Era un sábado, el último día de noviembre. Kike se había acostado a las 12:00 am, pero a las 12:42 despertó abruptamente de un sueño tan real que su corazón aún latía rápido. Sin levantarse, tomó su libreta, esa que siempre dejaba en la mesita de noche para registrar sus ideas o sueños, y anotó dos nombres: Pongo y Corazón.
En el sueño, dos figuras familiares emergían del pasado: sus fieles amigos, Pongo y Corazón, dos mascotas que habían marcado su vida con enseñanzas de lealtad y compañía. En el sueño, Kike estaba de pie frente a la entrada de una casa. Pongo entró trotando, con la energía juguetona que siempre había tenido, mientras Corazón, como solía hacer, se tumbaba patas arriba, meneando el cuerpo en busca de cosquillas. Era tan vívido, tan palpable, que cuando Kike despertó, podía sentir el calor de la presencia de sus viejos amigos.
Un amanecer entre recuerdos
A las 5:31 am, Kike volvió a despertarse. Afuera, el horizonte de Silvania se teñía de tonos anaranjados, como si el cielo se hubiese vestido de nostalgia. A través de su ventana, los rayos dorados del sol iluminaban el mundo con una calidez que parecía evocar un abrazo del pasado. Se sumió en su rutina matutina: meditación, visualización, ejercicios de fortalecimiento y estiramientos. Mientras lo hacía, sus pensamientos regresaban al sueño, llenos de la energía de Pongo y Corazón.
Decidió salir a entrenar. A las 8:37 am, activó su aplicación de entrenamiento y comenzó un recorrido de 7 kilómetros por senderos de ascensos y descensos. El camino lo llevó entre flores de colores vibrantes y árboles que se mecían con la brisa. Paraba de vez en cuando para tomar fotos, capturando cada instante como si el paisaje también formara parte del recuerdo de sus amigos.
Amigos de cuatro patas, corazones eternos
Mientras corría, los recuerdos fluían como un río. Pongo, su perro mestizo de pelaje amarillo y blanco, había llegado en el año1.997 como un regalo inesperado de un vecino en Soacha. Con su esposa Linda y su hija Taly, lo criaron como a un hijo, dándole el mejor cuidado posible. Años después, un perro callejero apareció en su vida. Era un can robusto de color gris, con la postura de un pastor alemán y el espíritu salvaje de un lobo. Linda, emocionada por la coincidencia, exclamó: "¡Hoy es el Día del Amor y la Amistad, y este perrito ha llegado como un símbolo de lo que significa amar y dar sin esperar nada a cambio!" Sin dudarlo, decidieron adoptarlo y lo bautizaron Corazón, en honor al día en que llegó y al sentimiento que parecía emanar de su presencia.
Juntos, Pongo y Corazón llenaron la casa de aventuras. Aunque a veces discutían, también compartían momentos inolvidables: largas caminatas por las montañas, juegos interminables en la terraza, y la compañía mutua en los días más ordinarios. Sin embargo, la vida también trajo retos. Corazón, con su espíritu indomable, causaba problemas en el vecindario. Las quejas de los vecinos y las peleas con otros perros obligaron a Kike a buscar soluciones.
Con el tiempo, Pongo comenzó a envejecer. Su pelaje se caía, pero con amor y cuidado, incluso dándole suplementos como Omniplus, Kike lo ayudó a recuperar algo de vitalidad. Sin embargo, el ciclo de la vida era inevitable, y en el año 2009 Pongo partió un día tranquilo, rodeado de amor. Corazón, por su parte, parecía comprender la pérdida. Un mes después, salió de casa como siempre, pero esta vez miró a Kike con una mezcla de tristeza y despedida. Nunca regresó.
El legado de un sueño
Al regresar de su entrenamiento, Kike se sentó en la sala de su casa. El recuerdo del sueño y los momentos vividos con Pongo y Corazón lo invadieron con una mezcla de nostalgia y gratitud. Decidió que ese día lo dedicaría a leer, enriqueciendo su léxico y recordando que incluso los días más comunes pueden transformarse en oportunidades para aprender y crecer.
Esta historia, pensó, no es solo un relato de amor hacia dos mascotas. Es un testimonio de la lealtad inquebrantable y el impacto que los seres queridos, humanos o animales, dejan en nuestro corazón. Pongo y Corazón no solo fueron compañeros; fueron maestros de vida, recordatorios de que el amor y la resiliencia trascienden el tiempo y la distancia.
Reflexión
Los amigos, ya sean de dos o cuatro patas, viven eternamente en nuestra memoria. Nos enseñan lecciones valiosas: a ser leales, a superar adversidades y a recordar que cada día trae consigo la posibilidad de realizar nuestras metas. Kike aprendió de ellos, y ahora, al compartir esta historia, espera que sus lectores también descubran que la verdadera amistad nunca desaparece, solo se transforma en recuerdos que calientan el alma.
1 comentario:
Excelente historia, la vida terrenal es transitoria, pero la espiritual trasciende, las mascotas también tienen tu espíritu y de vez en cuando se manifiestan en sueños, ellos son seres leales, francos y amorosos. Tuve una mascota hace mucho tiempo, y después de su muerte y tiempo reciente a su partida en ocasiones podía persibir sus latidos en la mente como telepático, como queriéndome decir, que él aún estaba en mi presencia pero yo no lo podía ver. Linda historia en el blog.
Publicar un comentario