sábado, 30 de noviembre de 2024

#Pongo y Corazón, amigos de siempre

Era un sábado, el último día de noviembre. Kike se había acostado a las 12:00 am, pero a las 12:42 despertó abruptamente de un sueño tan real que su corazón aún latía rápido. Sin levantarse, tomó su libreta, esa que siempre dejaba en la mesita de noche para registrar sus ideas o sueños, y anotó dos nombres: Pongo y Corazón.

En el sueño, dos figuras familiares emergían del pasado: sus fieles amigos, Pongo y Corazón, dos mascotas que habían marcado su vida con enseñanzas de lealtad y compañía. En el sueño, Kike estaba de pie frente a la entrada de una casa. Pongo entró trotando, con la energía juguetona que siempre había tenido, mientras Corazón, como solía hacer, se tumbaba patas arriba, meneando el cuerpo en busca de cosquillas. Era tan vívido, tan palpable, que cuando Kike despertó, podía sentir el calor de la presencia de sus viejos amigos.

Un amanecer entre recuerdos

A las 5:31 am, Kike volvió a despertarse. Afuera, el horizonte de Silvania se teñía de tonos anaranjados, como si el cielo se hubiese vestido de nostalgia. A través de su ventana, los rayos dorados del sol iluminaban el mundo con una calidez que parecía evocar un abrazo del pasado. Se sumió en su rutina matutina: meditación, visualización, ejercicios de fortalecimiento y estiramientos. Mientras lo hacía, sus pensamientos regresaban al sueño, llenos de la energía de Pongo y Corazón.

Decidió salir a entrenar. A las 8:37 am, activó su aplicación de entrenamiento y comenzó un recorrido de 7 kilómetros por senderos de ascensos y descensos. El camino lo llevó entre flores de colores vibrantes y árboles que se mecían con la brisa. Paraba de vez en cuando para tomar fotos, capturando cada instante como si el paisaje también formara parte del recuerdo de sus amigos.

Amigos de cuatro patas, corazones eternos

Mientras corría, los recuerdos fluían como un río. Pongo, su perro mestizo de pelaje amarillo y blanco, había llegado en el año1.997 como un regalo inesperado de un vecino en Soacha. Con su esposa Linda y su hija Taly, lo criaron como a un hijo, dándole el mejor cuidado posible. Años después, un perro callejero apareció en su vida. Era un can robusto de color gris, con la postura de un pastor alemán y el espíritu salvaje de un lobo. Linda, emocionada por la coincidencia, exclamó: "¡Hoy es el Día del Amor y la Amistad, y este perrito ha llegado como un símbolo de lo que significa amar y dar sin esperar nada a cambio!" Sin dudarlo, decidieron adoptarlo y lo bautizaron Corazón, en honor al día en que llegó y al sentimiento que parecía emanar de su presencia.

Juntos, Pongo y Corazón llenaron la casa de aventuras. Aunque a veces discutían, también compartían momentos inolvidables: largas caminatas por las montañas, juegos interminables en la terraza, y la compañía mutua en los días más ordinarios. Sin embargo, la vida también trajo retos. Corazón, con su espíritu indomable, causaba problemas en el vecindario. Las quejas de los vecinos y las peleas con otros perros obligaron a Kike a buscar soluciones.

Con el tiempo, Pongo comenzó a envejecer. Su pelaje se caía, pero con amor y cuidado, incluso dándole suplementos como Omniplus, Kike lo ayudó a recuperar algo de vitalidad. Sin embargo, el ciclo de la vida era inevitable, y en el año 2009 Pongo partió un día tranquilo, rodeado de amor. Corazón, por su parte, parecía comprender la pérdida. Un mes después, salió de casa como siempre, pero esta vez miró a Kike con una mezcla de tristeza y despedida. Nunca regresó.

El legado de un sueño

Al regresar de su entrenamiento, Kike se sentó en la sala de su casa. El recuerdo del sueño y los momentos vividos con Pongo y Corazón lo invadieron con una mezcla de nostalgia y gratitud. Decidió que ese día lo dedicaría a leer, enriqueciendo su léxico y recordando que incluso los días más comunes pueden transformarse en oportunidades para aprender y crecer.

