domingo, 1 de diciembre de 2024

#El Vuelo de Maryi: Una Historia de Resiliencia y Esperanza

El colibrí se detuvo frente a la ventana de Maryi esa mañana, sus alas vibrando con un ritmo casi hipnótico. Maryi sonrió, aunque su rostro cargaba el peso de días enteros llenos de incertidumbre. Quizá el colibrí era un presagio, un recordatorio de que incluso las alas más pequeñas pueden cruzar los cielos más amplios.

Maryi recordó el inicio de su travesía, aquella noche en la que recogió los pocos pedazos de su vida después de separarse del padre de sus hijos. Sin muchas opciones, tocó la puerta de su tía, quien la acogió con calidez, pero también con límites. Maryi, consciente de no querer ser una carga, decidió que era hora de buscar otro refugio. Su abuelo, un hombre amable que vivía en Villavicencio, la recibió con brazos abiertos. Sin embargo, allí también la incomodidad de depender de otros la llevó a dar el salto más audaz de su vida: partir hacia Bogotá.

Subió al bus con el corazón lleno de miedo, pero también de esperanza. No llevaba nada más que el pasaje y una pequeña maleta, donde la ropa de sus hijos compartía espacio con las pocas pertenencias que le quedaban. Cuando llegó a Bogotá, la gran ciudad parecía susurrarle desafíos al oído. Una noche en un hotel prestado se convirtió en semanas de incertidumbre, rebotando de un lugar a otro sin un hogar fijo. Cada noche cerraba los ojos deseando estabilidad, un rincón seguro para ella y sus pequeños.

Finalmente, después de un mes de incesante lucha, Maryi reunió lo suficiente para alquilar una pequeña pieza. Aquel espacio, aunque humilde, se convirtió en su santuario. Era su pequeño universo, donde sus hijos podían dormir tranquilos. Con esfuerzo logró inscribirlos en el jardín infantil. “Por lo menos allí tendrán comida,” pensaba Maryi mientras apretaba los dientes para ignorar el hambre que la acompañaba casi a diario. Su estómago vacío no importaba tanto como las sonrisas de sus hijos al salir del jardín, con sus mochilas llenas de dibujos y sueños.

Pasaron cuatro meses. Cuatro meses de lucha diaria, de sacrificios. Cada madrugada, cuando la ciudad apenas despertaba, Maryi salía a la calle con una nevera llena de yogurt que ella misma había preparado la noche anterior. Caminaba incansable, ofreciendo su producto con la dulzura que solo una madre desesperada podía proyectar. Algunos días las ventas eran buenas; otros, la tristeza la invadía al regresar con varios tarros sin vender.

Pero nunca flaqueó. Ni una sola vez. Sus hijos eran su fuerza, su motor, su razón para no rendirse. Cada pequeño logro, cada risa, cada abrazo de sus pequeños le recordaba que, aunque su camino estaba lleno de espinas, también había flores que recogía en el trayecto.

Maryi sabía que la lucha aún no terminaba. Cada día traía nuevos retos, pero también nuevas oportunidades. El colibrí volvió a aparecer en su ventana, como un símbolo de esperanza. Ella lo miró, dejando que su vuelo errático le inspirara. Porque, como el colibrí, Maryi había aprendido a mantenerse en el aire, incluso en las tormentas.

Continuará…


 

5 comentarios:

Oscar R dijo...

Que bello relato, intrigante, muy estoico además . Que buen toque

Anónimo dijo...

Continuación de una historia muy conmovedora, una vida con situaciones adversas y dificultades. El amor de madre fue la fortaleza para seguir adelante.

Anónimo dijo...

Esta historia nos muestra la capacidad que tenemos las mujeres para salir adelante a pesar de los desafíos que se nos precentean en la vida

Anónimo dijo...

La vida nuestra es un libro de páginas blancas y nosotros el escritor de el.
Atentamente: Nina

Anónimo dijo...

Es una realidad que muchas personas sufren cuando llegan a está hermosa capital, todos con sueños de progresar, pero para algunos es muy difícil cumplir.

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