir. Era el 5 y 6 de junio del 2025. Kike, convertido ahora en escritor, se reencontró con ellos simbólicamente a través de su libro: Historias que inspiran la imaginación. Sus amigos, aquellos que compartieron madrugadas de entrenamiento, fueron los primeros en apoyarlo comprando su obra. Él, con gratitud, les entregó sus ejemplares con dedicatorias personalizadas:


Para Diego Rincón, Lina Morales y Valeria Rincón:

Queridos Diego, Lina y Valeria,

La vida es una carrera llena de desafíos, sueños y momentos mágicos. Ustedes, con su disciplina y pasión por el deporte, son un ejemplo de constancia y amor por lo que hacen. Que estas historias inspiren aún más su camino y los impulsen a seguir alcanzando nuevas metas.

Con gratitud y admiración, Jaime Humberto Sanabria


Para Juan Carlos Blanco y Amanda Meneses:

Queridos Juan Carlos y Amanda,

La constancia es el secreto de los grandes triunfadores, y en ustedes veo ese espíritu inquebrantable. Que este libro sea un reflejo de la magia de creer en los sueños y de la fortaleza de nunca rendirse. ¡Sigan conquistando metas y disfrutando el hermoso camino de la vida!

Con cariño y admiración, Jaime Humberto Sanabria


Para mis grandes amigos Nelson Aguilera y Luz Dary Contreras:

Porque en el camino de la vida y del atletismo, no solo se necesitan fuerzas en las piernas, sino también en el alma. Ustedes fueron ese impulso en los momentos en que más lo necesité, recordándome que la verdadera grandeza está en el corazón de quienes ayudan sin esperar nada a cambio.

Este libro es un tributo a la inspiración, la perseverancia y la amistad inquebrantable. ¡Gracias por ser luz en mi camino!

Con gratitud y aprecio, Jaime Humberto Sanabria


Aquella cancha sintética, testigo de sudor, esfuerzo y disciplina, se convirtió en el punto de encuentro de amistades inquebrantables. Kike no dejó nada al azar; su destino lo construyó con cada paso, con cada palabra escrita, con cada enseñanza compartida. La vida los reencontró, no por casualidad, sino por el poder de la escritura y la magia de los sueños cumplidos.

martes, 3 de diciembre de 2024

#Un Amanecer con Kike: Entre Temores y Triunfos

 

Eran las 3:42 am en un paraíso tropical llamado Silvania cuando Kike abrió los ojos. La penumbra de la madrugada envolvía su habitación como un manto de calma, y el silencio era interrumpido solo por el leve zumbido de su celular. Al desbloquearlo, notó un mensaje de un diseñador gráfico en España. El mensaje le pedía crear una frase para el Bookplay de una obra.

Kike no se apresuró. Guardó el celular con la serenidad de quien confía en el flujo de la vida. Sabía que las grandes ideas nacen en momentos de conexión interior. Se incorporó y comenzó su ritual diario: meditación profunda, respiraciones conscientes y visualización de sus metas. Mientras agradecía al Universo, recordó una enseñanza recibida el día anterior durante una conferencia en el Ácora de Bogotá.

El consultor César Sánchez había citado al chef peruano Gastón Acurio:
"El cocinero que no divulga sus recetas está condenado a desaparecer."

Esa frase resonó en Kike como un eco poderoso. Reflexionó sobre su significado y decidió que, algún día, él también compartiría su camino y evolución personal con quienes lo rodeaban. Este compromiso no era solo con el mundo, sino consigo mismo. Sabía que, aunque le quedaba un largo trecho por recorrer, poseía la determinación y la disciplina necesarias para alcanzar sus sueños.

Tras su meditación, Kike se sentó en su escritorio y comenzó a trabajar en la frase solicitada. Su mente divagaba entre ideas, mientras su corazón buscaba el mensaje perfecto. Después de hora y media de esfuerzo creativo, finalmente dio con las palabras precisas: una combinación de inspiración y autenticidad que cristalizó la esencia de la obra que le habían encargado.

Sin embargo, el día no transcurría sin desafíos. Cerca de las 11:00 am, mientras disfrutaba de su desayuno, un sentimiento oscuro le invadió el pecho. Una situación dolorosa con un ser querido retumbó en su interior como un eco cruel. Era un dolor agudo, como si una piedra dura se alojara en su corazón, acompañado por la punzada invisible de la decepción.

Por un instante, Kike sintió que iba a rendirse. Se recostó en su cama, buscando refugio en el silencio de su mente. Pero en lugar de hundirse en la desesperación, recurrió nuevamente a su práctica. Cerró los ojos, respiró profundamente y dirigió su atención al dolor, como si lo observase desde la distancia. Visualizó aquella piedra que lentamente se desmoronaba y el puñal que, con cada exhalación, se retiraba suavemente de su pecho.

