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domingo, 2 de marzo de 2025

#El despertar de Kike: entre la magia y el destino


 El amanecer del 28 de febrero trajo consigo un resplandor dorado que teñía el horizonte. A las 5:40 a. m., Kike despertó con una energía vibrante, sintiéndose pleno y fortalecido a pesar de los retos que la vida le había presentado. Mientras observaba el infinito desde su ventana, sintió una conexión inexplicable con el universo, como si una fuerza invisible le susurrara al oído: Hoy es un día especial. Sus pensamientos se entrelazaban con la brisa matutina, recordándole que no había razones para quejarse, pues su salud era inquebrantable y su espíritu, indomable.

A las 6:00 a. m., inició su ritual sagrado: tres horas de meditación, yoga, lectura, escritura y ejercicios físicos. Era su forma de prepararse para lo desconocido, para recibir el día con la serenidad de un monje y la determinación de un guerrero. Al finalizar, una llamada interrumpió su momento de introspección. Era Wilson, el ingeniero de la UMATA, quien, con un tono eufórico, le extendió una invitación:

—Te espero el lunes, Kike. Necesito tu ayuda para elaborar un blog sobre la entrega de elementos del campo a las personas que asistieron a las capacitaciones.

Kike sonrió. Trabajar gratis con la Alcaldía de Silvania a través de la UMATA siempre le había llenado el alma. No había dinero de por medio, pero la satisfacción de ayudar era su mayor recompensa.

Luego de desayunar, tomó el teléfono y marcó el número de su padrino, Félix Torres. Desde 1991 no se veían, pero cada fecha especial los unía a través de llamadas cargadas de risas y recuerdos. Su amistad se había forjado en los pasillos de la Notaría Novena y se mantenía intacta con el tiempo. Como siempre, la llamada inició con su tradicional intercambio de apodos:

—¡Hola, Tigre de la Malasia! —exclamó Kike con entusiasmo.

—¡Hola, Gabriel García Márquez! —respondó su padrino, riendo.

Kike sintió una oleada de emoción. Días atrás, algunos amigos ya le habían mencionado que su estilo de escritura evocaba el realismo mágico del maestro Gabo, pero escucharlo de su padrino lo hizo sentir que su obra realmente estaba dejando huella. Félix, con su voz cargada de afecto, le pidió un ejemplar de su nuevo libro Historias que inspiran la imaginación.

—Tus relatos trascienden fronteras, Kike. Tienes magia en tus palabras. Enviémelo con una dedicatoria para mí y para Lucerito. Será un honor leerte.

Con el corazón lleno de gratitud, Kike redactó la dedicatoria:

A mis queridos padrinos, Félix Torres y Luz Amanda Díaz.

A Félix, el Tigre de Malasia, cuya alegría ilumina cada llamada y cuyas palabras son un faro de optimismo. Tu entusiasmo me recuerda que la felicidad es una decisión diaria.

A Lucerito, un alma luminosa, fuerte y admirable. Su fortaleza y su corazón son un refugio para quienes tienen el privilegio de conocerla.

Con gratitud y cariño, Jaime Humberto Sanabria.

Esa tarde, Kike se entregó a los placeres simples: cocinó unas lentejas con cebolla y zanahoria, acompañadas de arroz integral y carne asada de cerdo. Para el jugo, experimentó con guatila, limón y azúcar, logrando un sabor similar al kiwi. Saboreó cada bocado con la certeza de que la vida estaba llena de pequeños milagros.

Al caer la noche, su mente se proyectó hacia el futuro. Marzo sería el mes de la expansión; su libro debía llegar al mundo. Ya había conquistado a su círculo cercano, ahora debía alcanzar a lectores desconocidos, almas que hallarían en sus letras un refugio. Además, al día siguiente, Doña Ligia Madagascar y su esposo lo habían invitado a presentar su libro en el Mirador Artístico de Silvania. Era la oportunidad perfecta para darse a conocer como escritor.

Antes de dormir, sintió una presencia divina envolviéndolo con su manto de paz. Cerró los ojos y sonrió. Mañana será un día 1% mejor que hoy, pensó. Y con esa certeza, se entregó al sueño.

