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sábado, 29 de marzo de 2025

#El Ritmo del Límite


Era una mañana gélida, un domingo 28 de marzo de 2021, cuando el alba apenas se asomaba en el horizonte del barrio Olaya. La penumbra danzaba entre los rincones del pequeño gimnasio de su casa, mientras el aire cargado de esfuerzo y metal se filtraba en sus pulmones. Afuera, el mundo despertaba con una lluvia tenue que golpeaba el vidrio de la ventana, acompañada por el trino melancólico de un par de pájaros ocultos entre los árboles.

Kike, con su camiseta azul marino empapada de sueños y su short negro gastado por incontables batallas, se detuvo ante la trotadora. Era una bestia de acero y circuitos, aguardando con impaciencia, como un viejo amigo que desafía en silencio. El panel digital brilló como un ojo omnisciente y susurró en su mente: “¿Hasta dónde llegarás hoy?”

Un pitido agudo rasgó la quietud cuando Kike encendió la máquina. Inició con un trote de 8 km/h, un ritmo acompasado, casi hipnótico. Tap-tap-tap. Sus pies descalzos golpeaban la cinta con una cadencia precisa, despertando cada fibra de su ser. Su respiración se sincronizaba con el murmullo de la lluvia, mientras su corazón marcaba el tempo de un ritual ancestral.

Pasados cinco minutos, la ambición se encendió en su pecho. Presionó el botón y la trotadora rugió en respuesta: 11 km/h. Sus piernas se alargaron en un ritmo decidido, los músculos vibraban con cada impacto. Tap-tap-tap. La realidad comenzaba a desvanecerse, convirtiéndose en un torbellino de velocidad y sensaciones. En su mente, la lluvia ya no caía afuera, sino dentro de él, purificándolo, fundiéndose con su sudor, transformándolo en algo más que un simple corredor.

El desafío le susurró al oído. “Más rápido.” Kike obedeció. Subió a 13 km/h. La trotadora tembló bajo su dominio, mientras sus zancadas se convertían en latidos de un corazón mecánico. ¡Tac-tac-tac! El aire se espesó a su alrededor. Su respiración era un vendaval, su mirada, un filo cortando la bruma. El universo se redujo a la cinta en movimiento y al eco de su propio esfuerzo.

Pero Kike no quería detenerse. Se atrevió a cruzar el umbral. 15 km/h. La trotadora rugió como una fiera despierta. Sus piernas se volvieron alas, desafiando la gravedad, desafiando los límites humanos. ¡Tac-tac-tac! Cada paso era un salto al abismo, una apuesta ciega a la resistencia del alma. El sudor ardía en sus ojos, distorsionando la realidad, fundiéndola con su delirio.

De pronto, una sombra cruzó su mente. Un presentimiento, una advertencia. Su corazón golpeaba su pecho como un tambor de guerra. “Solo un minuto más”, se prometió. Pero el tiempo se dilató, convirtiéndose en una eternidad comprimida en el estruendo de sus pasos. La trotadora vibraba al límite del colapso, como si también luchara por seguir en pie.

Y entonces, el fin llegó.

Con una exhalación temblorosa, Kike bajó la velocidad. 10 km/h. 5 km/h. 3 km/h. El mundo regresó poco a poco, deslizándose de la nebulosa de velocidad. Sus piernas temblaban, su pecho subía y bajaba con furia domada. La trotadora emitió un último pitido, como un adios solemne.

Kike se dobló sobre sus rodillas. El sudor caía al suelo, formando pequeñas constelaciones de esfuerzo. Cerró los ojos y sonrió. Había cruzado el umbral. Había tocado el límite y regresado con vida. Afuera, la lluvia seguía cayendo, pero dentro de él, un sol incandescente iluminaba su ser.

Se irguió, tomando un sorbo del elíxir de su victoria: agua Blu con Biocros, Optimus y Ego Life. Sintiendo el renacer de cada célula en su cuerpo, susurró al universo:

“Gracias, gracias, gracias... Muchísimas gracias, Dios, por otra jornada más de entrenamiento”. 

