jueves, 31 de octubre de 2024

La casa de los sueños invencible de Kike

Era un 28 de octubre en el paradisíaco sector de Pomarroso, en Silvania. Una tierra de clima ideal de un paraíso, rodeada de una naturaleza vibrante y acogedora, donde el aire fresco invita a respirar profundamente la paz que se siente en cada rincón. En este lugar lleno de vida, Kike continuaba su jornada, cerrando otro mes lleno de enseñanzas. Había enfrentado pruebas y desafíos que parecían puestos por Dios mismo para probar su fe, pero Kike nunca se daba por vencido. Él confiaba en sí mismo y, sobre todo, creía en Dios.

Aquella mañana, Kike se levantó temprano, como siempre, para dedicarse a su meditación y lectura diaria. En esta ocasión, estaba sumergido en las páginas de Los funerales de la Mamá Grande de Gabriel García Márquez, un libro que le estaba enseñando nuevas palabras y maneras de expresar su narrativa. Después, salió de casa para asistir a un curso de internet en el punto digital de la alcaldía de Silvania. Regresó a casa satisfecho, sintiendo que el día avanzaba bien.

Sin embargo, al entrar en la alcoba principal, Kike se encontró con una sorpresa impactante: una parte del techo del segundo piso había caído al suelo. La madera fina, que antes formaba parte de la estructura de su amada casa, estaba ahora desparramada en el piso. Al principio, sintió un golpe de preocupación, pero de inmediato recordó algo que había visto esa mañana: una motociclista que había sido atropellada por una tractomula. Reflexionó sobre lo frágil que puede ser la vida y agradeció a Dios que en el momento del desplome su esposa e hijo no estuvieran en casa; el daño podría haber sido mucho mayor.

Kike respiró profundamente, entendiendo que esta era una de esas pruebas de la vida. Observó la madera caída y recordó que fue en esa misma casa, "la casa de sus sueños invencibles," donde había encontrado la inspiración para escribir su primer libro. ¿Por qué, entonces, iba a quejarse por la caída de una parte del techo? Al final, eran solo pedazos de madera. Diez minutos después, ya había dejado de lado la preocupación y volvió a enfocarse en sus sueños.

El 31 de octubre, al amanecer, recibió una noticia que lo llenó de alegría: desde España le confirmaban que su primer libro sería publicado y le pedían completar el formulario de autorización. Con una sonrisa, llenó el formato y se preparó para cumplir su cita con el alcalde, a quien quería presentar sus ideas para futuros proyectos literarios. La reunión fue un éxito, y el alcalde mostró interés en colaborar, agendando un segundo encuentro para el 6 de noviembre junto al delegado municipal.

Con una sonrisa en el rostro y el corazón lleno de esperanza, Kike salió de la alcaldía sabiendo que había dado otro paso firme hacia sus sueños. Al regresar a casa, sintió una renovada gratitud por todo lo que había vivido en esos últimos días. La "casa de sus sueños invencibles" no solo le había dado un hogar, sino que había sido el escenario de sus mayores aprendizajes y pruebas.

En la tarde, mientras realizaba su entrenamiento en el patio, un aguacero repentino comenzó a caer. Al principio, Kike se protegió bajo el alero, pero al observar la intensidad de la lluvia, sintió la necesidad de conectar con la fuerza de la naturaleza. Salió nuevamente y dejó que las gotas lo mojaran mientras corría bajo el cielo gris, sintiendo que cada gota lo limpiaba y le daba claridad.

En medio del aguacero, notó que una planta de caballero de la noche, una de las más hermosas de su jardín, se había inclinado peligrosamente, casi desprendiéndose de la tierra. En lugar de preocuparse, Kike vio en esto una señal más: la vida podía inclinarse, tambalear y hasta caer, pero siempre había una oportunidad de volver a levantarla. Al día siguiente, con delicadeza y paciencia, podó y enderezó la planta, tal como planeaba hacer con cada aspecto de su vida que necesitara un ajuste.

Aquel 31 de octubre, Kike se fue a dormir con una sensación profunda de gratitud y confianza. Su "casa de sueños invencibles" había resistido otra tormenta, y él, al igual que aquella planta, había encontrado fuerzas para mantenerse en pie. Sabía que aún había muchas pruebas por venir, pero también sabía que cada una de ellas traería un aprendizaje y una historia por contar.

La historia de Kike es un recordatorio de que, aunque el camino esté lleno de pruebas, nuestra fe y determinación nos permiten transformar cada obstáculo en una nueva oportunidad de crecimiento.

 

viernes, 25 de octubre de 2024

El Poder de la Gratitud y el Aquí y el Ahora


 Era el 24 de octubre, cuando la aurora apenas asomaba en el horizonte, con un tono rosado que teñía el cielo sobre el tranquilo pueblo de Silvania. Kike despertó a las 4:30 a.m., como cada mañana. Al abrir los ojos, sintió la frescura de la madrugada, el suave susurro del viento que parecía traer consigo el aroma del rocío recién caído sobre la hierba. Se levantó en silencio, dejando que el frescor del suelo le recordara que estaba aquí, vivo y listo para un nuevo día.

Su primer impulso fue revisar el celular. Con el corazón palpitante, buscó una respuesta de Letrame, la editorial reconocida que se encargaría de su primer libro. La emoción lo embargaba; el día anterior le habían enviado una selección de imágenes con derechos de autor, y de las tres que había escogido, una sería la portada de su libro. Kike respiró profundamente mientras abría el correo, sintiendo la expectativa vibrar en sus venas, y en la pantalla solo halló un formulario para enviar su dirección de envío. Cerró los ojos por un momento, sintiendo una ligera punzada de desilusión, pero pronto se repitió, casi en un susurro: "Gracias, gracias, gracias".

Aquel ritual de gratitud lo ayudaba a anclar sus emociones y a volver al momento presente. Sentado en su habitación en penumbra, se envolvió en su manta de meditación, sintiendo el suave roce de la tela en su piel. Cerró los ojos y se concentró en su respiración, dejando que su mente se sumergiera en su propio ser, recorriendo mentalmente los siete chakras. Cada inhalación parecía llenar de luz cada rincón de su cuerpo; cada exhalación, una suave liberación de sus pensamientos, disolviéndose en la calma.

El reloj marcaba las 6:00 a.m. cuando Kike bajó con una sonrisa, una paz profunda iluminando su rostro. La energía matutina lo envolvía, como si el propio universo susurrara al viento: “Todo está bien”. Con una calma indescriptible, prendió su computador, abrió el correo y, sin prisas, llenó el formulario para la dirección en la oficina de correos de Silvania para que le llegarán los libros a esa dirección. En Madrid, España. Eran las 1:00 p.m. allá. Decidió esperar pacientemente, recordando que el director de la editorial, Luis Muñoz, le había advertido que la respuesta podría tardar días o semanas. Aun así, cada pocos minutos volvía a revisar el correo, aunque, finalmente, a las 10:00 a.m., decidió desistir. En España ya era la hora de cierre.

