La vida a veces nos habla en silencio, pero otras veces... lo hace a gritos desde los sueños.”
Era un sábado 2 de agosto en una región apartada de Colombia, donde el tiempo parece quedarse dormido entre las montañas verdes y húmedas de Silvania, un rincón del mundo donde la realidad convive con lo invisible, y lo cotidiano se llena de magia. Allí, en una casita enclavada entre árboles frutales y pájaros madrugadores, Kike despertó a las 4:14 a. m., alterado por un sueño que le dejó el alma sacudida.
En su visión onírica, Kike caminaba por una calle de su pueblo, empujando su fiel carro de tintos, como cada mañana. Todo parecía normal hasta que al pasar frente a una construcción, observó varios andamios inestables. Algo lo impulsó a detenerse, sacar su termo de tinto, colocarlo sobre una silla... y seguir caminando unos pasos.
Pero en ese instante, el viento cambió.
Kike miró hacia atrás y, con el corazón encogido, recordó que había dejado el termo. Se dio la vuelta para recogerlo, pero antes de poder regresar, los andamios comenzaron a derrumbarse. El tiempo se detuvo. Todo cayó en cámara lenta, como si el universo le estuviera dando una segunda oportunidad. Vio el termo estallar en mil pedazos justo donde había estado segundos antes… Y en ese momento, se despertó.
Jadeando, sudando, con el corazón galopando en su pecho. Pero estaba bien. Vivo.
Se quedó unos minutos en silencio, mirando el techo, sintiendo una mezcla de frustración, gratitud y claridad. “Se rompió el termo… pero yo estoy vivo”, se dijo en voz baja. Y entonces lo entendió: la vida vale más que mil termos.
Respiró hondo. Se levantó. Dijo su oración a la Divina Providencia, envió pensamientos de amor a Linda, a Juanpis —que celebraban un cumpleaños en Bogotá— y a los clientes que, sin saberlo, serían parte de su jornada.
Kike encendió el fogón, comenzó a preparar tintos, aromáticas, sus nuevos productos: carajillo, perico, milo, chocolate, cacao… Todo con la dedicación de un alquimista del café. Hizo sus ejercicios, escribió sus oraciones, y a las 9:00 a. m., salió a recorrer Silvania con el alma ligera.
En la plaza, don Wilson —un cliente fiel y mentor literario— le renovó su apoyo para el nuevo libro y hasta le recargó el termo con café fresco. Kike siguió su recorrido, ofreciendo sonrisas y bebida caliente. A eso de la 1:08 p. m., regresó a Villa de las Bendiciones para alistarse para la segunda jornada. Ese día, el desayuno fue tardío pero sabroso.sonrisas,
En la tarde, una coincidencia hermosa: se encontró con una compañera del club de lectura de Silvania, quien le presentó a su hija Ángela. Entre sorbos de carajillo, hablaron sobre su próximo libro, sobre sueños y sobre lo real que puede llegar a ser lo que imaginamos.
Cayó la noche. A las 7:02 p. m., la jornada terminó con ventas que superaron las expectativas. Sobre las 8:00 p. m., ya estaba de vuelta en casa. Preparó su almuerzo, lo terminó casi a las 9:00 p. m., comió, reposó con un tinto doble… y se fue a dormir, dándole gracias a Dios por la vida, por los aprendizajes ocultos y por un sueño que, aunque inquietante, le salvó el alma.
Antes de dormir, pensó en su siguiente reto: leer durante tres horas seguidas y escribir la historia de su amigo Richi: “Richi y el Balón que Susurraba Sueños”.
Se preguntó si lo lograría…
La historia continúa.
🎇 Enseñanza final:
“No todo lo que se rompe es una pérdida. A veces, los pedazos que se salvan son los que más valen.”
— Jaime Humberto Sanabria
1 comentario:
Felicitaciones Jaime, manejas muy bien la tensión, la estructura y el ritmo literario
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