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martes, 22 de abril de 2025

#"El día que la imaginación despertó en Villa de las Bendiciones"



"En los pequeños detalles se encuentra la magia de la vida"

Érase un Sábado Santo, 19 de abril, en una tibia mañana de invierno en Villa de las Bendiciones, un rincón encantado donde el tiempo parece detenerse y lo imposible se vuelve cotidiano. Aquel amanecer, bañado por un sol dorado y el canto celestial de los pájaros multicolores, fue acompañado por una brisa suave que danzaba entre los árboles como si anunciara que algo extraordinario estaba por suceder.

Los visitantes de Silvania comenzaban a empacar sus recuerdos y preparar el regreso a sus destinos. El reloj marcaba las 6:12 a.m., y Kike, con el corazón latiendo como tambor de fiesta, despertaba sabiendo que ese no sería un día cualquiera: ese era el día del lanzamiento de su primer libro, “Historias que inspiran la imaginación”.

Aquel libro no había nacido por casualidad. Había germinado entre leyendas y sueños, en una tierra mágica, donde cada relato estaba lleno de emoción, sanación y una chispa de esperanza. Sus páginas tenían el don de transformar al lector, sumergiéndolo en historias que hacían soñar, reflexionar y volver a creer en lo cotidiano.

Como cada mañana, Kike se sumergió en su ritual sagrado: meditación, yoga, oración, fortalecimiento físico y una lectura inspiradora. Ese día lo acompañó Gabo, con su obra “Vivir para contarla”, como si el maestro supiera que hoy, Kike también estaba a punto de comenzar a “contar su vida”.

A las 3:00 p.m., en el Café Zeratema, se realizaría el gran lanzamiento. Además, existía la posibilidad de una entrevista radial con Radiosur 106.4 FM, gracias al amigo de Karen que viajaba desde Bogotá sólo para ese encuentro especial.

Mientras Juanpis, su hijo, dormía plácidamente en los brazos de Morfeo, Kike desayunaba junto a Karen y Omar. Karen, como enviada de los dioses, había preparado unos huevos criollos revueltos con cebolla y tomate, envueltos asados y un espumoso chocolate que parecía bendecido por el mismísimo Gabriel García Márquez.

El reloj no perdonaba. Kike alistó su mejor atuendo, repasó su discurso 18 veces frente al espejo y, con algunos ejemplares en su morral, partió apresurado hacia el Café. A mitad de camino, comenzó a lloviznar suavemente, como si el cielo también quisiera participar del evento. Kike apuró el paso bajo aquella lluvia mística y llegó al lugar a las 2:27 p.m.

Karen y Omar lo llamaron, preguntando por una sombrilla. Kike, con voz serena, les indicó dónde hallarla y ellos emprendieron camino para apoyarlo, mientras Juanpis seguía durmiendo, como si su inocencia supiera que los sueños también se sueñan despiertos.

Faltando pocos minutos para las tres, Kike revisó su celular. Mensajes llegaban como bendiciones: amigos de distintas partes del país le deseaban suerte y le agradecían la invitación, aunque muchos estaban viajando por Semana Santa. Kike entendió entonces que el día no era perfecto, pero el momento sí lo era.

Doña Laura, organizadora del evento, improvisó como una maga, aunque no había micrófono. Entonces Kike, con su voz como instrumento, decidió hacer algo fuera de lo común: ir mesa por mesa, llevando su historia como un vendedor de sueños.

En la primera mesa encontró a Johanna y su compañero, invitados por doña Liliana, quienes quedaron cautivados por el relato. Luego visitó dos mesas más, donde fue recibido con sonrisas y gratitud. Finalmente, se acercó a los profesores Robinson Galvis y su familia, quienes le expresaron su apoyo y prometieron adquirir el libro en la quincena.


El balance fue tan positivo como el amanecer de ese día: dos de cuatro mesas dijeron “sí” al libro. Johanna no dudó en llevarse un ejemplar, y Kike le escribió una dedicatoria que parecía más bien un conjuro de gratitud:

La vida, en su forma más bonita, une a las personas a través de pequeños detalles… como un libro, una historia o una simple coincidencia.
Hoy me llena de alegría saber que “Historias que Inspiran” llamó tu atención y tocó tu corazón, porque detrás de cada palabra hay un pedacito de mi alma, mis sueños y mis aprendizajes.
Gracias por abrirle espacio en tu vida a estas páginas, por apoyar este sueño y por recordarme que los mensajes encuentran su camino hacia las personas indicadas.
Que cada historia aquí escrita te abrace, te haga sonreír y te inspire a seguir creyendo en la magia de la vida.