Kike suspiró, recordándose que cada cosa tiene su tiempo. Mientras esperaba una respuesta, tenía una cita importante con el alcalde a las 8:00 a.m. para una oportunidad de trabajo. Buscó su mejor traje, solo para notar que estaba percudido. No se desanimó y, en cambio, eligió un elegante blue jean y una camisa blanca con negro que un amigo de Bogotá le había regalado. Se sentía cómodo y seguro; su atuendo reflejaba su esencia y autenticidad.

Sin embargo, al llegar, la secretaria le informó que el alcalde no estaría disponible hasta la próxima semana. A pesar del pequeño nudo en su pecho, Kike sonrió, repitiéndose internamente: "Gracias, gracias, gracias…". Mientras caminaba de regreso, su corazón se llenó de gratitud, y el peso de la decepción se disolvió en cada paso que daba. "Todo a su tiempo", pensó, sintiendo que aquella jornada aún tenía mucho por ofrecerle.

Ya en casa, recibió una notificación para unirse a una capacitación de Inversión, Ahorro y Financiamiento. Durante la sesión, Kike participó con entusiasmo, presentándose como escritor y compartiendo sus ideas, sus metas y su misión en este mundo. Al terminar, con una sonrisa, se preparó un desayuno sencillo pero reconfortante: huevos cocidos, pan fresco y un chocolate caliente, hecho con leche de una granja cercana. El olor dulce y cálido del chocolate llenó la cocina, recordándole la bondad de las cosas simples y su conexión con la tierra y la vida.

Después del desayuno, se sumergió en la lectura de "El coronel no tiene quien le escriba" de Gabriel García Márquez, deleitándose con cada palabra y enriqueciendo su vocabulario. A las 2:00 p.m., se dirigió puntual a una capacitación en el Punto Digital de su comunidad. El camino de regreso lo recorrió en silencio, dejando que la naturaleza lo envolviera en una melodía de sonidos y colores. A su alrededor, los frondosos árboles se mecían suavemente, y el canto de los pájaros se mezclaba con el delicado aleteo de mariposas que parecían acompañarlo en su trayecto, mientras él repetía en su mente su mantra: “Gracias”.

Al regresar a casa, su refugio sagrado, se sintió en paz, como si aquella soledad que antes le pesaba fuera ahora una amiga que le enseñaba el arte de la paciencia y el autoconocimiento. Luego de ordenar y limpiar, se sentó a escribirle a su confidente y amigo, Manuel. Compartieron detalles sobre el progreso de su libro, intercambiando mensajes llenos de entusiasmo y apoyo. Era un momento de conexión que le recordó el valor de la amistad y el aliento de quienes creen en sus sueños.

Antes de dormir, practicó yoga y, al terminar, se acostó con la confianza de que, al día siguiente, el universo seguiría guiando sus pasos. A las 5:13 a.m. del día siguiente, en lugar de revisar su correo inmediatamente, Kike dedicó su primera hora al silencio, a su meditación y a agradecer cada respiración, cada segundo. No había prisa; sabía que las respuestas llegarían cuando fuera el momento adecuado.

Esta historia de Kike nos recuerda la importancia de vivir plenamente el ahora, de encontrar serenidad en la paciencia y de confiar en el fluir natural de la vida. Nos inspira a observarnos, a manejar nuestras emociones con sabiduría y a entender que, en cada respiración, en cada paso, podemos encontrar un mundo de paz y gratitud.

miércoles, 23 de octubre de 2024

El Misterio del 21 de Octubre: La Soledad como Camino a la Iluminación

Érase Octubre en la paradisíaca ciudad de Silvania, conocida por su frondosa naturaleza, paz y tranquilidad. A una altitud media de 1470 metros sobre el nivel del mar y con un clima primaveral similar al de Medellín, Silvania se había convertido en el refugio de Kike, un hombre que parecía tener un talento legendario, como si los dioses del Olimpo le hubieran otorgado el don de convertir en realidad sus ideas.

Kike llevaba seis meses viviendo en Silvania con su esposa, Natalia, y su hijo, Pablo. Habían dejado atrás la frenética vida de Bogotá y Soacha, que él describía como "junglas de cemento", lugares que le habían traído más tormento que paz. Pero todo cambió un 21 de Octubre, cuando la madre de Natalia cayó gravemente enferma en Bogotá, obligándola a regresar a la ciudad con su hijo, dejando a Kike solo en Silvania, sin trabajo y con apenas dinero suficiente para sobrevivir.

Al principio, Kike sentía que se estaba volviendo loco en su soledad. Los primeros días fueron oscuros y sombríos, sus pensamientos parecían atraparlo, llevándolo al borde de la desesperación. Sin embargo, una chispa de inspiración surgió tras ver algunos videos de Lain Calvo García en: "Eres imparable", en los que se hablaba del poder de la soledad como herramienta de transformación interior y de Pablo Arango, con sus enseñanzas en "Notas del Aprendiz", le enseñó la importancia de aprender constantemente, de nunca rendirse y de buscar siempre la excelencia en todo lo que hacía.

Sin trabajo y con demasiado tiempo libre, Kike decidió aprovechar la oportunidad para formarse. Realizó cursos virtuales, obteniendo certificados en "Redacción de Contenidos" e "History Marketing". Pero su auténtica pasión despertó cuando una empresa extranjera le ofreció un contrato para escribir 100 páginas de historias de fantasía y misterio. Sin embargo, las ideas no fluían, y la presión lo consumía. En un abrir y cerrar de ojos, la empresa canceló el contrato, dejándolo una vez más en la incertidumbre.

Desesperado pero decidido a no rendirse, Kike buscó inspiración en cuadernos viejos de tareas escolares de su hija, manuscrito qué escribía años atrás donde hablaba de valores humanos. Comenzó a reconstruir y a darles un toque mágico, trabajando obsesivamente durante tres días, transcribiendo cada palabra al computador. Se sumergió en su escritura, alimentando su creatividad con la lectura voraz de la obra de Gabriel García Márquez, devorando un libro por semana.

La escritura se convirtió en su obsesión. A lo largo de un mes, logró armar un manuscrito de 150 páginas, transformando su soledad en una especie de fiebre creativa. Inspirado por un video sobre el poder de la gratitud, decidió escribirse una carta a sí mismo como automotivación, reafirmando su compromiso con su nuevo propósito.

El 21 de Octubre, una fecha que marcaría su vida para siempre, Kike enfrentó un momento de crisis. Sentía que sus pensamientos oscuros lo rodeaban, como si una pesadilla intentara apoderarse de él. Sin embargo, recordó una enseñanza sobre la gratitud de Jesús que había visto en uno de los videos de Lain Calvo. Ese día, salió a correr por los senderos que bordeaban su casa, entre valles y montañas, tratando de despejar su mente. Durante su carrera, comenzó a repetir mentalmente la palabra "gracias" como una especie de mantra, rechazando los pensamientos que lo ataban al pasado.