Con renovado alivio, Kike dejó ir la situación. Confió en que Dios y el Universo se encargarían de equilibrar aquello que estaba fuera de su control. Se levantó con determinación, prometiéndose monitorear sus emociones y cuidar su equilibrio interno.

Esta experiencia no solo le permitió superar su momento de debilidad, sino que también reafirmó su compromiso con el autoconocimiento. Cada día, Kike se nutría de disciplina, aprendizajes y congruencia, recordándose que las dificultades no son más que escalones hacia un crecimiento mayor.

Lecciones para la Vida

La historia de Kike nos enseña que el autoconocimiento y la disciplina son nuestras mejores herramientas para enfrentar los temores. Según la ciencia, prácticas como la meditación y la autoobservación activan el sistema nervioso parasimpático, reduciendo el estrés y promoviendo una mayor claridad mental. Además, el aprendizaje continuo y la búsqueda de mentores nos brindan el faro que ilumina el camino hacia nuestras metas.

Cada obstáculo es una oportunidad para crecer, y cada desafío, una invitación a confiar en el poder del Universo. Así, como Kike, todos podemos enfrentarnos a las tormentas internas y emerger más fuertes, con un corazón dispuesto a compartir nuestras "recetas" con el mundo.

jueves, 3 de octubre de 2024

El Encuentro de 30 Segundos que Cambió una Vida


                                                                                                                                                                                                                                                        El 15 de marzo de 1985, a las 1:15 p.m., Sergio vivió un instante que marcaría el resto de su vida. Caminaba de regreso a su oficina después de un almuerzo placentero en una tarde soleada de Bogotá, cruzando tranquilamente la Calle 85 con la Avenida 15. El semáforo en verde lo animaba a seguir, pero algo en el horizonte captó su atención: un auto elegante, con el volante al lado derecho, algo poco común en la ciudad, que se detuvo justo a su lado.

La curiosidad de Sergio lo llevó a levantar la mirada, y lo que vio lo dejó sin palabras. Allí, tras el volante, estaba nada menos que Gabriel García Márquez, el Premio Nobel de Literatura de 1982. La sorpresa fue tan abrumadora que el tiempo pareció detenerse. Por unos segundos, que para Sergio se sintieron como una eternidad, sus ojos se cruzaron con los del famoso escritor. Gabo lo miró de forma serena, casi adivinando los pensamientos de Sergio. Fue un instante mágico, un encuentro silencioso que le dejó una profunda sensación de paz y bienestar.

El semáforo cambió, y el auto de Gabo arrancó lentamente, perdiéndose entre el tráfico. Sergio, atónito, se quedó inmóvil viendo cómo se alejaba, lamentando no haber tenido el valor de pedirle un autógrafo o siquiera saludarlo. Aún más, ese día había olvidado en casa el libro que estaba leyendo: El coronel no tiene quien le escriba. "¡Hubiera sido perfecto para un autógrafo!", pensó, lleno de una nostalgia que lo acompañaría por muchos años.

Sin embargo, la vida siguió su curso. Sergio, inmerso en sus ocupaciones diarias, dejó la lectura a un lado por un buen tiempo. Pasaron los años, y a los 50 años, una chispa interna lo impulsó a hacer algo diferente. Sentía que era el momento de transformar su vida. Decidió retomar la lectura, esta vez con un propósito firme. Tres meses después, el hábito de leer ya era parte esencial de su día a día. Cada libro que leía lo hacía sentir más conectado consigo mismo.

A los 57 años, la escritura se sumó a su rutina. Comenzó a escribir un diario en hojas en blanco, con el fin de mejorar su caligrafía, pero también para expresar sus pensamientos y vivencias. Esta costumbre lo hizo diferente al resto, en un mundo donde todos parecían estar pegados a sus celulares, mientras Sergio disfrutaba de la tranquilidad de un buen libro en cualquier rincón. Sus hábitos fueron ampliándose, añadiendo disciplinas como el atletismo, yoga, y natación, siempre buscando superarse.

Finalmente, a los 60 años, recordó ese encuentro fugaz con Gabriel García Márquez y lo interpretó como una señal que lo había guiado a lo largo de su vida. Ese instante había plantado una semilla en su corazón, y ahora, Sergio tomó la decisión de convertirse en escritor. Si aquel hombre que admiraba tanto lo había mirado de forma tan significativa, quizás era una señal de que también él tenía algo que contar al mundo.

La historia de Sergio nos enseña que, a veces, un solo momento es suficiente para inspirarnos a cambiar el rumbo de nuestra vida. Con autodisciplina, determinación y el valor de pensar de manera diferente, podemos alcanzar lo que antes parecía imposible. Aquellos 30 segundos con Gabo se convirtieron en el motor que impulsó a Sergio a descubrir su verdadera vocación, recordándonos que cada encuentro, por breve que sea, puede esconder un universo de posibilidades.

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