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jueves, 3 de abril de 2025

#La carrera de Kike: conquistando Monserrate con el corazón en la mano


Era un sábado 1 de abril de 2017, una mañana gris y húmeda en el barrio Olaya de Bogotá. La ciudad aún dormía bajo una llovizna tenue que susurraba sobre los tejados y humedecía el asfalto. El reloj marcaba las 4:32 a.m. cuando Kike abrió los ojos, sintiendo en el aire la energía de lo inminente. Se encomendó a Dios, meditó en silencio, anotó en su libreta sus objetivos con la precisión de un alquimista y, con cada respiración profunda, llenó sus pulmones de determinación. La montaña lo esperaba, y él no iba a fallarse a sí mismo.

Su uniforme del Club ADES era su armadura. Bebiendo su Biocros y Egolife como si fueran el elixir de los guerreros ancestrales, Kike se preparó para la batalla. A las 5:15 a.m., con la ciudad todavía sumida en sombras, cruzó el umbral de su hogar. No había buses ni autos en su ecuación; solo sus piernas, su corazón y el asfalto mojado. La Caracas se extendía ante él como un río negro y solitario. Con cada zancada, dejaba atrás el eco de su propio aliento. Pasó el Parque Tercer Milenio, se internó en La Candelaria y surgió en la Quinta de Bolívar como un espectro de la madrugada. Cuando llegó a la entrada del cerro a las 5:45 a.m., sus compañeros apenas comenzaban a calentar.


El sendero peatonal de Monserrate se alzaba imponente: 2.350 metros de ascenso, 1.605 escalones que parecían esculpidos por los dioses para probar la voluntad de los hombres. Sus compañeros partieron cinco minutos antes, convencidos de que su ventaja les garantizaría la supremacía. Pero ellos no conocían el fuego que ardía en el alma de Kike.

Con el primer paso, sintió el llamado de la montaña. La adrenalina rugió en sus venas, cada escalón se convirtió en un latido, cada inhalación en un mantra de guerra. La llovizna y el sudor se entremezclaban en su piel mientras sus piernas devoraban la piedra antigua del camino. Sus compañeros emergieron en su visión como sombras jadeantes, guerreros cansados que aún peleaban su propia batalla. Kike los alcanzó, los dejó atrás uno a uno, su determinación transformada en viento.


Los últimos 500 metros fueron una revelación. El dolor ardía en sus músculos, su corazón tamborileaba con fuerza brutal, pero su mente estaba clara como el alba. La cima lo llamaba. No había dudas, no había cansancio, solo la inexorable certeza de su victoria. Y entonces, tras 25 minutos y 20 segundos de pura entrega, Kike cruzó la meta.

Solo.

Primero.

Victorioso.

Bogotá, envuelta en la niebla matinal, se extendía ante él como un reino conquistado. Sus compañeros, aún escalando, lo miraban con una mezcla de asombro y respeto. Había borrado los cinco minutos de ventaja, desafiado el tiempo y se había encontrado a sí mismo en cada paso.

Correr Monserrate no es solo un reto físico; es un pacto con la montaña, una danza entre el cuerpo y el espíritu. Y ese día, Kike no solo conquistó la cumbre. Se conquistó a sí mismo.

 

miércoles, 23 de octubre de 2024

El Misterio del 21 de Octubre: La Soledad como Camino a la Iluminación

Érase Octubre en la paradisíaca ciudad de Silvania, conocida por su frondosa naturaleza, paz y tranquilidad. A una altitud media de 1470 metros sobre el nivel del mar y con un clima primaveral similar al de Medellín, Silvania se había convertido en el refugio de Kike, un hombre que parecía tener un talento legendario, como si los dioses del Olimpo le hubieran otorgado el don de convertir en realidad sus ideas.

Kike llevaba seis meses viviendo en Silvania con su esposa, Natalia, y su hijo, Pablo. Habían dejado atrás la frenética vida de Bogotá y Soacha, que él describía como "junglas de cemento", lugares que le habían traído más tormento que paz. Pero todo cambió un 21 de Octubre, cuando la madre de Natalia cayó gravemente enferma en Bogotá, obligándola a regresar a la ciudad con su hijo, dejando a Kike solo en Silvania, sin trabajo y con apenas dinero suficiente para sobrevivir.

