Un miércoles que huele a sancocho, libros y destino
Érase un miércoles 21 de mayo, en un rincón apartado del mundo donde el tiempo se estira y se encoge a voluntad de la naturaleza. Allí, entre montañas que susurran secretos y un coro incesante de cigarras que entonan al alba y al anochecer, se encontraba Villa de las Bendiciones, un paraíso escondido en Silvania.
Marcaban exactamente las 3:33 de la madrugada cuando Kike despertó de un sueño profundo. Como si una fuerza superior le susurrara al oído, comenzó a proyectar mentalmente una película: la visita de sus compañeros literatos, pactada para las 11:00 a.m., en su humilde pero acogedor refugio.
Cumplió con su rutina de cada día, y a las 5:05 a.m. ya iba rumbo al hospital para su labor de vender tintos, armado únicamente con su termo mágico... y sin celular. Aquella ausencia, en una era donde todo se conecta por pantallas, lo desconectaba del mundo y sus compinches de letras. Fue entonces cuando Linda, su compañera fiel, le prestó su teléfono para coordinar la llegada de los invitados.
A las 8:00 a.m., después de su jornada matinal, pasó donde don Wilson a entregar el reporte del día anterior y luego hizo un recorrido veloz, casi como un viento que sabe a dónde va. En ese torbellino de diligencias, llegó al taller de motos, donde mostró un video del misterioso hallazgo de su celular perdido. El joven mecánico le dio un rayo de esperanza: pasara en la tarde, quizá habría buenas noticias. Kike sintió que el universo aún no cerraba del todo ese capítulo.
A las 10:45 a.m. llegó a casa para alistar los últimos detalles junto a Linda. A las 11:15, una llamada al celular de Linda anunció la llegada de sus ilustres invitados. Kike salió a recibirlos, con una sonrisa amplia a pesar de la lluvia que truncó la caminata planeada. A su lado, doña Liliana, jefa de la biblioteca municipal; el reconocido escritor Dr. Ramiro Aguilar; el poeta Josué Carvajal; don Jorge Valdiri, doña Damaris Mendoza y tres docentes amantes de las letras: Aura, Myriam y Estella, junto a otros amigos de corazón noble y espíritu lector.
Traían consigo presas de pollo criollo, papa, arroz y verduras. Tras leer en voz alta pasajes del libro Mitos y Leyendas de Colombia, intercambiar ideas y revivir tradiciones, se dio paso al sagrado acto de compartir el sancocho de pollo, preparado con amor por las invitadas. Kike se conmovió cuando vio a doña Liliana sirviendo primero a su hijo Juanpis, un gesto de cariño que jamás olvidará.
Al finalizar el encuentro literario, cuando ya los abrazos y las sonrisas marcaban el cierre de una jornada inolvidable, ocurrió un gesto que dejó una huella profunda en el corazón de Kike: las profesoras Aura, Myriam y Estella Sánchez adquirieron un ejemplar de su libro. No fue simplemente una compra, sino un acto de reconocimiento y aprecio por su trabajo silencioso y constante como escritor. Verlas sostener su obra fue, para Kike, como contemplar el florecimiento de una semilla sembrada con amor, paciencia y fe en el poder de las palabras. Mientras tanto, el misterio del celular perdido seguía rondando como una sombra discreta entre las páginas de aquel día mágico, dejando al lector con una pregunta inevitable: ¿aparecerá?
El encuentro fue un éxito total, de esos que se graban en la memoria como los buenos libros.
Ya en la tarde, Kike regresó a su recorrido con el termo mágico lleno de esperanza… y café. Al pasar por el taller, el joven le confesó que entre los nueve clientes del día anterior no parecía estar el culpable de haber tomado el celular. Solo quedaba una última esperanza: un amigo del otro almacén, que se encontraba en Bogotá comprando repuestos. Kike, resignado, aceptó que el destino le pedía soltar. “Capítulo cerrado”, pensó.
Esa noche, al llegar a casa, Linda preguntó por el celular. Kike, con serenidad, respondió que no había noticias. Y al mirar el cielo oscuro, lleno de luciérnagas que titilaban como señales del más allá, comprendió que lo mejor era desprenderse. Quizá más adelante llegaría un celular que realmente mereciera. Mientras tanto, dejaba todo en manos de la Divina Providencia.
¿Y al día siguiente?
Tenía pensado trabajar hasta el mediodía y luego ir a Fusa a reponer la SIM para un viejo celular. Pero en su interior, una pregunta latía como un tambor de esperanza:
¿Aparecería su celular? ¿Le daría el muchacho del otro almacén alguna pista, algún milagro en forma de mensaje inesperado?
Esta historia continuará...
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