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miércoles, 7 de mayo de 2025

#"El Video que Nació del Alma"


 Érase un sábado 3 de mayo, en una mañana despejada, en un rincón escondido de Colombia donde el tiempo camina descalzo y los relojes se rinden ante la calma: la mística Villa de las Bendiciones, en Silvania. El canto de los pájaros rompía el silencio como si fuesen ángeles afinando sus voces. El reloj marcaba las 5:40 a.m. cuando Kike despertó con el corazón latiendo como tambor de esperanza.

No era un día cualquiera.

La noche anterior, una revelación había tocado su alma como un rayo suave de sabiduría: el éxito no está en vencer a los demás, sino en superarse uno mismo, confiar en Dios y alinear el propósito con el corazón. Esa enseñanza se le había grabado en los huesos. Se sentía nuevo. Renacido. Un guerrero de luz.

Con gratitud en el alma, Kike inició su rutina sagrada: meditó, equilibró sus siete chakras y visualizó con claridad mística su meta del día: grabar el video definitivo para su obra Historias que Inspiran la Imaginación, justo en el Mirador Artístico, ese altar natural donde el cielo abraza las montañas.

Se encomendó a Dios con una oración sincera. Enviaba ondas de amor invisible a su hijo Juanpis, a su amada lejana, a sus amigos, y hasta a cada rama, flor y brisa que acariciaban Villa de las Bendiciones. Bebió un vaso de agua cristalina, directo de las entrañas de la montaña, y luego, con la energía de los justos, llamó a la ingeniera Martha. Le dijo sí al trabajo que ella le había ofrecido con una mezcla de emoción y misterio. Al otro lado de la línea, la voz de la ingeniera le devolvió el sí con alegría:
El lunes te espero en la oficina, 8:00 a.m. en punto, Kike.

El universo le estaba respondiendo.

Inspirado, escribió el Padre Nuestro y el Ave María con su mano izquierda —un ejercicio de humildad y presencia—, y luego se sumergió en las páginas del libro Milagros que se cumplen. Bajó al primer piso, hizo ejercicios de fortalecimiento, preparó un desayuno de campeón: chocolate con leche, avena y huevos cocidos. Luego, levantó a su hijo Juanpis, lo alimentó con ternura y, entre juegos y anécdotas, preparó el traje azul con el que interpretaría el libreto final.

Ensayó nueve veces frente al espejo, cada vez más convincente, hasta que ya no era Kike recitando… era su alma hablándole al mundo.

A las 4:30 p.m., impecable con su traje azul y Juanpis de sport, emprendieron la caminata al Mirador. El sol comenzaba a pintarlo todo de oro. Subieron por Choriloco, luego un kilómetro por la nueva autopista Girardot-Bogotá. Antes de continuar, Kike compró un detalle a doña Ligia —una mujer sabia que parecía conocer los secretos del viento—, y a las 5:04 p.m. llegaron.

El lugar parecía suspendido en otra dimensión. Aún no estaban doña Ligia ni don Germán, pero el asistente los recibió con una sonrisa de complicidad y un tinto humeante, tan sabroso que parecía elaborado por el mismísimo sol. A Juanpis, le entregó una caja de juguetes mágicos que lo entretuvieron como si contuvieran historias vivas.

A las 5:40, como si el tiempo se hubiese ajustado a un reloj divino, apareció doña Ligia. El abrazo que intercambió con Kike fue más que un saludo: fue un pacto silencioso entre almas que creen en los sueños.

Hoy es el día, Kike, dijo ella, con ojos brillantes.

El asistente preparó el micrófono. El libreto se grabó primero en interior, luego en el exterior con el horizonte de Silvania y Fusa como fondo. Al primer intento, todo fluía... excepto un detalle: la vocalización.

Kike, habla desde el alma, pero tu voz aún debe respirar mejor, le dijo doña Ligia.




                               



Kike asintió. Cerró los ojos. Respiró. Se alineó con Dios. Y entonces, su voz se convirtió en instrumento de lo invisible. El video fue un éxito. Un mensaje claro, sentido, que emocionó hasta a los árboles que escuchaban en silencio.

Después, esperaron a Carolina, una psicóloga que quería un ejemplar del libro. Pero un inconveniente doméstico la retuvo. Mandó un mensaje que Kike leyó al día siguiente. Acordaron encontrarse otro día, también en el Mirador, para la dedicatoria y la foto.

Esa noche, Kike caminó de regreso con Juanpis bajo un cielo estrellado que parecía aplaudir en silencio. El video había quedado como él lo había soñado. Y lo más importante: nació desde su alma para inspirar a otros.