Esta historia, pensó, no es solo un relato de amor hacia dos mascotas. Es un testimonio de la lealtad inquebrantable y el impacto que los seres queridos, humanos o animales, dejan en nuestro corazón. Pongo y Corazón no solo fueron compañeros; fueron maestros de vida, recordatorios de que el amor y la resiliencia trascienden el tiempo y la distancia.


Reflexión

Los amigos, ya sean de dos o cuatro patas, viven eternamente en nuestra memoria. Nos enseñan lecciones valiosas: a ser leales, a superar adversidades y a recordar que cada día trae consigo la posibilidad de realizar nuestras metas. Kike aprendió de ellos, y ahora, al compartir esta historia, espera que sus lectores también descubran que la verdadera amistad nunca desaparece, solo se transforma en recuerdos que calientan el alma. 

viernes, 29 de noviembre de 2024

#Kike y el Secreto del Segundo Deseo: Un Viaje de Fe y Resiliencia


El último viernes de noviembre en Silvania, el aire danzaba con un tibio viento que parecía susurrar secretos ancestrales a los árboles. Era una noche especial, de esas que parecen preludio de algo mágico, con las estrellas brillando como luciérnagas eternas en el firmamento. Kike, a 600 metros del corazón del pueblo, cerraba su jornada maratónica: libros subrayados, cuadernos llenos de ideas, y el eco de sus zapatillas minimalistas resonando en caminos bordeados de naturaleza exuberante. Pero aquella noche, algo más profundo lo inquietaba.

Una voz interna lo desafiaba, susurrándole dudas que, como enredaderas, intentaban trepar en su espíritu. Kike respiró profundo, cerró los ojos y dejó que el viento llevara esos pensamientos lejos, entregándolos al Universo. Había un deseo, un sueño que había guardado en su corazón como un tesoro escondido. Un sueño que, aunque aún lejano, lo mantenía en vilo. Su esposa Linda, con la dulzura de quien conoce cada rincón de su alma, le preguntaba casi diariamente:
—Amor, ¿y ese gran proyecto? ¿Cuándo llegará?
Kike la miraba con una sonrisa misteriosa y respondía:
—Ya está cerca, linda. Ten paciencia, por tarde la otra semana estará aquí.

Sin embargo, mientras el mes llegaba a su fin, la ansiedad intentaba doblegarlo. Era como si una sombra invisible rondara sus pensamientos, poniendo a prueba su fe. Pero Kike, acostumbrado a luchar contra sus propios demonios, se aferraba a sus mantras, visualizaba el deseo como si ya fuese realidad y repetía en sus oraciones:
—Dios, dame la sabiduría para esperar.

Silvania, con sus montañas que parecían custodiar secretos milenarios, se había convertido en su refugio y su musa. Cada mañana, al calzarse sus zapatillas minimalistas, se lanzaba al encuentro de senderos donde el amanecer pintaba con pinceles dorados las lejanías. Allí, el canto de los ríos y el murmullo de los árboles parecían darle respuestas a sus preguntas más íntimas. Durante sus recorridos, Kike se detenía a capturar la belleza del mundo con su celular, que, aunque de mediana gama, tenía el poder de inmortalizar lo que sus ojos veían con el alma.




Las noches eran su escenario para escribir. Había descubierto en esos 153 días un poder transformador en la escritura. Había leído las palabras de Gabriel García Márquez, Julio Cortázar y Pablo Neruda, dejando que sus almas literarias se mezclaran con la suya. También, pequeños fragmentos de la Biblia le recordaban que todo tiene un propósito y un tiempo perfecto bajo el cielo.

A pesar de las dificultades y la ausencia de oportunidades laborales, Kike se sentía pleno. Cada blog escrito, cada libro leído y cada amanecer entrenado lo acercaban más a ese genio interior que había despertado en Silvania. Los comentarios de amigos y conocidos sobre sus escritos inspiradores lo motivaban a continuar. Había conocido personas maravillosas: campesinos con sonrisas auténticas, amas de casa que luchaban con valentía, y funcionarios que servían con un don que parecía divino.