¿Qué aventuras le esperan a Kike en el Mirador Artístico? ¿Qué maravillosas personas conocerá? ¿Cuál será su estrategia para conquistar el mundo con su obra?

Esta historia, continuará...

miércoles, 19 de febrero de 2025

#La Madrugada de los Milagros


 Era una madrugada misteriosa del 19 de febrero. El reloj marcaba exactamente las 3:33 a.m. cuando Kike despertó, sintiendo una energía distinta, casi sobrenatural. Un silencio infinito envolvía a Villa de las Bendiciones, un lugar donde el tiempo parecía detenerse y la realidad se fundía con el sueño. Se quedó inmóvil en su cama, con la certeza de que esa no era una noche cualquiera. Algo grande estaba por suceder.

Intentó volver a dormir, pero en su mente resonaban las enseñanzas del maestro Deepak Chopra: “Las primeras horas de la madrugada son sagradas. Lo que pienses y declares en esos minutos iniciales moldeará tu día y tu destino”. Sus palabras se materializaban en la penumbra de su habitación como un eco de conocimiento ancestral.

Kike había cambiado recientemente sus horarios de sueño, acostándose a la medianoche y despertando entre las 5 y 6 de la mañana. Sin embargo, esa noche había sido distinto. Había despertado antes, como si una fuerza invisible lo hubiera llamado a ese instante preciso. Sintiendo que era una oportunidad única, comenzó a recitar sus afirmaciones positivas, aquellas que llevaban un mes transformando su vida de maneras inexplicables. Había leído que la ciencia respaldaba estas prácticas: las palabras que decimos al amanecer influyen directamente en nuestra estructura neuronal y hasta en nuestro ADN.

Mientras meditaba y repetía sus decretos, recordó lo sucedido dos días atrás en Fusagasugá, cuando Luis, un antiguo conocido con quien había tenido diferencias, lo abordó inesperadamente. “Kike, quiero pedirte perdón”, le dijo Luis con voz sincera mientras le compraba su libro. Aquel episodio había sido un milagro en sí mismo, una prueba de cómo sus pensamientos positivos estaban manifestando una nueva realidad. Y no solo eso: su salud era inquebrantable, su fortaleza física y mental eran envidiables, y cada día sentía que su creatividad se expandía como nunca antes.

Recordó a su amiga Hilba Prada, quien trabajaba en una EPS en Bogotá y le había contado cómo llegaban pacientes con fortunas inmensas, dispuestos a darlo todo por un poco de salud. “Tienes un tesoro, Kike. Lo que tú tienes no se compra con dinero”, le había dicho con admiración.

Inspirado, se levantó y comenzó su rutina. Realizó ejercicios de yoga, se hidrató, y cuando menos lo pensó, algo asombroso ocurrió: mientras escribía sus metas y objetivos, sintió que su mano se movía sola, como guiada por una fuerza misteriosa. Las palabras fluían sin esfuerzo, como si alguien más estuviera dictándolas en el aire. Sentía cada célula de su cuerpo vibrar con una energía indescriptible.

Se sumergió en su escritura hasta las 10:00 a.m., completamente inmerso en el presente. Fue un lapso de horas donde el pasado y el futuro dejaron de existir. Entendió que al abandonar el ahora, se generaba una brecha de confusión, temor y ansiedad. Pero en ese momento, Kike era uno con el instante.

Al final de la mañana, con una sensación de plenitud absoluta, se comunicó con seis amigos en Bogotá: Isabel, don Darío, Marcela, Carlos Mayorga, Mery y don Manuel Ríos. Todos lo felicitaron y confirmaron su apoyo para la compra de su primer libro: Historias que Inspiran la Imaginación.

Esa madrugada había sido una revelación. Había descubierto el poder oculto en las horas mágicas y en las palabras sembradas al amanecer. Su meta para el siguiente día estaba clara: expandir el tiempo de presencia y dejar que la magia siguiera fluyendo. Quizás, sólo quizás, la vida le tenía reservados más milagros por descubrir.