Kilómetro tras kilómetro, Kike agradecía por todo lo que le venía a la mente: por los bancos que le prestaron dinero, por las personas que alguna vez lo hirieron, por los recuerdos de su infancia y juventud. Fue un proceso liberador, como si cada "gracias" limpiara su alma de impurezas acumuladas. Al regresar a casa, sintió que había cruzado un umbral, que su pasado tormentoso había quedado atrás, y que un Kike renovado, fortalecido y agradecido se había alzado de las sombras.

Ese 21 de Octubre fue el día en que Kike terminó fue el inicio de su transformación y ese día cuando llegó de entrenar le comunicaron que su obra estaba lista para imprimir que faltaba elaborar la carátula del libro y hacer el índice, dos semanas atrás había enviado su manuscrito de 48 capítulos y que envió con nerviosismo a la editorial Letrame en España, una de las más exigentes para editar y reconocidas del mundo para editar. Contra todo pronóstico, su obra fue aceptada para su publicación, algo que él sólo podía atribuir a una especie de intervención divina.

Ese día quedó grabado en su memoria como el inicio de una nueva etapa, donde la soledad dejó de ser su enemiga para convertirse en su mejor aliada. Kike descubrió que, a veces, la verdadera transformación solo ocurre cuando enfrentamos nuestros demonios más oscuros y aprendemos a agradecer incluso por aquello que nos duele.

 

lunes, 21 de octubre de 2024

Reencuentro de dos hermanos después de 40 años

Un domingo 20 de octubre de 2024 en Silvania, Humberto se preparaba para un acontecimiento muy especial: el reencuentro con su hermano Eduardo, a quien no veía desde hacía 40 años. La llamada que había recibido 20 días antes de Eduardo, en la que le avisaba de su visita, llenó a Humberto de emoción. Eduardo le había dicho que llegaría el 20 de octubre y que se quedaría un día debido a compromisos laborales. Desde entonces, Humberto no dejaba de pensar en ese reencuentro.

Junto a su esposa Ana, planearon recibir a Eduardo con los brazos abiertos. Sin embargo, diez días antes de la visita, Ana tuvo que viajar a la capital para acompañar a su madre en una operación, dejando a Humberto solo en casa. A pesar de la ausencia de Ana, Humberto decidió encargarse de los quehaceres del hogar con el mismo esmero que ella le había enseñado. Se dedicó a cocinar, limpiar y dejar todo en perfecto orden para el gran día.

A medida que se acercaba la fecha, Humberto no podía dejar de recordar su infancia, cuando cuidaba de sus hermanos mientras sus padres trabajaban. Esos recuerdos lo llenaban de nostalgia y alegría. Finalmente, el sábado anterior al encuentro, Eduardo llamó para confirmar su llegada. Aunque Humberto no mencionó la ausencia de Ana, decidió que recibiría a su hermano como si ella estuviera presente en espíritu.

La mañana del domingo 20 de octubre amaneció radiante en Silvania, con el canto de los pájaros y el suave susurro de las ramas de los árboles. A las 7:00 a.m., Eduardo llamó para avisar que ya estaba cerca, en San Raimundo. Humberto, emocionado, salió rápidamente al encuentro. Caminó 700 metros hasta el punto de encuentro y, tras un pequeño malentendido gracioso con una señora que lo confundió con otra persona, finalmente vio a su hermano haciendo señas desde más arriba.

Eduardo llegó acompañado de su compañera Luz Marina, y juntos se dirigieron a la casa de Humberto. Al llegar, Eduardo y Luz Marina quedaron fascinados con la hermosa casa que Humberto había comprado. Humberto les preparó un tinto con pan para compartir. Eduardo, algo desconcertado por la ausencia de Ana, escuchó con comprensión cuando Humberto le explicó la situación. Luz Marina, demostrando su hospitalidad, preparó un delicioso desayuno de huevos revueltos con tomate y cebolla, acompañado de café.

Después de desayunar, Eduardo sugirió salir a caminar, y Humberto propuso un recorrido de 4 kilómetros por senderos que llevaban al pueblo. A lo largo del camino, atravesaron dos ríos de aguas cristalinas y disfrutaron del calor de 27 grados, el cual hacía aún más tentadora la idea de sumergirse en el agua. El paisaje era impresionante, con frutales y majestuosas palmeras que hacían del trayecto una experiencia casi paradisíaca.

Al llegar al pueblo, Humberto tomó fotos de su hermano y Luz Marina en los sitios turísticos de Silvania. Después de hacer algunas compras en el mercado, almorzaron en un restaurante cercano, donde disfrutaron de una deliciosa sopa de menudencias y un plato principal de lengua y cola sudada. Al regresar a casa, se dedicaron a descansar y, más tarde, subieron una colina de un kilómetro para recoger leche fresca en una finca cercana.

Esa noche, jugaron rana, cenaron y se fueron a descansar. Al día siguiente, Humberto, como era su costumbre, se levantó temprano para hacer yoga, meditar, leer y trotar por los senderos. Durante su entrenamiento, no dejaba de agradecer interiormente por la visita de su hermano.

Al regresar a casa, Eduardo y Luz Marina lo sorprendieron con un desayuno preparado por Eduardo: un caldo de pollo criollo con papa que hizo que Humberto se sintiera profundamente agradecido. Más tarde, mientras Eduardo hacía un recorrido por el pueblo, Humberto aprovechó para ver una misa y un video de su mentor en internet.

De vuelta a casa, Eduardo y Luz Marina prepararon un almuerzo para chuparse los dedos: pollo, papa sudada, verduras, arroz y jugo de tomate de árbol. Durante la comida, recordaron anécdotas de su niñez y hablaron de los vecinos de antaño. Rieron al recordar las picardías que hacían cuando jugaban en el parque, y rememoraron con cariño a su abuelo.

A las 4:15 de la tarde llegó el momento de la despedida. Eduardo y Luz Marina debían partir, ya que al día siguiente madrugarían para trabajar. Eduardo le regaló a Humberto un símbolo de abundancia que lo conmovió profundamente, como si fuera un mensaje de la divina providencia. Los hermanos se despidieron con un abrazo cálido y afectuoso, dejando en Humberto una sensación de gratitud y amor incondicional.

Esta historia nos enseña que los lazos de sangre perduran a través del tiempo, y que la resiliencia, la honestidad, la nobleza y el amor familiar son valores que nos sostienen a lo largo de la vida.

 

sábado, 12 de octubre de 2024

Dario y la Casa de los Mil Aprendizajes: Una Historia de Redención y Gratitud

Dario se había trasladado con su esposa e hijo desde el bullicio de Bogotá hacia el tranquilo municipio de Silvania. A pesar de los buenos ingresos que generaban los arriendos de su casa en Bogotá, el peso de las deudas lo ahogaba. Gastos hormiga y una falta de control financiero habían erosionado sus ingresos hasta dejarlo al borde del embargo. Faltaban solo dos semanas para que el proceso judicial avanzara, cuando la Divina Providencia tocó su puerta: dos viejos amigos le propusieron un trueque inesperado. Le ofrecieron una casa hermosa en Silvania, a 600 metros de la carretera principal Bogotá-Girardot.