El Libro Que Despertó Al mundo Kike no se le pasaba en sus pensamientos ni en su imaginación que cuatro años después sería escritor de "Historias que inspiran la imaginación" y estuviera contando este relato. ¿Cuestión del destino? La vida encierra misterios, que a veces se mezclan con la realidad.

 

lunes, 10 de febrero de 2025

# "El Guerrero del Asfalto: La Odisea de Kike y su Manada de Leones"

Era un domingo 15 de enero de 2017, en Bogotá. El reloj marcaba las 7:00 a.m., y la ciudad aún bostezaba bajo un manto gris y frío. Para muchos, era una mañana perfecta para seguir envueltos en las cobijas o para recuperarse de los estragos de alguna fiesta de comienzo de año. Pero para Kike y su intrépido grupo del Club ADES, aquella no era una excusa. Cada uno de los más de treinta integrantes era un león guerrero, un corredor con la llama del desafío en sus venas.



Fernando Prieto, Martha, Rosita, Campo Elías, Olga Campos, Martha Vanegas, el Mono Rojas, Jaime Triana, don Octavio, Wilson, Carmencita, Jhonny y muchos más conformaban la manada. Se reunían, como era costumbre, en el Edificio El Tiempo, en la avenida Jiménez con carrera Séptima. Desde allí, iniciaban su travesía dominical por la ciclovía, recorriendo la ciudad en una danza de zancadas y respiraciones profundas.

Entre ellos destacaba Julio César Trejos, amigo de infancia de Kike. El destino los había separado, pero los años los reencontraron en el Club Correcaminos y, posteriormente, en el Club ADES. Julio tenía el don de convocar y organizar entrenamientos que, cada domingo, reunían a decenas de corredores. Siempre con un punto de partida emblemático: la Plaza de Bolívar o el Edificio El Tiempo.

Kike, sin embargo, nunca hacía las cosas como los demás. Mientras sus compañeros llegaban en bus desde distintos rincones de la ciudad, él salía trotando desde su casa en el barrio Olaya antes de las 6:30 a.m. Cinco kilómetros de calentamiento que aumentaban de intensidad conforme avanzaba, para llegar al punto de encuentro sin un ápice de fatiga. Lo miraban con asombro y escepticismo.

—Son 18 kilómetros los que nos esperan —le advertían algunos.

Pero Kike solo sonreía. Para él, el cansancio era un viejo amigo que nunca le impedía ir más allá. Amaba los retos, y su espíritu indomable despertaba la admiración de sus compañeras, quienes no dudaban en tomarse fotos con él. Lo que para algunos eran excentricidades, para él eran rituales de disciplina, pequeños pasos en el camino que lo transformarían en un atleta de alto rendimiento y, con el tiempo, en un escritor que inmortalizaría cada uno de estos momentos.

A las 7:15 a.m., más de treinta corredores comenzaron la travesía, cada uno a su ritmo. Kike se mantuvo en el grupo hasta llegar a la calle 85 con Séptima, donde comenzaba el ascenso que para muchos era un muro infranqueable. Pero para él, era una invitación al éxtasis. Apenas escuchaba la palabra "ascenso", sentía un escalofrío de emoción. Era un escalador nato, un amante de las cumbres.

Mientras otros aminoraban el paso, él aceleraba. Su mirada felina escrutaba la pendiente. Miró hacia atrás, se aseguró de que no vinieran autos, y desató la tormenta. Sus piernas eran dos bólidos devorando la inclinación, adelantando ciclistas, dejando atrás a los que intentaban seguirle el paso. Cuando llegó a la cima, los pulmones le ardían, pero el alma le sonreía. Sus compañeros fueron alcanzándolo poco a poco, algunos jadeando, otros con la satisfacción de haber superado sus propios límites.



Al final, todos se hidrataron, se tomaron fotos y compartieron un desayuno en un restaurante en Patios. Las risas y abrazos sellaron la jornada, y Julio César los citó para la próxima aventura, otro domingo, otro destino, otra historia que contar.

Porque solo cuando nos atrevemos a ser y pensar diferente, logramos hazañas que otros ni siquiera imaginan.

Y tú, ¿qué estarías dispuesto a hacer diferente para marcar la diferencia en la vida de quienes te rodean?

 

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