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jueves, 2 de enero de 2025

#"El Secreto del Mejor Café Colombiano"


 Era una mañana radiante en Villa de las Bendiciones, Silvania. El sol, tímido al principio, ascendía con majestad sobre el horizonte, pintando de oro los cerros cubiertos de rocío. El canto de los pájaros, cada uno con plumas de un arcoíris distinto, llenaba el aire, como si la naturaleza celebrara el inicio de un nuevo día. En la casa de Kike, unos golpecitos suaves en la ventana anunciaban la llegada de sus visitantes alados. El reloj marcaba las 5:40 a.m. cuando Kike, aún con el cansancio de la celebración de fin de año, despertó con la sensación de que algo especial lo aguardaba.

Mientras se preparaba para su rutina de entrenamiento, su mente viajaba al 27 de diciembre. Aquel día, mientras corría desde la Alcaldía de Silvania hacia la finca La Y en la vereda Panamá, ocurrió algo que dejó una huella imborrable en su memoria.

Corriendo a ritmo progresivo, Kike divisó a lo lejos a un labriego montado en su caballo. Había algo mágico en esa figura: la forma en que el hombre parecía fundirse con su entorno, como si fuera un espíritu protector de las montañas. Impulsado por un inexplicable deseo de capturar ese momento, Kike sacó su celular y comenzó a grabar mientras aceleraba el paso.

Video del recorrido al trote: " Un recuerdo inolvidable"






El sonido melódico del galope del caballo, acompañado por el alegre ladrido de los perros, se mezclaba con la sinfonía del bosque. A pocos metros de alcanzarlo, el labriego desvió su camino hacia un estrecho sendero montañoso. Kike, sin aliento pero lleno de emoción, logró gritar un saludo:

—¡Buenos días!

El labriego, como salido de un sueño, volteó con una sonrisa amplia y respondió:
—Buen día.

Fue solo un instante, pero Kike logró capturar una foto que, al revisarla más tarde, parecía casi irreal. La imagen mostraba al labriego con su sombrero de ala ancha, montado en su caballo, irradiando una energía serena y poderosa. Su sonrisa, marcada por el trabajo y la vida sencilla del campo, parecía un homenaje viviente al icónico Juan Valdez.

Esa foto no solo impactó a Kike, sino también a don Wilson, quien al verla exclamó:
—¡Ese hombre es un amigo mío! Se la voy a regalar enmarcada como sorpresa.

Pero el destino tenía otros planes. Aunque Kike y Linda esperaron a don Wilson para despedir el año juntos, este nunca llegó; algo se le presento. En la quietud de la primera mañana de 2025, mientras el sol iluminaba los campos de café y los cultivos que adornaban Villa de las Bendiciones, Kike comprendió algo profundo.

El labriego de la foto no era solo un hombre; era un símbolo. Representaba a todos los forjadores del campo, esos guardianes invisibles que con su esfuerzo diario alimentan al mundo. Sus manos, curtidas por el trabajo, eran como las de una madre que cuida a sus hijos: cultivaban las semillas con amor, protegían los brotes y celebraban los frutos como quien celebra la vida misma.

"Ese día, Kike se dio cuenta de algo poderoso: los forjadores del campo no solo sembraban semillas en la tierra, sino también en su corazón y su inspiración. Al ver al labriego y su conexión con la naturaleza, comprendió que ellos eran una parte vital en la finalización de su segundo libro. Un libro que no solo narraría su historia, sino que daría voz a esos guerreros invisibles, cuyas manos llenas de amor y sacrificio sostienen la vida misma. En ese momento, Kike supo que su obra sería un homenaje al alma del campo y a quienes, día tras día, cultivan el futuro con su esfuerzo silencioso."

Así, Kike descubrió que detrás de cada taza de café, de cada grano y de cada fruto, había una historia de amor por la tierra, y comprendió por qué el café de Colombia es el mejor del mundo.

Esta historia nos recuerda que, aunque a veces invisibles, los forjadores del campo son los verdaderos héroes de nuestra existencia.

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