La calma y el desafío en Silvania

Aunque se libró del inminente embargo, Dario todavía arrastraba deudas. Sin la renta fija de Bogotá, necesitaba reinventarse. Decidió capacitarse en trabajo virtual mediante un curso en línea de ocho semanas. Durante este proceso, descubrió que, además de su habilidad para la edición fotográfica, tenía un talento natural para la redacción de contenido. Como llevaba 180 días escribiendo un diario personal, decidió convertir esos fragmentos en historias.

Confiado en su nuevo camino, Dario se postuló para varios trabajos, pero las empresas con las que intentó trabajar no cumplían con los términos de la agencia de empleo. Sin embargo, lejos de desanimarse, aprovechó el tiempo para recuperar viejos escritos que había anotado en cuadernos, muchos incompletos o deteriorados. Gracias a su memoria prodigiosa, reescribió historias perdidas y decidió darle vida a su primer libro.

La soledad como fuente de creatividad

Cuando su esposa tuvo que regresar a Bogotá con su hijo para acompañar a su madre en una operación, Dario quedó solo en Silvania. Durante esas semanas, recordó su niñez cuidando a sus hermanos menores: cocinaba, barría, lavaba, y trapeaba. Esa rutina de soledad despertó su creatividad, dándole el tiempo y la claridad mental para terminar su libro de 36 capítulos. Envió los primeros ocho a su editora, y recibió un mensaje alentador:

> “Obra apta para editar. Historias bien estructuradas, con redacción clara y profunda. Refleja una conexión entre sueños, realidad y valores humanos fundamentales.”



Este reconocimiento lo motivó a continuar. Decidió escribir nueve capítulos adicionales, sintiéndose inspirado por su rutina diaria de lectura. Cada lectura era una terapia, ayudándolo a mantener la mente serena y enfocada. Pero una noche, mientras imaginaba los dos últimos capítulos, el computador dejó de encender.

El desafío del viejo computador

Dario no se rindió. Recordó que tenía un antiguo computador guardado, lento pero funcional. Al día siguiente, lo conectó y comenzó a trabajar en él. Sin acceso a algunos archivos esenciales, recurrió a los blogs que había publicado, los cuales contenían resúmenes de capítulos. Gracias a su memoria, reconstruyó las partes faltantes y escribió los dos últimos capítulos.

Después de enviarlos a la editora, le notificaron que faltaban la sinopsis y el prólogo, lo que generaba un costo adicional. Preocupado por el dinero, Dario decidió esperar. Sin embargo, la editora lanzó una promoción inesperada que incluía 15 ejemplares gratis, lo que alivió su situación. Sorprendentemente, la corrección del libro, que debía tomar tres semanas, estuvo lista en solo cuatro días.

La promesa del camino a Fusagasugá

El sábado siguiente, Dario decidió trotar 16 kilómetros hasta Fusagasugá para cubrir algunos pagos. Durante el camino de regreso, vio a una madre desplazada con sus cuatro hijos caminando a pie. El corazón de Dario se conmovió: sacó el poco dinero que llevaba y se lo entregó a la mujer, sin importarle que quedaría sin efectivo para cubrir sus propios gastos. Mientras los niños sonreían, a Dario se le llenaron los ojos de lágrimas. Comprendió cuán afortunado era a pesar de sus dificultades.

Al trotar de regreso, con la mente en calma y el alma ligera, Dario se dijo a sí mismo:
“¿Cómo es posible que me queje de la vida teniendo salud, fuerza, y un techo donde vivir? Esa familia, a pesar de no tener nada, seguía adelante con una sonrisa.”

Desde ese día, Dario hizo una promesa solemne: agradecería cada día por lo que tenía, y vería cada dificultad como una oportunidad disfrazada.


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Reflexión Final

Esta historia de Dario nos enseña que las dificultades son oportunidades para crecer y que no necesitamos ser millonarios para ayudar a los demás. Dario nos recuerda valores esenciales como la empatía, la resiliencia, la lealtad y la nobleza del ser humano. A veces, solo en medio de la adversidad descubrimos nuestra verdadera fortaleza y aprendemos a valorar lo que realmente importa.

viernes, 4 de octubre de 2024

Roger, el chico admirador de Gandhi

Era 1982, y Bogotá vibraba con su mezcla de cultura, teatros y nuevas películas que llegaban desde diferentes partes del mundo. En medio de esta vibrante ciudad vivía Roger, un joven de 18 años que acababa de comenzar a trabajar en una notaría como vigilante de carros. No era un trabajo glamuroso, pero Roger lo veía con entusiasmo, no solo por el sueldo que recibía, sino por las generosas propinas que ganaba de los clientes. Con dinero en su bolsillo, Roger tenía al fin la libertad de cumplir uno de sus grandes sueños: ir al cine cuantas veces quisiera.

Salir de trabajar a las 5:30 p.m. y dirigirse a los teatros se convirtió en su rutina favorita. Entre sus preferidos estaban el Teatro Royal, el Opera, y el Olimpia, entre muchos otros de la ciudad. Pero había uno en especial que lo llamaba más: el Teatro México, donde disfrutaba de los clásicos del cine mexicano. Allí, se sumergía en las películas que habían marcado una época, perdiéndose entre las historias de amor, drama y valentía que se proyectaban en la gran pantalla. En su mente ya imaginaba el día en que llevaría a su futura novia al mismo lugar, para compartir con ella esa pasión que tanto lo llenaba de vida.

No solo los clásicos mexicanos capturaban su atención; Roger también se deleitaba viendo las mejores películas ganadoras del Óscar en el icónico Teatro Jorge Eliécer Gaitán, en pleno centro de Bogotá. Era capaz de ir hasta cuatro veces por semana, emocionado cada vez que una nueva película llegaba a la cartelera. Prefería ir entre semana, cuando la multitud no llenaba las salas y podía disfrutar de cada escena en la tranquilidad que tanto valoraba.

En ese mismo 1982, una película causaba furor: Gandhi, una obra que prometía contar la historia del líder pacifista indio que había logrado la independencia de su país sin recurrir a la violencia. A primera vista, Roger no estaba particularmente emocionado por verla. El tráiler mostraba a un hombre vestido con una túnica sencilla, y aquello no le atraía. Sin embargo, algo lo impulsó a entrar al teatro, tal vez la curiosidad, tal vez el deseo de ver de qué se trataba la película que todos comentaban.

Lo que Roger no sabía es que aquella decisión marcaría un antes y un después en su vida.

Desde los primeros minutos de la película, Roger quedó atrapado en la historia de Mahatma Gandhi. La sencillez del hombre, su profunda espiritualidad y, sobre todo, su firme creencia en la no violencia, tocaron algo dentro de él. Durante la película, Roger lloró al ver cómo este humilde hombre, sin levantar una sola piedra, había derrotado a uno de los imperios más poderosos del mundo. Lo que más lo impactó fue la fuerza moral y la paz interior de Gandhi, quien, a pesar de las injusticias y la violencia a su alrededor, nunca cedió a la ira o al odio.