Pero mientras se preparaba para dormir, una pregunta recorría su mente como un susurro:

¿Qué trabajo era ese que aceptó de la ingeniera Martha? ¿Por qué parecía tan misterioso? ¿Y qué pasó realmente con aquella oferta de la alcaldía que había llegado semanas antes?

El lunes se acercaba, y con él, un nuevo capítulo que pondría a prueba su fe, su propósito… y su destino.

Esta historia continuará…

jueves, 24 de abril de 2025


 

El domingo 20 de abril amaneció envuelto en un silencio místico, en un rincón del mundo donde el tiempo parece detenerse: Villa de las Bendiciones, en Silvania. La lluvia del día anterior había purificado el aire, y las hojas de los guayacanes brillaban como si la madrugada las hubiera pulido una a una con amor.

Kike se levantó con el alma liviana. Aunque había dormido poco, su corazón ardía como antorcha olímpica. El día anterior había sido la culminación de un sueño largamente acariciado. Y sin embargo, lo intuía: esa página de vida aún no estaba del todo escrita.

A las 8:30 a.m., después de su rutina de meditación y lectura, recibió un mensaje inesperado.

Era Nelo, una amiga entrañable con mirada de sabia y alma de caminante. Le escribió:

“Kike, me enteré que ha sido un éxito total tu libro. ¿Puedo verte hoy? Me encantaría comprar un ejemplar.”

Kike sonrió. No solo por saber que otro libro encontraría su destino, sino porque sentía que ese encuentro traía consigo algo más grande. Acordaron verse a la 1:30 p.m. en el Café Zeratema, su segundo hogar literario.

Kike se retrasó cinco minutos, atendiendo la visita de Karen y Omar, mientras Nelo llegó puntual, con una blusa roja y pantalón negro. Una combinación de colores que, aunque opuestos, evocaban elegancia, pasión, poder y misterio. Se abrazaron como lo hacen quienes se entienden más allá de las palabras.

Se sentaron junto a la ventana, donde la luz del sol entraba como una caricia. Kike sacó un ejemplar nuevo de su morral y se lo entregó con gratitud. Nelo lo recibió como quien recibe una reliquia.

“Este libro tiene energía”, dijo. “No es un libro común. Aquí hay algo más… ¿Lo escribiste desde el dolor, cierto?”

Kike asintió. No hizo falta explicar. Nelo lo comprendía todo. Hablaron de los capítulos, de los personajes que parecían salidos de la vida misma, de los mensajes escondidos entre líneas como tesoros esperando ser descubiertos.

Nelo pidió una malteada. Kike, una crema con fresas. Y entonces, le escribió una dedicatoria que había reservado solo para ella desde hacía semanas:


Para Nelo,

que en la mañana de la vida siembra semillas de amor,
y en cada paso deja huellas de luz.
Este libro y sus historias nacen con el deseo de inspirarte a ser siempre tu mejor versión,
a cultivar en tu corazón la fe, la bondad y la valentía que te hacen única.
Que cada palabra aquí escrita te recuerde que el verdadero crecimiento viene de dentro,
y que los pequeños actos de amor pueden transformar tu mundo y el de quienes te rodean.
Gracias por ser parte de este camino.


En ese instante, llegaron Karen y Omar al café. Ordenaron un tinto suave con jengibre. A cada sorbo, las ideas fluían como ríos nuevos. Nelo compartió su emprendimiento de jabones artesanales hechos con ingredientes naturales. Omar y Karen, encantados, le compraron uno cada uno. Kike ofreció su apoyo para conectarla con más clientes. Se contaron sueños y risas, se tejieron puentes.

Y entonces surgió un plan inesperado: una tertulia literaria. Un espacio donde los lectores pudieran compartir lo que sintieron al leer el libro, lo que sanaron, lo que revivieron.

“No se trata solo de vender libros”, dijo Nelo. “Se trata de despertar almas dormidas. Y eso, amigo, tú lo estás logrando.”

Se tomaron fotos para el recuerdo y se despidieron con una promesa en el aire: volver a encontrarse pronto, con más amigos, más historias, más vida.

Más tarde, ya en casa, Kike, Karen y Omar compraron víveres y cruzaron el sendero interior hacia la vivienda. Mientras Karen y Omar se sentaban en el sofá, Kike notó algo inusual en el pasillo que conduce a la habitación de Juanpis. En el suelo, en una posición curiosa, se encontraba un escarabajo verdoso. Un escarabajo almizclero.


