Un domingo 20 de octubre de 2024 en Silvania, Humberto se preparaba para un acontecimiento muy especial: el reencuentro con su hermano Eduardo, a quien no veía desde hacía 40 años. La llamada que había recibido 20 días antes de Eduardo, en la que le avisaba de su visita, llenó a Humberto de emoción. Eduardo le había dicho que llegaría el 20 de octubre y que se quedaría un día debido a compromisos laborales. Desde entonces, Humberto no dejaba de pensar en ese reencuentro.
Junto a su esposa Ana, planearon recibir a Eduardo con los brazos abiertos. Sin embargo, diez días antes de la visita, Ana tuvo que viajar a la capital para acompañar a su madre en una operación, dejando a Humberto solo en casa. A pesar de la ausencia de Ana, Humberto decidió encargarse de los quehaceres del hogar con el mismo esmero que ella le había enseñado. Se dedicó a cocinar, limpiar y dejar todo en perfecto orden para el gran día.
A medida que se acercaba la fecha, Humberto no podía dejar de recordar su infancia, cuando cuidaba de sus hermanos mientras sus padres trabajaban. Esos recuerdos lo llenaban de nostalgia y alegría. Finalmente, el sábado anterior al encuentro, Eduardo llamó para confirmar su llegada. Aunque Humberto no mencionó la ausencia de Ana, decidió que recibiría a su hermano como si ella estuviera presente en espíritu.
La mañana del domingo 20 de octubre amaneció radiante en Silvania, con el canto de los pájaros y el suave susurro de las ramas de los árboles. A las 7:00 a.m., Eduardo llamó para avisar que ya estaba cerca, en San Raimundo. Humberto, emocionado, salió rápidamente al encuentro. Caminó 700 metros hasta el punto de encuentro y, tras un pequeño malentendido gracioso con una señora que lo confundió con otra persona, finalmente vio a su hermano haciendo señas desde más arriba.
Eduardo llegó acompañado de su compañera Luz Marina, y juntos se dirigieron a la casa de Humberto. Al llegar, Eduardo y Luz Marina quedaron fascinados con la hermosa casa que Humberto había comprado. Humberto les preparó un tinto con pan para compartir. Eduardo, algo desconcertado por la ausencia de Ana, escuchó con comprensión cuando Humberto le explicó la situación. Luz Marina, demostrando su hospitalidad, preparó un delicioso desayuno de huevos revueltos con tomate y cebolla, acompañado de café.
Después de desayunar, Eduardo sugirió salir a caminar, y Humberto propuso un recorrido de 4 kilómetros por senderos que llevaban al pueblo. A lo largo del camino, atravesaron dos ríos de aguas cristalinas y disfrutaron del calor de 27 grados, el cual hacía aún más tentadora la idea de sumergirse en el agua. El paisaje era impresionante, con frutales y majestuosas palmeras que hacían del trayecto una experiencia casi paradisíaca.
Al llegar al pueblo, Humberto tomó fotos de su hermano y Luz Marina en los sitios turísticos de Silvania. Después de hacer algunas compras en el mercado, almorzaron en un restaurante cercano, donde disfrutaron de una deliciosa sopa de menudencias y un plato principal de lengua y cola sudada. Al regresar a casa, se dedicaron a descansar y, más tarde, subieron una colina de un kilómetro para recoger leche fresca en una finca cercana.
Esa noche, jugaron rana, cenaron y se fueron a descansar. Al día siguiente, Humberto, como era su costumbre, se levantó temprano para hacer yoga, meditar, leer y trotar por los senderos. Durante su entrenamiento, no dejaba de agradecer interiormente por la visita de su hermano.
Al regresar a casa, Eduardo y Luz Marina lo sorprendieron con un desayuno preparado por Eduardo: un caldo de pollo criollo con papa que hizo que Humberto se sintiera profundamente agradecido. Más tarde, mientras Eduardo hacía un recorrido por el pueblo, Humberto aprovechó para ver una misa y un video de su mentor en internet.
De vuelta a casa, Eduardo y Luz Marina prepararon un almuerzo para chuparse los dedos: pollo, papa sudada, verduras, arroz y jugo de tomate de árbol. Durante la comida, recordaron anécdotas de su niñez y hablaron de los vecinos de antaño. Rieron al recordar las picardías que hacían cuando jugaban en el parque, y rememoraron con cariño a su abuelo.
A las 4:15 de la tarde llegó el momento de la despedida. Eduardo y Luz Marina debían partir, ya que al día siguiente madrugarían para trabajar. Eduardo le regaló a Humberto un símbolo de abundancia que lo conmovió profundamente, como si fuera un mensaje de la divina providencia. Los hermanos se despidieron con un abrazo cálido y afectuoso, dejando en Humberto una sensación de gratitud y amor incondicional.
Esta historia nos enseña que los lazos de sangre perduran a través del tiempo, y que la resiliencia, la honestidad, la nobleza y el amor familiar son valores que nos sostienen a lo largo de la vida.
1 comentario:
Bonita historia.El transcurrir de la vida dio la oportunidad de un lindo reencuentro a dos hermanos tras un periodo de tiempo muy largo, 40 años, impresionante y suele suceder.
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