Era un domingo 4 de febrero de 2024, a las 4:50 a.m. En la vasta y fría madrugada bogotana, la ciudad dormía bajo una neblina tenue, como si un manto de misterio cubriera sus calles. El silencio era interrumpido solo por el eco lejano de algún motor madrugador y el murmullo del viento que se colaba por las rendijas de las ventanas.
Kike despertó de golpe, como si una fuerza invisible lo llamara. Tenía dos horas para cumplir una cita sagrada con sus compañeros del "Trail Runner" y "Los Élite", dos grupos de titanes del asfalto y la montaña, guerreros del esfuerzo y la disciplina. Alex, con su temple inquebrantable, y su pupilo Ismael, Oscar, Leonardo, Jorge y don Gustavo eran rostros familiares en esas batallas de resistencia. Otros, como don Manuel, peleaban contra un enemigo más implacable: el tiempo y sus obligaciones laborales, que lo absorbían sin piedad. Para ellos, el domingo era un oasis en el desierto de la rutina.
Kike realizó su ritual matutino con la precisión de un monje guerrero. Yoga, oración, meditación, escritura de objetivos. La tinta de sus pensamientos se deslizaba sobre el papel sin saber que, un año después, estaría viviendo en Villa de las Bendiciones. ¡Ah, las vueltas que da la vida! Todo tiene su precio, y el destino se encarga de cobrarlo en cuotas de sudor y aprendizaje.
Recordó las reuniones con su "combo", aquellos instantes llenos de bromas y desafíos. Recordó también la voz del narrador del grupo de WhatsApp, que con su toque pintoresco hacía que los entrenamientos cobraran vida una vez más, como si al leer sus relatos uno pudiera sentir nuevamente el viento en la cara y el ardor en las piernas. Alex siempre le insistía a don Manuel en que tenía un talento innato para la narración. "Llevas en ti la semilla de un escritor", le decía. Y como si el destino hubiera estado escuchando, Kike terminó aquel año escribiendo su primer libro, una obra que inspiraría a sus compañeros y, quién sabe, tal vez al mundo entero.
Antes de salir, besó a su amada Linda y, con una oración en los labios, comenzó a trotar. Dos kilómetros de calentamiento lo separaban del punto de encuentro: la entrada del Parque San Cristóbal. Al llegar, encontró a sus compañeros ya en movimiento, ejecutando sus rituales de estiramiento y calentamiento. Esperaron hasta las 7:11 a.m. por Oscar, quien llegó cuando ya la manada estaba lista para partir.
El inicio fue un trote ligero, con charlas entrecortadas por la brisa fría de la mañana. Pero a medida que avanzaban, el lote comenzó a dispersarse, y la atmósfera cambió: la calma dio paso a la batalla. Oscar, como un proyectil humano, salió disparado. Alex, Leo y Kike lo siguieron de cerca. Las piernas ardían, los pulmones exigían más oxígeno, y la mente entraba en ese estado de trance donde solo existen la meta y el siguiente paso.
En la Escuela de Logística, comenzó la verdadera lucha. Kike, con su don de escalador, se desprendió de Alex y Leo, pero Alex, con su alma de Quijote, no se dejó vencer tan fácilmente. En su mente, cada entrenamiento era una guerra épica, y con cada zancada sentía que derribaba enemigos invisibles con su espada de determinación. Detrás de él, su grupo era su escudero Sancho Panza, fiel y leal en la lucha.
La batalla final se libró en los últimos 1400 metros. Era un duelo de titanes entre Alex y Kike. Como dos gladiadores en la arena, ninguno quería ceder. Al final, Alex cruzó la meta primero, pero Kike llegó a escasos metros detrás, con el orgullo de haber peleado hasta el último aliento. Leo llegó poco después, demostrando su fortaleza inquebrantable. Oscar, con su estilo inconfundible, se presentó minutos después.
Kike, aún con la adrenalina latiendo en sus venas, se encargó de capturar el momento con su cámara. Las imágenes inmortalizarían aquel día donde la montaña puso a prueba su espíritu. Luego, como todo guerrero que honra su batalla, entraron a la iglesia del Cerro de Guadalupe. Allí, en la penumbra del recinto sagrado, elevaron una oración de gratitud. No solo habían conquistado la montaña, sino que habían demostrado una vez más que el esfuerzo es la única moneda válida para comprar la grandeza.
A la salida, entre risas y abrazos, trotaron hasta el Éxito del 20 de Julio. En un gesto de abundancia y camaradería, Leo y Alex invitaron a sus compañeros a un humilde festín de Pony Malta y pan. Era un banquete de héroes, no por el lujo de la comida, sino por la hermandad que se compartía en cada sorbo y bocado.
Don Manuel, como todo buen trovador, llegó a estirar y a narrar con su estilo inigualable aquella gesta. "Me falta entrenar más", reconoció con una sonrisa. Y en ese instante, entre las sombras del cansancio y la luz de la amistad, supo que en cada zancada estaba la clave de su próximo desafío.
Mientras tanto, Kike regresó a casa. Linda lo recibió con un abrazo cálido y un beso, el mejor premio después de la batalla. Tras estirar y recuperar el aliento, publicó las fotos en Facebook con una dedicatoria que resumía la esencia de la jornada:
"Hoy, entrenamiento al extremo: Ascenso Parque San Cristóbal - Cerro Guadalupe. Distancia 10.72 kms. ¡Excelente entrenamiento! Compañeros muy fuertes y valerosos escalando. ¡Lo logramos! Gracias, Dios, por haberme inspirado en este reto. Gracias, Jhon Alexander Durán, Manuel Antonio Céspedes Piñeros, Oscar Herrera, Javier, Ismael Moreno, Jorge Arias y demás compañeros por aceptar este desafío!!!"
Y así, entre la fatiga y la satisfacción, Kike comprendió que cada entrenamiento era más que un reto físico: era un capítulo de su historia, un verso más en la épica de su vida. Y la pluma del destino seguía escribiendo, con sudor, esfuerzo y pasión.
2 comentarios:
Excelente Jaime.
El tiempo transcurre rápido, ya un año de aquel entrenamiento. Inolvidable actividad deportiva de sana competencia, donde se pone a prueba la fortaleza física y mental donde se batalla con uno mismo, tratando de ser un poco mejor, el compartir y disfrutar en grupo nos ayuda e impulsa para no desfallecer y llegar a meta.
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