Roger salió del teatro ese día siendo una persona diferente. Algo dentro de él había cambiado profundamente. No solo se sintió inspirado por la película, sino que comenzó a ver la vida desde una nueva perspectiva. Gandhi no era solo una película para él, era una lección de vida, una guía para vivir con principios sólidos. A partir de ese momento, Roger empezó a construir su propio camino espiritual.

Durante el resto de 1983, Roger volvió a ver la película más de 20 veces, cada vez con el mismo asombro y emoción de la primera vez. La filosofía de la no violencia y el respeto por la humanidad que Gandhi predicaba se convirtieron en pilares de su vida. Ese año, Roger comenzó a leer libros de figuras espirituales como Deepak Chopra, Eckhart Tolle y Osho. Cada palabra que leía transformaba su ser, lo hacía sentir más conectado con su propósito, más consciente de la importancia de la paz, la bondad y el equilibrio interior.

Con el paso de los años, Roger se convirtió en un hombre profundamente espiritual. No solo adoptó la no violencia como principio, sino que también cultivó un sentido profundo de compasión hacia los demás. Jamás pasó por su mente hacerle daño a alguien; al contrario, siempre deseaba lo mejor para quienes lo rodeaban. Se convirtió en un faro de paz para aquellos que lo conocían, irradiando tranquilidad y bondad en todo momento.

Llegados sus 60 años, Roger comenzó a escribir historias que nacían de su inspiración. Relatos que capturaban los valores que había aprendido a lo largo de su vida, y que buscaban motivar a los demás a vivir de una manera más plena y pacífica. Sus escritos no tardaron en resonar con el público, cautivando a lectores de todas partes del mundo. Cada historia que escribía era una pequeña semilla de cambio, un recordatorio de que, al igual que Gandhi, cada persona tiene el poder de transformar su entorno a través de la paz y el amor.

Para Roger, como decía Deepak Chopra, “El camino es la paz”. Su vida entera se convirtió en un ejemplo de cómo una simple película, una lección de vida o una iniciativa de autoenriquecimiento pueden tener un impacto duradero. Roger no solo admiraba a Gandhi, sino que había hecho de su mensaje una parte integral de su vida. En cada acto de bondad, en cada palabra que escribía, estaba presente la esencia de aquel hombre que había derrotado al Imperio Británico sin levantar una sola arma.


Mensaje final de motivación

Querido lector, la historia de Roger nos enseña que nunca sabemos cuándo un evento, por más simple que parezca, puede cambiar nuestras vidas. Para Roger, fue una película, un simple boleto de cine, lo que lo llevó a descubrir una filosofía de vida que transformó su manera de ser y de ver el mundo.

Esto nos recuerda que cada uno de nosotros tiene el poder de decidir qué valores quiere adoptar, qué principios quiere seguir y cómo quiere impactar el mundo. No importa de dónde vengamos, no importa las circunstancias que nos rodeen; siempre podemos elegir el camino de la paz, el amor y la no violencia. Como lo hizo Roger, cada pequeño acto de bondad, cada gesto de respeto, cada palabra escrita desde el corazón, tiene el potencial de cambiar el mundo.

Nunca subestimes el poder de una película, un libro, o una enseñanza para transformar tu vida. La verdadera riqueza está en lo que podemos aprender, compartir y transmitir a los demás. Así como Roger encontró en Gandhi una fuente de inspiración, tú también puedes encontrar en tu vida diaria la oportunidad de hacer de este mundo un lugar mejor. El cambio comienza contigo.

Linda, la Chica que Transmitía Abundancia y Prosperidad

 

La historia de Linda comienza en 1976, cuando apenas era una niña, llena de energía y curiosidad por el mundo que la rodeaba. Sus padres solían llevarla a pasear al Parque El Salitre, uno de los lugares favoritos de la familia. Un día, mientras disfrutaban de las atracciones y de un helado que le habían comprado, algo llamó poderosamente la atención de Linda: un pequeño avión de juguete que giraba mientras niños de su edad reían emocionados a bordo.

Con los ojos brillantes de ilusión, Linda no pudo contener su emoción. Saltaba y reía de pura alegría, exclamando: "¡Quiero montar en ese avión!". Sin embargo, sus padres, que ya habían gastado en el helado, le explicaron que esa atracción era para niños más pequeños y que no podían pagarle otro paseo. La pequeña Linda, desbordada por la frustración, comenzó a llorar y a pedir el avión con todo su corazón. Su deseo era tan puro y sincero que conmovió a la persona que controlaba los boletos. Este hombre, con una bondad desinteresada, se acercó a los padres de Linda y, sonriendo, les dijo: "No se preocupen, la chica puede montar gratis. Es mi regalo para ella".

Ese gesto, aparentemente sencillo, dejó una huella profunda en Linda. Aquel hombre no solo le cumplió un deseo, sino que también le sembró en el alma una semilla: la bondad y la generosidad podían cambiar la vida de las personas. Desde ese día, Linda nunca olvidaría lo que era recibir un acto de generosidad sin esperar nada a cambio.

A lo largo de su niñez, Linda creció en un hogar donde, a pesar de las limitaciones económicas, sus padres siempre hicieron todo lo posible para que tanto ella como sus cuatro hermanos tuvieran lo necesario para ser felices. Linda entendió desde muy joven que la verdadera abundancia no se medía solo en lo material, sino en el amor, el apoyo y los valores que se compartían en familia. Su entorno, siempre lleno de armonía, la ayudó a desarrollar una actitud positiva y agradecida.

En el colegio Tomás Rueda, Linda destacaba como una de las mejores estudiantes. Su pasión por el conocimiento brillaba especialmente en asignaturas como Español, Filosofía y Teatro, donde no solo sobresalía académicamente, sino que también demostraba un profundo entendimiento de la naturaleza humana y una habilidad para conectar con los demás a nivel emocional.

Al culminar el colegio, Linda ingresó a la Universidad Autónoma de Colombia, donde estudió Derecho. Durante sus años universitarios, continuó siendo una mujer excepcional, no solo por su inteligencia, sino también por su capacidad innata de servir a los demás. Como abogada, Linda se distinguía por su corazón generoso; muchas veces decidía no cobrar honorarios a quienes realmente necesitaban su ayuda, pues lo que más le importaba era ver a las personas salir adelante y ser felices. Su misión en la vida era clara: usar sus conocimientos y habilidades para hacer del mundo un lugar mejor.

El 13 de febrero de 1990, en una conferencia para empresarios, el destino le presentó a Michael, un joven tres años mayor que ella. Desde el primer momento en que se vieron, hubo una conexión especial. Ambos venían de familias grandes y compartían una ética de vida similar. Tras esa primera charla, quedaron en verse el fin de semana en la Jiménez con Séptima, frente al emblemático edificio de El Tiempo. Esa segunda cita solo confirmó lo que ambos ya sabían: habían encontrado a su alma gemela. Se enamoraron rápidamente y, seis meses después, se casaron.