.....Esta historia continuará

lunes, 27 de enero de 2025

#"El Guardián de los Sueños y Secretos de la Bahía"


 Era una fría mañana de junio de 1982 en Bogotá, cuando los amaneceres se vestían de heladas y los copetones eran apenas un susurro en los frondosos árboles. En ese entorno gélido y bullicioso, un joven llamado Kike, de apenas 17 años, comenzaba su jornada como cuidador de carros en la bahía de la Notaría Novena, ubicada en el barrio Chicó. Aunque llevaba solo tres meses en el trabajo, su uniforme azul de paño y la cachucha de vigilancia que le había obsequiado el notario, el Dr. Joaquín Caro, eran símbolos de un sueño cumplido.

Aquel puesto, aparentemente humilde, había sido un regalo del destino. Kike recordaba con claridad el día en que, luego de innumerables intentos fallidos y bajo la insistencia de su madre, se plantó por última vez frente a la oficina del Dr. Joaquín. El notario, con su mirada severa y sus dudas, se rascó la cabeza antes de ofrecerle una oportunidad inesperada: "No hay más vacantes, pero puedes cuidar los carros de la bahía. Tendrás un contrato indefinido, un uniforme nuevo, y, quién sabe, quizás algo más".

La emoción desbordó a Kike, quien aceptó de inmediato. Con el cheque en mano que le entregó el notario, fue a un almacén de renombre y adquirió un traje Manhattan y unos zapatos de la misma marca, cumpliendo así un sueño de juventud. A partir de ese lunes 15 de marzo, Kike empezó a trabajar con orgullo, ocultando su elegante atuendo bajo la cachucha de celador.

Los días transcurrían entre propinas generosas y los saludos de los clientes, hasta que algo inusual comenzó a suceder. De pronto, lujosos Mercedes Benz llegaban en fila, entrando con velocidad al edificio contiguo a la bahía. Hombres de porte imponente, vestidos con trajes finos, bajaban de los autos y siempre saludaban a Kike con una sonrisa.

Un día, la rutina de Kike cambió radicalmente. Desde la oficina más alta del edificio, fue llamado por uno de los hombres más carismáticos que había visto jamás: Gonzalo Rodríguez Gacha, quien, con su camisa de lino blanco, botas de cuero y carriel paisa, irradiaba una mezcla de poder y misterio. Gonzalo lo miró fijamente y, tras un breve silencio, sacó un fajo de billetes de una gaveta y los colocó en el bolsillo de Kike.

"Cuida bien de mis carros, Kike", le dijo con una sonrisa que parecía esconder un secreto más grande que la ciudad misma. Aunque las palabras eran simples, algo en su tono provocaba una inquietante mezcla de fascinación y suspenso.

Esa tarde, al revisar su bolsillo, Kike descubrió con asombro que Gonzalo le había regalado cincuenta mil pesos, una suma que multiplicaba varias veces su salario mensual. Aquella fortuna inesperada le permitió disfrutar de mejores almuerzos, ropa nueva y fragancias exquisitas. Sin embargo, las palabras de Gonzalo resonaban en su mente: "Cuida bien de mis carros".

Meses después, el Dr. Joaquín lo llamó a su oficina para ofrecerle un ascenso. Pero, al mismo tiempo, una noticia estremecedora sacudió a Bogotá: Gonzalo Rodríguez Gacha, el hombre que había sido tan generoso con Kike, resultó ser uno de los narcotraficantes más buscados del país.

Kike entendió entonces el significado de aquellas palabras y de la desbordante generosidad. Reflexionó sobre las oportunidades y las elecciones que el destino pone en nuestro camino. Aunque el origen del dinero de Gonzalo había sido oscuro, Kike nunca dejó de valorar las lecciones que aprendió: la importancia de la dignidad en el trabajo, la gratitud y el esfuerzo por alcanzar las metas con integridad.

Esta historia no solo relata el encuentro entre un joven soñador y un hombre envuelto en sombras, sino que nos invita a reflexionar sobre cómo los caminos de la vida pueden cruzarse de manera inesperada, moldeando nuestro carácter y nuestras aspiraciones.

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