Al principio, Kike sentía que se estaba volviendo loco en su soledad. Los primeros días fueron oscuros y sombríos, sus pensamientos parecían atraparlo, llevándolo al borde de la desesperación. Sin embargo, una chispa de inspiración surgió tras ver algunos videos de Lain Calvo García en: "Eres imparable", en los que se hablaba del poder de la soledad como herramienta de transformación interior y de Pablo Arango, con sus enseñanzas en "Notas del Aprendiz", le enseñó la importancia de aprender constantemente, de nunca rendirse y de buscar siempre la excelencia en todo lo que hacía.

Sin trabajo y con demasiado tiempo libre, Kike decidió aprovechar la oportunidad para formarse. Realizó cursos virtuales, obteniendo certificados en "Redacción de Contenidos" e "History Marketing". Pero su auténtica pasión despertó cuando una empresa extranjera le ofreció un contrato para escribir 100 páginas de historias de fantasía y misterio. Sin embargo, las ideas no fluían, y la presión lo consumía. En un abrir y cerrar de ojos, la empresa canceló el contrato, dejándolo una vez más en la incertidumbre.

Desesperado pero decidido a no rendirse, Kike buscó inspiración en cuadernos viejos de tareas escolares de su hija, manuscrito qué escribía años atrás donde hablaba de valores humanos. Comenzó a reconstruir y a darles un toque mágico, trabajando obsesivamente durante tres días, transcribiendo cada palabra al computador. Se sumergió en su escritura, alimentando su creatividad con la lectura voraz de la obra de Gabriel García Márquez, devorando un libro por semana.

La escritura se convirtió en su obsesión. A lo largo de un mes, logró armar un manuscrito de 150 páginas, transformando su soledad en una especie de fiebre creativa. Inspirado por un video sobre el poder de la gratitud, decidió escribirse una carta a sí mismo como automotivación, reafirmando su compromiso con su nuevo propósito.

El 21 de Octubre, una fecha que marcaría su vida para siempre, Kike enfrentó un momento de crisis. Sentía que sus pensamientos oscuros lo rodeaban, como si una pesadilla intentara apoderarse de él. Sin embargo, recordó una enseñanza sobre la gratitud de Jesús que había visto en uno de los videos de Lain Calvo. Ese día, salió a correr por los senderos que bordeaban su casa, entre valles y montañas, tratando de despejar su mente. Durante su carrera, comenzó a repetir mentalmente la palabra "gracias" como una especie de mantra, rechazando los pensamientos que lo ataban al pasado.

Kilómetro tras kilómetro, Kike agradecía por todo lo que le venía a la mente: por los bancos que le prestaron dinero, por las personas que alguna vez lo hirieron, por los recuerdos de su infancia y juventud. Fue un proceso liberador, como si cada "gracias" limpiara su alma de impurezas acumuladas. Al regresar a casa, sintió que había cruzado un umbral, que su pasado tormentoso había quedado atrás, y que un Kike renovado, fortalecido y agradecido se había alzado de las sombras.

Ese 21 de Octubre fue el día en que Kike terminó fue el inicio de su transformación y ese día cuando llegó de entrenar le comunicaron que su obra estaba lista para imprimir que faltaba elaborar la carátula del libro y hacer el índice, dos semanas atrás había enviado su manuscrito de 48 capítulos y que envió con nerviosismo a la editorial Letrame en España, una de las más exigentes para editar y reconocidas del mundo para editar. Contra todo pronóstico, su obra fue aceptada para su publicación, algo que él sólo podía atribuir a una especie de intervención divina.

Ese día quedó grabado en su memoria como el inicio de una nueva etapa, donde la soledad dejó de ser su enemiga para convertirse en su mejor aliada. Kike descubrió que, a veces, la verdadera transformación solo ocurre cuando enfrentamos nuestros demonios más oscuros y aprendemos a agradecer incluso por aquello que nos duele.

 

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