Fotos, abrazos y sonrisas sellaron el encuentro. Kike agradeció profundamente a Laura, quien le reiteró su apoyo incondicional para futuros lanzamientos. Con el corazón hinchado de gratitud, emprendió el regreso a casa, inquieto por haber dejado solo a su pequeño Juanpis.

Ya en casa, lo encontró despierto. Le calentó el almuerzo con el mismo amor con el que había cocinado su libro. A la media hora, regresaron Karen y Omar con una noticia que haría vibrar el alma de Kike: el periodista ya venía en camino a Silvania.

A las 9:00 p.m., don Víctor llegó. Karen los presentó y, sin más preámbulos, el periodista propuso hacer de inmediato la entrevista. Fueron casi seis minutos intensos, donde las preguntas fueron precisas y las respuestas de Kike, certeras como flechas del alma.

La noche se extendió entre charlas sobre literatura, periodismo, anécdotas y risas que sanaban el alma. A la una de la mañana, se despidieron para descansar, aunque el corazón de Kike seguía despierto, latiendo con fuerza.

El domingo traería nuevas sorpresas. Antes de regresar a Bogotá, don Víctor prometió grabar unos videos promocionales para presentar el libro de Kike.

¿Qué más aventuras le aguardaban al soñador de Villa de las Bendiciones?

…Esta historia continuará.

 

miércoles, 8 de enero de 2025

#"La Travesía Cunditolimense: La Última Escalada de Jhonny"


 El amanecer en Anapoima surgió con un manto de penumbra que envolvía al pueblo en un cálido resplandor de incertidumbre. Jhonny, un ciclista audaz y soñador, despertó a las 4:30 a.m., con el corazón cargado de temores y un sinfín de preguntas flotando en su mente. La amenaza de lluvias torrenciales, deslizamientos de tierra, y un posible paro camionero parecían conjurarse contra su regreso a Bogotá. Pero en lo más profundo de su ser, una chispa de determinación brillaba, lista para desafiar cualquier adversidad.

Antes de enfrentarse a la montaña, Jhonny recurrió a su refugio espiritual. En el silencio de la madrugada, practicó meditación y yoga, disipando las nubes de incertidumbre que ensombrecían su espíritu. En esos minutos de introspección, entendió que los temores no eran más que fantasmas de su imaginación. Reavivado, se dispuso a enfrentar la jornada que lo aguardaba.

Con el uniforme azul que infundía calma, su bicicleta impecablemente revisada, y un banano como su primera dosis de energía, partió a las 5:15 a.m. hacia el desconocido. La oscuridad inicial del camino lo obligó a encender las luces de su bici, navegando casi a ciegas mientras las sombras de la carretera jugaban con su percepción. Pero con cada pedalazo, el amanecer comenzaba a desplegar su magia, tiñendo el cielo de tonalidades cálidas y despejando su ruta.

El ascenso hacia La Mesa fue un desafío lleno de emociones encontradas. A cada curva, los recuerdos de otras épocas y antiguos amores lo invadían. La nostalgia, sin embargo, era tan efímera como el susurro del viento que empujaba su bicicleta hacia adelante. La naturaleza, en su esplendor, lo recompensaba con paisajes que parecían sacados de un cuento.

A mitad del trayecto, el destino le envió una señal peculiar: un mango rodó desde un árbol hacia sus pies, como si la montaña misma le ofreciera un tributo. Jhonny lo tomó con gratitud, y ese fruto dulce se convirtió en un impulso inesperado para sus agotadas piernas.

El punto más crítico llegó en el Alto de Mondoñedo, una serpiente de asfalto que serpenteaba hacia el cielo. La inclinación brutal y las curvas interminables pusieron a prueba no solo su cuerpo, sino su voluntad. "No puedo fallarme", pensó, aferrándose a esa idea como un ancla en medio de la tormenta.

A las 11:40 a.m., la cumbre finalmente apareció ante él, como un faro que anuncia el fin de una travesía épica. Al llegar, una lágrima furtiva rodó por su mejilla. Había conquistado la etapa más exigente de su vida ciclista, y la satisfacción era tan inmensa que todo el cansancio se desvaneció en un instante.

El descenso hacia Bogotá fue un viaje triunfal. El aire frío acariciaba su rostro, mientras su mente repasaba cada obstáculo superado, cada duda vencida. Cuando finalmente cruzó la puerta de su hogar, su madre Carmencita, lo recibió con un abrazo cálido y un almuerzo que sabía a victoria.