Su matrimonio fue un testimonio vivo de amor, comprensión y crecimiento. Linda y Michael compartieron 20 años de una vida llena de aprendizaje, desafíos y momentos inolvidables. Tuvieron dos hijos, una hija y, años más tarde, un hijo que siempre mostró una mente brillante. Juntos formaron una familia unida y próspera, donde el amor y los valores eran el centro de todo.

Hoy en día, Linda y Michael, ya abuelos, viven una vida de abundancia y estabilidad. A pesar de los desafíos que les ha presentado la vida, siempre han visto cada dificultad como una oportunidad para crecer y fortalecerse. Sus amigos y familiares a menudo se preguntan cómo es posible que una pareja como ellos, en un mundo tan convulsionado, mantenga un matrimonio tan armonioso y lleno de amor. Parecen no envejecer, siempre activos, siempre llenos de energía. Linda y Michael son un ejemplo de lo que significa vivir en prosperidad, no solo en lo material, sino en lo emocional y espiritual.

El secreto de su éxito radica en la filosofía que ambos han adoptado a lo largo de los años: la vida es un regalo, y la clave para disfrutarla está en cultivar la bondad, la resiliencia, el respeto y el servicio desinteresado. Linda, con su gran corazón, sigue ayudando a quienes más lo necesitan, mientras Michael ha aprendido de ella que la verdadera prosperidad se encuentra en dar sin esperar nada a cambio.

Esta inspiradora historia de Linda nos recuerda que la verdadera abundancia y prosperidad no solo provienen de lo que tenemos, sino de lo que somos capaces de compartir con los demás. Linda nos enseña que la bondad, el amor y el servicio pueden transformar nuestras vidas y las de quienes nos rodean. La vida está llena de oportunidades para crecer, y la clave está en vivir cada día con gratitud y generosidad.

jueves, 3 de octubre de 2024

"De la Pantalla a la Meta: Cómo Gerardo Cumplió su Sueño Atlético"

En una tranquila mañana de domingo del año 2001, Gerardo, un joven de 35 años, realizaba sus labores cotidianas como cualquier otro día. Cansado por la rutina, decidió tomarse un pequeño descanso y encendió el único televisor que tenía en casa, un viejo aparato blanco y negro. Al sintonizar el Canal Caracol, se encontró con una transmisión que cambiaría su vida para siempre: la famosa Media Maratón de Bogotá (MMB).

El evento despertó algo profundo en él. En su época de bachillerato, Gerardo había sentido una fuerte atracción por el atletismo, pero nunca tuvo la oportunidad de seguir ese camino. Aquella transmisión le trajo a la mente viejos recuerdos, pero no pasó de ser una simple chispa de nostalgia, algo que no parecía tener un impacto inmediato en su vida.

Sin embargo, el destino tenía otros planes para él. Un año después, en otro domingo rutinario, Gerardo volvió a encender el televisor, una vez más en blanco y negro, y coincidencialmente el Canal Caracol transmitía nuevamente la Media Maratón de Bogotá de 2002. Esta vez, el impacto fue mayor, algo se removió dentro de él. Al ver a miles de corredores enfrentarse a la carrera, sintió un deseo profundo de ser parte de esa experiencia. En su mente, ya no solo observaba la carrera; se visualizaba participando en ella, corriendo junto a los demás atletas, y sintió que ese sueño era algo más que una simple fantasía.

Motivado por esa visión, Gerardo decidió averiguar todo lo que necesitaba para participar en la próxima edición de la MMB. Supo que la carrera se realizaba anualmente, a finales de julio o comienzos de agosto, y que era necesario pagar una inscripción para participar. La información lo emocionó tanto que decidió tomar la iniciativa de prepararse para la edición de 2003. Consiguió unos tenis, una camiseta y una pantaloneta, y, sin ningún tipo de asesoría o guía, comenzó a entrenar por su cuenta en abril de 2003, justo después de Semana Santa.

Sus entrenamientos, aunque esporádicos, no pasaban de los 6 o 7 kilómetros dos veces por semana, pero Gerardo era constante. Se levantaba temprano por las mañanas o corría por las noches después del trabajo. Aunque no tenía mucha experiencia en distancias largas, su motivación lo mantenía firme. Visualizaba constantemente el día de la carrera, imaginándose corriendo al lado de los grandes atletas keniatas, con la multitud aplaudiendo en las calles. Ese sueño lo hacía seguir adelante.

A principios de mayo, Gerardo se inscribió oficialmente en la MMB, pagando la suma de 20,000 pesos en una entidad bancaria. Para él, ese fue el primer paso concreto hacia la realización de su sueño. La emoción de participar en un evento tan grande era indescriptible. Sabía que aún no estaba totalmente preparado físicamente, pero la fuerza de su voluntad era mucho más fuerte que cualquier limitación.

Finalmente, llegó el esperado domingo de julio de 2003. Gerardo madrugó más de lo habitual para no llegar tarde al evento, pero ese día algo inesperado ocurrió: amaneció lloviendo. La situación hizo que los nervios aumentaran, pero la determinación de Gerardo era más fuerte. Con entusiasmo y coraje, se preparó: se bañó, desayunó, se puso sus tenis, la pantaloneta y la camiseta que le habían dado en el "kit del atleta", y salió rumbo a la Plaza de Bolívar, el punto de partida de la carrera.

La plaza estaba repleta de corredores, más de 30,000 personas aguardaban con emoción. A las 10:00 de la mañana, bajo una lluvia incesante, se dio el disparo de salida. Gerardo comenzó su travesía, corriendo en medio de la multitud. Los primeros kilómetros fueron una lucha por encontrar espacio entre empujones y pisotones, pero el entusiasmo no lo abandonaba.

Al llegar al kilómetro 10, el cansancio comenzó a hacer mella. Gerardo, sin mucha preparación, tuvo que caminar en varias ocasiones. Sin embargo, nunca se rindió. Sabía que cruzar esa meta era una cuestión de voluntad y perseverancia, y al final, lo logró. Con un tiempo de 1:59:50, Gerardo cruzó la línea de meta extenuado, pero con una satisfacción inmensa. Su sueño de correr en la MMB se había cumplido.

A partir de ese día, Gerardo no dejó de correr. Repitió su participación en varias ediciones de la MMB y comenzó a competir en otras ciudades de Colombia, como Medellín y Cali. Con el tiempo, no solo se convirtió en un apasionado del atletismo, sino que también se adentró en la práctica de otros deportes como el yoga y la natación.


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Reflexión Final:

La historia de Gerardo nos muestra que a veces, los sueños más grandes comienzan con pequeñas coincidencias. Ver una carrera en televisión fue suficiente para encender una llama en su corazón que lo llevó a correr su primera media maratón. A pesar de no estar completamente preparado, su visualización, disciplina y constancia fueron más fuertes que cualquier obstáculo físico.

