Era una tarde tibia, 26 de noviembre, en un paraíso tropical donde el tiempo parecía detenerse. La casa, escondida entre un mar de verdes colinas a 600 metros de Silvania, se alzaba como un refugio de ensueño. La llovizna, suave y susurrante, acariciaba la tierra con gotas de rocío que brillaban como diamantes bajo la luz perezosa de la tarde. En ese rincón mágico, Kike saboreaba un tinto aromático que Linda, su compañera de vida, había preparado con esmero. Era un café impregnado de amor, como si cada sorbo tuviera el poder de contar historias.
Linda había regresado seis días atrás, tras una ausencia de dos meses en Bogotá. Durante ese tiempo, Kike había convivido con una soledad transformadora, como un peregrino que encuentra en el silencio la respuesta a preguntas que jamás supo que tenía. En esas semanas de introspección, Kike había descubierto un espacio sagrado dentro de sí mismo. Allí, en la calma de la soledad, se había fortalecido espiritualmente. Pero ahora, con Linda de vuelta, sentía que la vida misma florecía a su alrededor. El amor entre ambos renacía, como un río que encuentra un cauce nuevo pero más profundo, más vivo.
La naturaleza, testigo silenciosa de su historia, parecía celebrar este reencuentro. En su jardín, el caballero de la noche, un árbol que Kike había podado semanas atrás tras verlo marchitarse, comenzó a resurgir. Sus ramas desnudas ahora albergaban brotes tiernos que prometían flores fragantes bajo el manto de la noche. Tres pequeñas plantas de tomate se alzaban con nueve frutos vibrantes, como pequeñas ofrendas de la tierra. Incluso las flores, que parecían haber abandonado su rincón, reaparecieron llenando el aire de colores y aromas. Era como si el Universo, en un acto de complicidad, les enviara señales de un renacimiento más grande: el de su amor.
Aquel 26 de noviembre, Kike tuvo un sueño. Tres historias hermosas danzaban en su mente mientras dormía, pero al despertar, las palabras se habían desvanecido como niebla al amanecer. Aunque no recordaba los detalles, sentía que el sueño llevaba un mensaje. Sus libretas y esferos, siempre presentes junto a su cama, aguardaban su inspiración. Pero ese día, el mensaje parecía habitar no en las palabras, sino en los signos a su alrededor.
Antes de partir hacia su curso en el Punto Digital, Kike mostró a Linda el milagro que había ocurrido en el jardín. Ambos quedaron maravillados, como niños frente a un misterio. Se abrazaron bajo el manto de aquella tarde, sintiendo que algo grande se gestaba en sus vidas. El Universo, en su lenguaje místico, parecía decirles que estaban alineados con su propósito.
En el curso, Kike respondió con humildad y picardía a las preguntas sobre sus escritos. La profesora, atenta y apasionada, guió a sus alumnos en el arte de las herramientas digitales, desgranando secretos que parecían trucos de magia para quienes comenzaban. Al salir, Kike hizo una parada en la biblioteca pública de Silvania. Allí devolvió un libro de cuentos de Gabriel García Márquez y tomó prestado La nostalgia de las almendras amargas. En su camino a casa, repetía su mantra de gratitud, como si cada paso lo acercara más a su destino espiritual.
Cuando llegó, Linda lo recibió con un banquete digno de un rey. La sopa de verduras era una oda a la vida misma, seguida por un plato principal que combinaba arroz integral, frijoles de pepa negra, plátano frito y sardinas. Todo estaba coronado con un jugo de mango que destilaba la dulzura del trópico. En esa comida, preparada con amor, Kike encontró no solo sustento, sino un recordatorio de que las cosas más simples son las más valiosas.
Ese día, entre coincidencias y señales, Kike comprendió una gran verdad: las ausencias, cuando se viven con sabiduría, no separan, sino que fortalecen. Linda y él eran prueba viva de que el amor puede florecer después de la tormenta, como un jardín que renace más fuerte tras el paso de la lluvia. En el silencio de la soledad, Kike había aprendido a convivir consigo mismo, y ahora, en la complicidad del reencuentro, sabía que juntos podían crear un mundo mejor.
1 comentario:
Fascinante historia de vida, A veces brindarse cierto espacio de tiempo en ausencia presencial fortalece las relaciones, el reencuentro es un renacer. Las plantas como seres vivos persiben el amor y cariño con el que se les cuida, ellas corresponden colocándosen más bellas o dando hermosos frutos. En la vida casi todo es energía y es cambiante, se transforma.
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