Esa noche, mientras reflexionaba, Kike comprendió que no estaba solo. Las dudas eran solo un villano pasajero, una ilusión que intentaba ocultarle la verdad: que el Universo siempre conspira a favor de quienes sueñan con el corazón. En su meditación final, mientras el viento acariciaba las hojas y las estrellas parpadeaban con complicidad, Kike sonrió. Sabía que su segundo deseo estaba en camino, aunque el reloj del Universo marcara un tiempo distinto al suyo.

Y así, con la certeza de que la espera también es parte del milagro, Kike decidió seguir escribiendo, soñando, y entrenando. Porque en cada paso, en cada palabra y en cada respiro, estaba construyendo no solo un sueño, sino un legado.

Moraleja:
Kike nos enseña que, ante la incertidumbre, debemos confiar en el proceso, ser resilientes y recordar que nunca estamos solos. Cada desafío es una oportunidad para encontrar al héroe que llevamos dentro y para descubrir que, al final, el Universo siempre responde a quienes tienen fe.

jueves, 28 de noviembre de 2024

#El Sueño Revelador de Olga Romero: Un Llamado Divino en Tiempos de Pandemia


 El año 2020 llegó como un susurro sombrío, cargado de incertidumbre y miedo. Las calles de Silvania, Cundinamarca, alguna vez vivas con risas y bullicio, ahora se habían transformado en un lienzo de silencio. Fue en medio de este escenario que el corazón de Olga Romero, gestora social y soñadora incansable, sintió un llamado profundo, casi celestial, a servir.

Una tarde gris, tocó a su puerta una madre con cuatro niños. Su rostro, marcado por la desesperación, narraba una historia de hambre. Olga, conmovida, extendió un billete de 10.000 pesos, pero las palabras de la mujer resonaron como un eco en su alma: "Con esto no alcanza...". Algo dentro de ella despertó, una fuerza invisible que la impulsó a actuar.

Esa noche, mientras el mundo dormía, Olga tuvo un sueño que cambiaría su vida. En la penumbra de su mente, se revelaron las manos de Dios, enormes y luminosas, abrazando el mapamundi. Desde el centro del mundo, la bandera de Colombia se iluminaba, y dentro de ella, una flecha señalaba a Silvania. "Ayúdanos a ayudar", resonó una voz cálida y poderosa. Olga despertó con lágrimas en los ojos y una certeza ardiente en el corazón: debía ser un puente de esperanza para su gente.



Al día siguiente, convirtió su cocina en un santuario de solidaridad. Preparaba almuerzos que repartía entre las calles y la feria de ganado, donde los ojos de los necesitados buscaban consuelo. Mientras entregaba los alimentos, escuchaba sus súplicas: "Ayúdeme...". Dentro de ella, una pregunta brotaba: "¿Y quién me ayuda a mí?". Pero no tardó en darse cuenta de que la ayuda que buscaba venía del amor que daba.

Con el tiempo, su misión trascendió fronteras. Vecinos, aspirantes a cargos gubernamentales, y hasta empresarios se unieron a su causa. Entre ellos, el alcalde Ricardo Pulido y un comerciante de pimentones que, gracias a los grupos de trueque y ventas creados por Olga, había logrado exportar sus productos. Cuando este le ofreció una comisión de dos millones de pesos como muestra de gratitud, Olga respondió con humildad: "No necesito nada. Usa ese dinero para mercados; que lleguen a las manos que más lo necesitan". Así nació un tejido humano, tejido con hilos de generosidad y amor.

https://www.facebook.com/reel/250696819245570

La labor de Olga no se detuvo ahí. Su fundación Sin Fronteras comenzó a cruzar límites geográficos y emocionales, llevando alimentos, ropa y esperanza a rincones olvidados de Colombia, desde la Guajira hasta Venezuela. Cada acto de servicio era un testimonio de lo que podía lograrse cuando las manos se unían y los corazones latían al unísono.