 La Travesía Cunditolimense no fue solo un recorrido físico; fue un espejo de la vida misma, con sus pruebas y recompensas. Jhonny aprendió que los mayores miedos son construcciones de la mente, y que solo con valentía y fe se pueden superar.

Ahora, con el sueño de conquistar el Alto de Letras en el horizonte, Jhonny sabe que este es solo el comienzo de nuevas aventuras. Porque, en el fondo, la vida es eso: una travesía donde cada kilómetro vale la pena.

miércoles, 25 de diciembre de 2024

#El Mantra de la Gratitud: La Transformación de Kike

 

Era el 25 de diciembre, exactamente a las 12:24 a.m., cuando el eco de los últimos estallidos de pólvora se apagó, dando paso a un amanecer sereno en Villa de las Bendiciones, Silvania. El aire estaba impregnado de una paz casi mágica, como si la noche misma se inclinara en gratitud por la llegada de la Navidad.

Kike, un soñador empedernido, se encontraba en su rincón favorito, reflexionando. Durante el mes de diciembre, su vida había cambiado drásticamente. Había conocido a personas extraordinarias, almas que parecían haberse cruzado en su camino como piezas predestinadas de un gran rompecabezas. Estas conexiones no eran casualidad; Kike lo sabía, y en su corazón rebosaba gratitud.

Entre estas personas estaba don Wilson García, un hombre cuya generosidad y nobleza parecían sacadas de un cuento. Kike lo había conocido en una feria artesanal en julio, donde Linda, su esposa, había inscrito su pequeño emprendimiento. Aquella feria, con su bullicio y colores, marcó el inicio de una amistad peculiar y profunda.

Don Wilson recorría los puestos, haciendo pequeñas compras en cada uno como si quisiera inyectar esperanza en los corazones de los emprendedores. Cuando llegó al puesto de Kike y Linda, su sonrisa cálida bastó para crear un puente de empatía. Fue entonces cuando Kike, con su curiosidad característica, le preguntó:

—¿Y usted por qué es así?

Desconcertado, don Wilson respondió:

—¿Así cómo?

—Tan generoso. Apoya a los emprendedores como si fueran su familia. Eso es algo único en este mundo.

La conversación sembró la semilla de una amistad que se fortalecería con el tiempo. Días después, en una reunión agropecuaria, don Wilson presentó a los vecinos el concepto del rescate de semillas ancestrales. Kike, que siempre había sido un hombre de ciudad, descubrió en esas palabras un amor inesperado por el campo. Fue un momento de epifanía, como si las raíces de la tierra lo llamaran a ser parte de algo más grande.

Con el paso de los meses, la relación entre ambos se transformó en un intercambio de aprendizajes. Kike comenzó a escribir blogs inspirados en su entorno y en las historias de la gente que lo rodeaba. Aunque don Wilson dudó al principio del potencial de Kike como escritor, pronto quedó cautivado por la profundidad de sus relatos.

Lo que don Wilson no sabía era que Kike había encontrado su brújula espiritual en la lectura diaria de la Biblia y en los libros de autores como Deepak Chopra, Lain Garcia Calvo, Eckhar Tolle, Pablo Arango y varios escritores. Estas obras no solo le enseñaron la importancia de la gratitud, sino que también encendieron en su corazón un sueño: si la humanidad practicara la gratitud, el mundo podría transformarse en un lugar más pacífico y compasivo. 

El 2 de octubre, Kike alcanzó un hito que parecía imposible: terminó de escribir su primer libro. Don Wilson, conmovido por la pasión y dedicación de su amigo, lo integró al equipo de la UTAMA, donde Kike ofrecía sus escritos sin pedir nada a cambio. Aunque enfrentaba dificultades financieras, Kike nunca cobró por su trabajo. Para él, escribir era un acto de gratitud y un puente hacia sus sueños.

Esa noche, mientras las estrellas iluminaban el cielo de Villa de las Bendiciones, Kike cerró los ojos y pronunció su mantra:

—Gracias.

Agradeció por las personas que habían llegado a su vida, por las lecciones aprendidas, y por el don de escribir historias que inspiran. Sabía que la Divina Providencia siempre recompensa a quienes actúan con amor y fe.

Esta historia nos enseña que la gratitud no solo transforma nuestras vidas, sino que también tiene el poder de tocar los corazones de quienes nos rodean y, tal vez, cambiar el destino del mundo.

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