Esta historia nos enseña que no importa cuán grande sea el reto, si mantenemos nuestra visión clara y trabajamos con constancia y disciplina, podemos lograr lo que parecía imposible. Tal como Gerardo, que convirtió una inspiración en acción, tú también puedes transformar tus sueños en realidad con determinación y resiliencia.

El Encuentro de 30 Segundos que Cambió una Vida


                                                                                                                                                                                                                                                        El 15 de marzo de 1985, a las 1:15 p.m., Sergio vivió un instante que marcaría el resto de su vida. Caminaba de regreso a su oficina después de un almuerzo placentero en una tarde soleada de Bogotá, cruzando tranquilamente la Calle 85 con la Avenida 15. El semáforo en verde lo animaba a seguir, pero algo en el horizonte captó su atención: un auto elegante, con el volante al lado derecho, algo poco común en la ciudad, que se detuvo justo a su lado.

La curiosidad de Sergio lo llevó a levantar la mirada, y lo que vio lo dejó sin palabras. Allí, tras el volante, estaba nada menos que Gabriel García Márquez, el Premio Nobel de Literatura de 1982. La sorpresa fue tan abrumadora que el tiempo pareció detenerse. Por unos segundos, que para Sergio se sintieron como una eternidad, sus ojos se cruzaron con los del famoso escritor. Gabo lo miró de forma serena, casi adivinando los pensamientos de Sergio. Fue un instante mágico, un encuentro silencioso que le dejó una profunda sensación de paz y bienestar.

El semáforo cambió, y el auto de Gabo arrancó lentamente, perdiéndose entre el tráfico. Sergio, atónito, se quedó inmóvil viendo cómo se alejaba, lamentando no haber tenido el valor de pedirle un autógrafo o siquiera saludarlo. Aún más, ese día había olvidado en casa el libro que estaba leyendo: El coronel no tiene quien le escriba. "¡Hubiera sido perfecto para un autógrafo!", pensó, lleno de una nostalgia que lo acompañaría por muchos años.

Sin embargo, la vida siguió su curso. Sergio, inmerso en sus ocupaciones diarias, dejó la lectura a un lado por un buen tiempo. Pasaron los años, y a los 50 años, una chispa interna lo impulsó a hacer algo diferente. Sentía que era el momento de transformar su vida. Decidió retomar la lectura, esta vez con un propósito firme. Tres meses después, el hábito de leer ya era parte esencial de su día a día. Cada libro que leía lo hacía sentir más conectado consigo mismo.

A los 57 años, la escritura se sumó a su rutina. Comenzó a escribir un diario en hojas en blanco, con el fin de mejorar su caligrafía, pero también para expresar sus pensamientos y vivencias. Esta costumbre lo hizo diferente al resto, en un mundo donde todos parecían estar pegados a sus celulares, mientras Sergio disfrutaba de la tranquilidad de un buen libro en cualquier rincón. Sus hábitos fueron ampliándose, añadiendo disciplinas como el atletismo, yoga, y natación, siempre buscando superarse.

Finalmente, a los 60 años, recordó ese encuentro fugaz con Gabriel García Márquez y lo interpretó como una señal que lo había guiado a lo largo de su vida. Ese instante había plantado una semilla en su corazón, y ahora, Sergio tomó la decisión de convertirse en escritor. Si aquel hombre que admiraba tanto lo había mirado de forma tan significativa, quizás era una señal de que también él tenía algo que contar al mundo.

La historia de Sergio nos enseña que, a veces, un solo momento es suficiente para inspirarnos a cambiar el rumbo de nuestra vida. Con autodisciplina, determinación y el valor de pensar de manera diferente, podemos alcanzar lo que antes parecía imposible. Aquellos 30 segundos con Gabo se convirtieron en el motor que impulsó a Sergio a descubrir su verdadera vocación, recordándonos que cada encuentro, por breve que sea, puede esconder un universo de posibilidades.

miércoles, 2 de octubre de 2024

Jim, el chico que soñó viajar a las estrellas



Había una vez un chico llamado Jim, que vivía con su abuelo en una pequeña casa en el campo, lejos de la bulliciosa ciudad. Desde que tenía seis años, Jim pasaba las noches observando el cielo estrellado. Le fascinaba el firmamento, y mientras contemplaba las luces titilantes en el oscuro cielo, se preguntaba: ¿Qué habrá más allá de las estrellas?

En las noches más claras, subía al altillo de su casa, el lugar donde se sentía más cerca del cielo. Acostado en su colchón, miraba a través de la ventana, perdiéndose en la inmensidad del universo. A veces, el sueño lo vencía mientras soñaba despierto, imaginando viajes a lugares lejanos e inexplorados. Otras noches, su imaginación iba aún más allá: soñaba que su espíritu se desprendía de su cuerpo y lo veía dormido, flotando por encima de sí mismo, en lo que él describía como un desdoblamiento. En esos sueños, Jim podía atravesar techos y paredes, volar con solo desearlo.

Una vez que se elevaba sobre el campo, observaba la ciudad iluminada en la distancia, con las luces de los postes y los autos que se deslizaban por las avenidas como ríos de luz. Pero su verdadero objetivo siempre era el cielo. Con la mente enfocada en las estrellas, Jim se elevaba cada vez más alto, atravesando las nubes, acercándose al infinito. Sin embargo, justo cuando sentía que iba a tocar el universo, despertaba abruptamente, impotente al no haber alcanzado las estrellas.

Pasaron los años y Jim continuó alimentando su fascinación por el cosmos. En la escuela, sus clases favoritas eran las de ciencias. Se sentía transportado cuando los maestros hablaban de los planetas, las estrellas y el universo. Cada descripción sobre Marte, Júpiter o Saturno era como un cuento de hadas para él, que llenaba su mente de sueños. Jim se preguntaba cómo sería estar allá arriba, no como un simple observador, sino como alguien que podía vivir y respirar entre las estrellas.

En la década de los 80, Jim descubrió algo que cambiaría su vida: un hombre llamado Carl Sagan, quien con sus documentales sobre el universo lo llevó aún más allá de su imaginación. No se perdía ni un solo episodio de la serie Cosmos, y cuando anunciaron el lanzamiento de los libros y videos en VHS en Colombia, Jim no dudó en comprarlos. A partir de ese momento, cualquier libro de Sagan que se publicara se convertía en un tesoro para él. Disfrutaba cada relato, cada teoría, y se sumergía en las enseñanzas del universo.

Una noche, tras un largo día de lectura, Jim volvió a soñar. Esta vez, su desdoblamiento lo llevó más lejos que nunca. Se desprendió de su cuerpo y, en cuestión de segundos, se encontraba navegando por el sistema solar. Pasó rozando Marte, observando su árido paisaje rojizo, y luego se acercó a Júpiter. Mientras ingresaba en su atmósfera, sintió la inmensidad del planeta. Podía ver las tormentas girando como remolinos gigantes. Era tan real que al despertar, su corazón latía con fuerza. Para Jim, ese sueño fue más que un simple vuelo imaginario; fue una visión. Y fue en ese momento que decidió dedicar su vida a la Astronomía.