Kike lo levantó con cuidado. Le tomaron fotos y más tarde investigó su significado espiritual:
"En la mitología egipcia, el escarabajo representa al dios Jepri, símbolo del renacimiento y la transformación eterna. Su nombre significa ‘el que llega a ser por sí mismo’."

Un escalofrío suave le recorrió la espalda. La sincronía era demasiado precisa para ser casualidad.

Esa noche, Omar compró una botella de aguardiente amarillo. Compartieron hasta la medianoche. Kike solo aceptó dos copas. Tenía una intuición que le pedía mantenerse sobrio.

Se fue a la cama pensando en la propuesta de Liliana, jefa de la biblioteca de Silvania, quien lo había invitado a un encuentro literario en Fusagasugá el miércoles. Aún no sabía si podría ir. Algo lo ataba al presente, a sus invitados, a los caminos que aún no terminaban de revelarse.

¿Qué le impedía decir que sí a ese encuentro literario?
¿Seguirán Karen y Omar en Villa de las Bendiciones hasta el martes?
¿Y qué otras señales le esperan a Kike en esta historia aún en construcción?

Esta historia continuará.

miércoles, 15 de enero de 2025

#La Nostalgia de las Historias que Inspiran


 Era una tibia mañana despejada en Villa de las Bendiciones, en Silvania. A las 5:40 a. m., el cielo azul con nubes teñidas de naranja anunciaba un día espléndido. Las aves multicolores cantaban con un tono celestial, y el tiempo parecía detenerse. Kike despertó de un sueño armonioso, cargado de serenidad. Meditó durante unos minutos, como lo hacía cada mañana, antes de recordar las últimas cien páginas que había devorado la noche anterior de La nostalgia de las almendras amargas. Este libro, una compilación de textos de Gabriel García Márquez, le había permitido descubrir una conexión profunda con el autor.

Kike se había identificado especialmente con los momentos de penurias que Gabo vivió al terminar Cien años de soledad. La historia de cómo García Márquez y Mercedes, su esposa, habían tenido que dividir el manuscrito en dos paquetes para enviarlo a Buenos Aires debido a la falta de dinero, resonó con él. “¡Quién iba a imaginar que esa novela sería un éxito mundial!” pensó Kike, mientras recordaba los propios obstáculos que había enfrentado para publicar su primer libro, Historias que inspiran la imaginación.

La espera de las primeras regalías le llenaba de expectativas. Aunque las librerías no habían reportado a tiempo las ventas por el cierre de fin de año, Kike se sentía optimista. Sabía que cada capítulo de su libro contenía historias cargadas de motivación y esperanza, y esperaba que resonaran en los lectores como el eco de un susurro universal. Su segunda versión, más cautivadora y rica en historias silvanenses, estaba casi lista, y él tenía fe en que dejaría una huella duradera.

Aquella tarde, Kike tenía una cita con el alcalde Ricardo Pulido. Quería presentar una propuesta para integrarse al equipo de la alcaldía y usar sus relatos para resaltar el esfuerzo de los labriegos silvanenses. Recordó cómo había acompañado a don Wilson de la UMATA en clausuras por las veredas. En esos recorridos, había descubierto la calidez y la resiliencia de la gente del campo, quienes, con sus manos laboriosas, proveen la alimentación diaria de todos.

Sin embargo, la reunión no se concretó. Kike sintió frustración, pero también determinación. Sabía que su amor por Silvania y su compromiso con las historias de su tierra eran más fuertes que cualquier obstáculo. Visualizó un futuro donde sus relatos no solo motivaran a los lectores, sino que también inspiraran a la comunidad a valorar su propia historia y tradiciones.

Al volver a casa, se sentó frente a su escritorio y comenzó a escribir un nuevo capítulo para su próximo libro. La brisa de la tarde acariciaba las páginas en blanco mientras Kike pensaba en las palabras de Mercedes a Gabo: “Lo único que falta es que la novela sea mala”. Pero Kike sonrió, porque en su corazón sabía que sus historias eran un tributo a la humanidad, un canto a la esperanza y un puente entre generaciones.

El sol se ocultaba, tiñendo el cielo de tonos cálidos, y con él, Kike escribió la frase que marcaría el rumbo de su siguiente capítulo: “Desde la pequeñez de un pueblo, se puede inspirar al mundo entero”. En ese instante, la magia de Silvania cobró vida en su pluma, y su sueño de trascender quedó sellado en las páginas de la historia.

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