Hoy, Olga recuerda esos días como un milagro vivido, una historia que reafirma que la solidaridad es el lazo que une a la humanidad en los momentos más oscuros. Su mensaje resuena fuerte: "Quien nació para servir, sirve para vivir".

Reflexión Final

  • La solidaridad transforma vidas.
  • El servicio a los demás es un llamado divino.
  • Juntos, somos más fuertes.

Mensaje para ti, lector:
Cuando la vida te dé la oportunidad de ayudar, hazlo. Puede ser que tu pequeño gesto sea el milagro que alguien está esperando.

miércoles, 27 de noviembre de 2024

#Kike y los Ecos del Verano

Era una noche mágica de noviembre, una de esas en que la brisa trae susurros de historias y la luna asoma tímida entre nubes de algodón. En Silvania, donde el verano comenzaba a dibujar sus primeras pinceladas, Kike cerraba un día colmado de aprendizajes, esfuerzo y amor familiar.

La jornada había comenzado a las 4:32 a.m., un horario que Kike abrazaba como ritual sagrado. Entre meditación, oración y lectura, conectaba con su espíritu antes de darle vida a sus músculos con ejercicios de fortalecimiento. Ese día, su meta era trotar hasta Fusagasugá, un desafío que encendía su espíritu competitivo.

Con la mochila al hombro y un mantra de gratitud en los labios, Kike emprendió su viaje. Mientras corría, evocaba las palabras de su amigo Alex desde Bogotá, siempre con un toque de humor que empujaba a no rendirse: “No quiero verlos caídos en combate caminando en las carreras”.

En su trayecto de ida y vuelta, que sumó 29.52 kilómetros, Kike se deleitó con la magia del paisaje. La autopista parecía una obra de arte natural: palmeras ondeando al ritmo del viento, aves migratorias entonando cánticos y ríos rugiendo con fuerza tras el invierno. El sol abrasador no fue obstáculo, sino aliado que fortalecía su resolución mientras pausaba para hidratarse y saborear el banano que llevaba consigo.

Al llegar a casa, el reloj marcaba la 1:30 p.m. Linda, su esposa, lo esperaba con un desayuno que era un abrazo para el alma. No había tiempo para descansar; el día aún reservaba aprendizajes.

En el Punto Digital del municipio, la profesora Lilie Ballén enseñó a Kike y sus compañeros los beneficios de Telegram. Aprendieron cómo esta aplicación les permitía compartir archivos pesados, desde documentos hasta películas, de forma sencilla y sin ocupar espacio en sus dispositivos, gracias a su sistema de almacenamiento en la nube. Telegram también se destacó por su capacidad para mantener conversaciones grupales ordenadas, ideales para organizar eventos y mantenerse en contacto con amigos de atletismo. A pesar del cansancio, Kike participó activamente en la clase, sintiendo cómo el sueño cedía ante la energía del aprendizaje.

De regreso a casa, lo esperaba un almuerzo preparado con amor, seguido de la celebración del cumpleaños número 14 de su hijo. Una torta de chocolate se convirtió en el centro de un festejo lleno de risas, fotos y abrazos.

Reflexión final:

Esta historia nos muestra que el día bien aprovechado nos llena de logros y memorias inolvidables. El deporte nutre el cuerpo, la familia fortalece el alma, y el aprendizaje constante nos mantiene vivos y en crecimiento.



Complemento para Telegram:

Telegram no es solo una aplicación de mensajería, también ofrece:

  1. Almacenamiento en la nube: Comparte archivos grandes sin preocuparte por el espacio en tu dispositivo.
  2. Chats grupales eficientes: Perfecto para comunidades o grupos de interés.
  3. Organización en carpetas: Ideal para mantener el contenido clasificado y accesible.
  4. Bots personalizados: Automatiza tareas y mejora la experiencia del usuario.
  5. Seguridad y privacidad: Comunicaciones protegidas con cifrado de extremo a extremo.

