Era un 28 de diciembre, una mañana peculiar en Silvania. Aunque el verano prometía días despejados, el cielo amaneció cubierto por una espesa nubosidad que parecía luchar por dominar el día. Pero la naturaleza, como siempre, tenía su propio plan: la vegetación brillaba con un verde intenso, las flores lucían radiantes, y el contraste entre la niebla y los colores creaba un espectáculo casi irreal.
A las 5:40 a.m., Kike despertó de un sueño que parecía haberse borrado de su memoria como el rocío al amanecer. Un calambre en los gemelos de su pierna izquierda lo sacó de su descanso. Recordó con una sonrisa que quizás la causa fue el desafío del día anterior: un ascenso de 11 kilómetros que completó en tiempo récord, mientras don Wilson, su amigo y compañero de aventuras, lo alcanzó 45 minutos después en su moto.
Kike se recostó de nuevo y, como era habitual, comenzó a escanear su cuerpo en busca de equilibrio. Cuando llegó a los gemelos, cerró los ojos y realizó su peculiar ritual. Con una caricia invisible, transmitió calor a la zona afectada hasta que el dolor desapareció. Al abrir los ojos, algo en su mente le susurró que ese día guardaba secretos.
Mientras meditaba, un recuerdo lo llevó dos días atrás, a la vereda Panamá. Allí, bajo un cielo que acababa de llorar, don Wilson clausuraba una reunión del grupo "Emprendedores de Seguridad Alimentaria". Kike, en su rincón favorito, tomaba notas en su libreta blanca. Fue entonces cuando un destello de luz lo llamó. Salió al patio, y frente a sus ojos apareció un arco iris tan majestuoso que parecía un puente entre mundos.
—Don Wilson —exclamó Kike emocionado—, tome una foto, ¡esto es una obra celestial!
Don Wilson asintió, pero antes de disparar la cámara, tuvo una idea: pidió a Kike que se colocara frente al arco iris, con su libreta en mano y la mirada perdida en el horizonte. La imagen capturó no solo el momento, sino algo más: una conexión inexplicable entre el cielo, la tierra y los sueños de Kike.
Aquella noche, mientras revisaba la foto que don Wilson le había enviado, Kike sintió un escalofrío, como si el arco iris le hablara.. La belleza de esos colores cruzando el horizonte recordó la portada de su primer libro, Historias que Inspiran la Imaginación. Esa puerta que lleva a un mundo mágico simboliza el viaje que inició hace tiempo, cuando decidió escribir para encontrarse consigo mismo y, al mismo tiempo, compartir esa magia con los demás.. En el silencio de la madrugada, tomó su pluma y escribió:
"Mientras contemplo el arco iris desde mi rincón de escritura, siento que cada color me susurra historias por contar, recordándome que los sueños y las palabras pueden iluminar hasta los días más grises."
Al leer esas palabras, algo mágico ocurrió. En la imagen del arco iris, Kike creyó ver figuras danzantes, como si el universo le revelara secretos que esperaban ser contados. Cerró los ojos y pidió a la Divina Providencia:
"Dame sabiduría e inteligencia, para escribir con acierto, historias que inspiren al mundo."
Cuando despertó, horas más tarde, su mente era un torbellino de ideas. Comprendió que cada historia que escribiera no solo sería un relato, sino una semilla de esperanza para quienes la leyeran.
Esta historia nos invita a recordar que la inspiración está en todas partes: en el cielo, en los colores, en los momentos que nos parecen insignificantes. Y que al escuchar nuestro yo interior, tenemos el poder de transformar el mundo. Solo hace falta la valentía de creer y el deseo de sembrar nuestras propias semillas de esperanza.
3 comentarios:
Ojalá todos pudieran leer estos mensajes tan maravillosos.
Excelente. Una manera de escribir bastante motivadora.
La naturaleza es majestuosa y bella en sus diferentes manifestaciones, está vez expresado en un arcoiris multicolor.
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