Con el paso de los años, Jim trabajó duro para cumplir su sueño. Logró ingresar a la Universidad Nacional, donde se sumergió en sus estudios con pasión. No había día en que no pensara en las estrellas, en los planetas, y en lo vasto que era el universo. Luego de completar sus estudios en Colombia, se mudó a los Estados Unidos, donde continuó su formación en el Instituto de Astronomía UNAN, en Ensenada, México. Su esfuerzo, perseverancia y dedicación lo llevaron a lugares que antes solo podía soñar.

Eventualmente, Jim alcanzó su mayor meta: ser ingeniero en la NASA, la misma compañía que admiraba desde niño. Cada día en su trabajo se sentía como aquel niño en el altillo de su casa, observando las estrellas. Solo que esta vez, en lugar de soñar con tocar el cielo, estaba construyendo las naves que harían posible que otros viajaran a las estrellas.

La historia de Jim nos deja una lección invaluable: los sueños que tenemos desde niños son señales de lo que podemos lograr. Visualizarlos, creer en ellos, y trabajar incansablemente para hacerlos realidad es el camino hacia el éxito. Jim nos demuestra que todos tenemos dentro de nosotros talentos y habilidades únicos, y es nuestra responsabilidad desarrollarlos al máximo para servir a los demás y alcanzar las estrellas, en el sentido más literal y simbólico.

martes, 1 de octubre de 2024

Alfredo, el náufrago perdido en la ciudad

Corrían los años 80 en la bulliciosa Bogotá, una ciudad en crecimiento, con su ritmo frenético y caos característico. Alfredo, un joven de 17 años, estudiaba por las noches en el SENA, ubicado en la Avenida 30. Allí, aprendía el arte de moldear metales, estudiando la profesión de torno de 7 a 10 p.m. Los viernes, el ambiente en las calles se sentía diferente, la gente apresuraba el paso para disfrutar el fin de semana, y Alfredo no era la excepción. Sin embargo, lo que él no sabía, era que esa noche cambiaría su vida para siempre.

Después de una jornada de aprendizaje, Alfredo abordó uno de los buses que el SENA disponía para los estudiantes. Al subirse, se dejó llevar por la rutina y el cansancio. Se sentó, cerró los ojos y comenzó a meditar sobre lo aprendido. Lo que no esperaba es que el agotamiento lo venciera, quedándose profundamente dormido.

Una hora después, Alfredo despertó sobresaltado, y al observar el panorama, se dio cuenta de algo perturbador: estaba rodeado de desconocidos y el paisaje urbano que veía por la ventana no era familiar. Había tomado la ruta equivocada. En un impulso de nerviosismo, se bajó del bus sin saber dónde estaba, y fue entonces cuando empezó su odisea.

Con las calles casi desiertas, Alfredo comenzó a caminar sin rumbo. Las avenidas, que solían estar llenas de vida, ahora parecían un desierto de asfalto. Sin un reloj que le indicara la hora, y con apenas unas monedas en el bolsillo, intentó usar un teléfono público. El aparato se tragó sus últimas monedas, dejándolo incomunicado y sin opciones. La desesperación comenzó a acecharle, pero Alfredo no se dejó vencer. Se encomendó a Dios y decidió seguir caminando, buscando una salida a su encrucijada.

La noche avanzaba, y Alfredo, cansado y hambriento, encontró un parque donde se sentó en unas viejas sillas de madera. El sueño lo venció de nuevo. Cuando despertó, el sol ya asomaba en el horizonte, pero su maleta, que contenía los apuntes valiosos de sus clases, había desaparecido. Sin dinero y más perdido que nunca, Alfredo preguntó a un transeúnte dónde estaba. Para su sorpresa, se encontraba en Suba, muy lejos de su casa. El amable desconocido le explicó que necesitaría tomar tres buses para llegar a su destino.

Mientras Alfredo vagaba sin rumbo, en su hogar la preocupación crecía. Sus padres, al no saber nada de él desde la noche anterior, habían comenzado a indagar en el SENA, pero nadie sabía con certeza qué había ocurrido. La angustia empezaba a invadir sus corazones.

Con hambre y sin dinero, Alfredo entró a un supermercado Carulla. Los productos de las estanterías lo tentaban, pero sabía que no podía permitirse nada. Finalmente, sucumbió al hambre y tomó un paquete de mogollas. Desesperado, se comió una. Sin embargo, un agente de seguridad lo había estado observando. Nervioso, Alfredo intentó ocultar el paquete bajo su chaqueta, pero fue interceptado al salir. El vigilante lo llevó a la bodega del supermercado, donde lo esculcaron y encontraron el paquete robado. Alfredo intentó explicar su situación, pero sus palabras no encontraron eco. Llamaron a la policía, y en pocos minutos, Alfredo fue esposado y llevado a la estación.

En la celda, el frío y el olor a orines hacían que las horas pasaran lentas y angustiantes. Alfredo pensaba en su situación, recordando el libro de Gabriel García Márquez, Relato de un náufrago, que había leído. Así como el protagonista, Alfredo se sentía perdido en un mar de incertidumbre, con la esperanza de sobrevivir.

La noche en la estación se hizo interminable. Mientras tanto, sus padres ya habían interpuesto una denuncia por su desaparición, y la búsqueda por Alfredo se intensificaba. En la estación, los agentes le prometieron que, si el supermercado no lo denunciaba, lo dejarían libre al día siguiente. Finalmente, tras una larga espera, abrieron la celda y lo dejaron salir.

El agente Narváez, conmovido por la historia de Alfredo, decidió ayudarlo. Le ofreció comida, pero el joven, afectado por el hambre prolongada, no pudo comer. Aun así, Narváez no lo abandonó. Al final de su turno, se ofreció a llevar a Alfredo a casa, y en el camino, escucharon por la radio la noticia de un joven desaparecido, coincidentemente la misma historia de Alfredo.

Narváez, sorprendido, contactó a la central y confirmó que el joven que buscaban estaba con él. Lo llevaron al hospital para una revisión, donde fue encontrado deshidratado, pero fuera de peligro. Sus padres llegaron poco después, y el reencuentro estuvo lleno de abrazos y lágrimas de alivio.

Al día siguiente, los medios de comunicación se hicieron eco de la historia de Alfredo, el joven que había pasado dos días desaparecido en su propia ciudad. La experiencia no solo lo marcó a él, sino también a quienes lo conocieron. Alfredo aprendió que, aunque la vida puede llevarte por caminos inesperados, la clave está en no rendirse, y siempre confiar en que una mano amiga puede aparecer en el momento menos esperado.


Lecciones de vida

La historia de Alfredo nos recuerda que, ante la adversidad, no debemos darnos por vencidos. Todos tenemos un guerrero en el corazón, y siempre habrá personas dispuestas a ayudar, como el agente Narváez, quien demostró con su empatía que el servicio al prójimo es una de las virtudes más nobles.

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