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martes, 26 de noviembre de 2024

El Renacer de Kike y Linda


Era una tarde tibia, 26 de noviembre, en un paraíso tropical donde el tiempo parecía detenerse. La casa, escondida entre un mar de verdes colinas a 600 metros de Silvania, se alzaba como un refugio de ensueño. La llovizna, suave y susurrante, acariciaba la tierra con gotas de rocío que brillaban como diamantes bajo la luz perezosa de la tarde. En ese rincón mágico, Kike saboreaba un tinto aromático que Linda, su compañera de vida, había preparado con esmero. Era un café impregnado de amor, como si cada sorbo tuviera el poder de contar historias.

Linda había regresado seis días atrás, tras una ausencia de dos meses en Bogotá. Durante ese tiempo, Kike había convivido con una soledad transformadora, como un peregrino que encuentra en el silencio la respuesta a preguntas que jamás supo que tenía. En esas semanas de introspección, Kike había descubierto un espacio sagrado dentro de sí mismo. Allí, en la calma de la soledad, se había fortalecido espiritualmente. Pero ahora, con Linda de vuelta, sentía que la vida misma florecía a su alrededor. El amor entre ambos renacía, como un río que encuentra un cauce nuevo pero más profundo, más vivo.



La naturaleza, testigo silenciosa de su historia, parecía celebrar este reencuentro. En su jardín, el caballero de la noche, un árbol que Kike había podado semanas atrás tras verlo marchitarse, comenzó a resurgir. Sus ramas desnudas ahora albergaban brotes tiernos que prometían flores fragantes bajo el manto de la noche. Tres pequeñas plantas de tomate se alzaban con nueve frutos vibrantes, como pequeñas ofrendas de la tierra. Incluso las flores, que parecían haber abandonado su rincón, reaparecieron llenando el aire de colores y aromas. Era como si el Universo, en un acto de complicidad, les enviara señales de un renacimiento más grande: el de su amor.

Aquel 26 de noviembre, Kike tuvo un sueño. Tres historias hermosas danzaban en su mente mientras dormía, pero al despertar, las palabras se habían desvanecido como niebla al amanecer. Aunque no recordaba los detalles, sentía que el sueño llevaba un mensaje. Sus libretas y esferos, siempre presentes junto a su cama, aguardaban su inspiración. Pero ese día, el mensaje parecía habitar no en las palabras, sino en los signos a su alrededor.

Antes de partir hacia su curso en el Punto Digital, Kike mostró a Linda el milagro que había ocurrido en el jardín. Ambos quedaron maravillados, como niños frente a un misterio. Se abrazaron bajo el manto de aquella tarde, sintiendo que algo grande se gestaba en sus vidas. El Universo, en su lenguaje místico, parecía decirles que estaban alineados con su propósito.

En el curso, Kike respondió con humildad y picardía a las preguntas sobre sus escritos. La profesora, atenta y apasionada, guió a sus alumnos en el arte de las herramientas digitales, desgranando secretos que parecían trucos de magia para quienes comenzaban. Al salir, Kike hizo una parada en la biblioteca pública de Silvania. Allí devolvió un libro de cuentos de Gabriel García Márquez y tomó prestado La nostalgia de las almendras amargas. En su camino a casa, repetía su mantra de gratitud, como si cada paso lo acercara más a su destino espiritual.

Cuando llegó, Linda lo recibió con un banquete digno de un rey. La sopa de verduras era una oda a la vida misma, seguida por un plato principal que combinaba arroz integral, frijoles de pepa negra, plátano frito y sardinas. Todo estaba coronado con un jugo de mango que destilaba la dulzura del trópico. En esa comida, preparada con amor, Kike encontró no solo sustento, sino un recordatorio de que las cosas más simples son las más valiosas.

Ese día, entre coincidencias y señales, Kike comprendió una gran verdad: las ausencias, cuando se viven con sabiduría, no separan, sino que fortalecen. Linda y él eran prueba viva de que el amor puede florecer después de la tormenta, como un jardín que renace más fuerte tras el paso de la lluvia. En el silencio de la soledad, Kike había aprendido a convivir consigo mismo, y ahora, en la complicidad del reencuentro, sabía que juntos podían crear un mundo mejor.


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