Era un jueves 12 de diciembre, 11:00 a.m., en el sector Pomarroso de Silvania, cuando la magia del sol acariciaba con sus rayos cálidos la finca de don Alfredo y su encantadora esposa. La brisa jugaba entre los árboles, susurrando secretos de antaño mientras los primeros invitados llegaban al encuentro, atraídos por el aroma envolvente de un ajiaco campesino cocido a leña.
Los anfitriones, con su hospitalidad natural, preparaban el lugar como si supieran que aquel día sería inolvidable. La finca, un rincón de paraíso donde la naturaleza y el trabajo humano se entrelazan, parecía brillar con un resplandor especial. Los ingredientes del ajiaco, provenientes casi todos de la tierra fértil de don Alfredo, estaban listos: yuca, papas, mazorcas y gallina campesina que había crecido en la granja bajo los cuidados de la familia. El técnico agrícola Wilson García y la ingeniera Martha Poveda de la UMATA(Unidad de Asistencia Técnica Agropecuaria) habían traído aguacate en abundancia, completando así el festín.
A medida que los invitados iban llegando, las sonrisas y los saludos cálidos llenaban el aire. Kike Linda, don Tito, doña Teresa, don Mauricio, don José con su esposa, y otros vecinos del sector, entre ellos el siempre carismático Paisa, se unían al bullicio. Cada paso resonaba como un eco de esperanza, mientras el ambiente se llenaba de aromas, risas y el sonido alegre del movimiento de la olla sobre la leña crepitante.
Alrededor de la mesa, el Paisa lideró una oración que parecía elevarse más allá del techo de guadua, como un canto a los cielos agradeciendo por el sustento y la unión. Los platos servidos por don Alfredo y su esposa eran una obra de arte campesino, decorados con cilantro fresco y cebolla finamente picada. Las risas resonaban como un coro de vida mientras los comensales disfrutaban el banquete, acompañados de gaseosas que algunos invitados habían traído.
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Después del almuerzo, el momento clave llegó. Wilson tomó la palabra para agradecer a los anfitriones, pero fue Kike quien robó el protagonismo al presentar su libro: Historias que Inspiran la Imaginación. Sus páginas, según sus palabras, guardaban enseñanzas y valores que resonaban con la filosofía del grupo. La portada del libro parecía brillar bajo el sol de diciembre, como si los sueños plasmados en sus palabras cobraran vida ante los presentes.
“Pensar diferente es el camino hacia el cambio,” dijo Wilson en su discurso, llamando a todos a rescatar las semillas ancestrales, a cuidar los suelos y a buscar alternativas innovadoras en sus cultivos. Las palabras del técnico parecían enraizarse en los corazones de los oyentes como las plantas que crecen en la tierra fértil.
La tarde continuó con un recorrido por la finca de don Alfredo, que se extendía como un cuadro pintado por la naturaleza. Los cultivos orgánicos vibraban de vitalidad, las gallinas se paseaban felices y, en un rincón especial, las lombrices trabajaban silenciosas en su cajita, multiplicándose gracias al lombricultivo iniciado días atrás con el apoyo de la UMATA. La finca parecía un universo aparte, un lugar donde el esfuerzo humano y la generosidad de la tierra creaban una sinfonía perfecta.
La ingeniera Martha, con su mirada visionaria, recordó la importancia de rescatar los suelos con plantas como el vetiver. “La tierra es nuestra madre, y cuidarla es un acto de amor”, dijo mientras los asistentes asentían, conmovidos. Más tarde, lideró un censo para identificar quiénes necesitaban semillas ancestrales y concentrado para animales, dejando claro que el progreso del sector dependería de la colaboración entre todos.
Cuando la tarde llegaba a su fin, una joven del departamento de protección animal cerró el evento con una emotiva intervención. Habló sobre el respeto por los animales, recordando que la grandeza de una comunidad también se mide por cómo cuida a los más vulnerables.
El sol comenzó a despedirse, pintando el cielo con tonos dorados y rosados, como si el día quisiera sellar el momento en un recuerdo eterno. Los presentes regresaron a sus hogares con el corazón lleno, no solo por el banquete compartido, sino por las ideas sembradas en sus mentes y almas.
Esa jornada dejó una lección invaluable: trabajar juntos, pensar diferente y valorar lo propio son las claves para construir un futuro lleno de esperanza. En aquel jueves mágico, entre el aroma del ajiaco y los discursos inspiradores, nació algo más grande que una simple reunión; nació un sueño colectivo.Hoy, como cada día, tienes la oportunidad de sembrar algo nuevo en tu vida y en la de quienes te rodean. Piensa diferente, actúa con propósito y nunca dejes de creer en la magia que habita en los sueños colectivos.
1 comentario:
Excelente reunión, socializar, compartir experiencias, promover el desarrollo comunitario y deleitarse con los productos agrícolas propios de la región. Plasmar en contenido escrito estas vivencias inolvidables.
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