Cuando Maryi llegó a Armenia, lo hizo con una mezcla de esperanza y temor. El apartamento en el cuarto piso, ubicado a 20 minutos del centro, era un espacio nuevo para construir su vida. Su madre, siempre su apoyo incondicional, la acompañó durante el primer fin de semana. Al ver que Maryi parecía adaptarse, se despidió tranquila, confiando en que todo iría bien.
Los días iniciales fueron prometedores, pero la rutina pronto empezó a desgastar a Maryi. Cada jornada comenzaba a las 4 de la mañana, preparando desayuno y almuerzo antes de que él partiera al trabajo. Después, volvía a acostarse, cuidaba de los niños, hacía los oficios, y aguardaba su regreso como única fuente de compañía. Su vida se había convertido en un ciclo interminable de tareas, silencio y soledad.
La tristeza por no poder aportar económicamente se volvió una sombra constante. Maryi veía cómo él cargaba con toda la responsabilidad, y la impotencia se transformó en un estrés que los llevó a frecuentes discusiones. La relación, antes fuerte, parecía desmoronarse lentamente. Finalmente, un día, tras una discusión particularmente dolorosa, Maryi tomó a los niños y volvió a la casa de su madre.
Cuando él llegó al apartamento y lo encontró vacío, el impacto fue devastador. Comenzó a llamarla insistentemente, rogándole que reconsiderara. También buscó ayuda de su suegra y padrastro, pero Maryi se había cerrado en sus emociones. Todo lo que deseaba era empezar de nuevo, lejos de los problemas que la asfixiaban.
Sin embargo, mientras pasaban los días, algo comenzó a cambiar. Una mañana, desde el balcón de la casa de su madre, Maryi observó un colibrí que revoloteaba frente a ella. El pequeño pájaro, con plumas que parecían tejidas con los colores del arcoíris, la miró fijamente. En su mirada, Maryi sintió un mensaje profundo, como si aquel colibrí trajera una respuesta que su corazón necesitaba.
Esa noche, los niños comenzaron a hablar de cuánto extrañaban a su padre. Sus palabras, unidas a la imagen del colibrí, despertaron en Maryi una certeza: había amor, y donde había amor, había esperanza.
Decidió regresar, pero esta vez lo haría con un nuevo comienzo en mente. Su madre tenía una perra rottweiler que recientemente había tenido una camada de 11 cachorros. Uno de ellos, una pequeña perrita, capturó el corazón de Maryi y se convirtió en su nueva compañera de viaje. Cuando llegó de nuevo a Armenia, la familia la recibió con emoción, incluida la gatica que ya vivía en el apartamento.
La separación, aunque dolorosa, había servido para que ambos entendieran el valor de su relación. Aprendieron que, incluso en los momentos más difíciles, ceder un poco de orgullo y recordar lo que los une es esencial para seguir adelante.
Mientras decoraban la casa para la Navidad, Maryi vio al colibrí regresar al balcón. Esta vez no estaba solo; otro colibrí revoloteaba a su lado. Los observó con el corazón lleno de gratitud, comprendiendo que aquel pequeño mensajero había sido un símbolo de renovación y esperanza.
La historia de Maryi no terminaba allí. Ahora, con una familia más fuerte y la magia de los colibríes en su vida, sabía que cada día traería nuevas aventuras y lecciones.
Esta historia, continuara....
3 comentarios:
La historia de Maryi es conmovedora , ese transitar por la vida con cierta inestabilidad, el valor del amor permite que los lazos familiares se unan de nuevo, siempre en un estira y encoge, ese sumil con el vuelo del colibrí es maravilloso, ellas son aves mensajeras.
Una historia que nos muestra la importancia de reconstruirse personalmente cada vez que se tienen percances y situaciones difíciles en la vida.
Aveces la vida nos lleva a un camino oscuro y sin salida para que podamos tener introspección. El ego , que se apoya con el orgullo son golpeados y finalmente vencidos por el amor.
Será que lo logra?
Jajaja
Estamos a la expectativa
Atentamente: Nina
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