jueves, 12 de septiembre de 2024

👦 Edwin y el Poder de las Canciones

Edwin, un niño de seis años, vivía en una región montañosa donde el frío era implacable y el viento susurraba entre los pinos, creando una sinfonía constante de naturaleza y soledad. Sus padres, trabajadores incansables, pasaban la mayor parte del tiempo en la ciudad, dejando a Edwin al cuidado de doña Milena, una vecina amable que lo acogía con cariño. Doña Milena, quien tenía tres hijos —Claudia, Mónica y Luis—, se encargaba de cuidar a Edwin como si fuera uno más de sus propios niños.

Mientras realizaba los quehaceres del hogar, doña Milena solía cantar. Su voz llena de ternura y fuerza resonaba en la casa, y sus canciones hablaban de fe, esperanza y la belleza de la vida. Eran melodías de motivación y música religiosa, y su tono cálido llenaba el pequeño corazón de Edwin de una luz especial que contrarrestaba el frío de las montañas. Las palabras de las canciones se grababan profundamente en la memoria de Edwin, formando parte de su esencia y de su alma.

Los fines de semana, sus padres regresaban y, juntos, caminaban durante dos horas para asistir a misa a las 8 de la mañana. Era un trayecto largo y agotador para un niño pequeño, pero Edwin encontraba consuelo en las canciones que escuchaba en la iglesia, similares a las que doña Milena cantaba en casa. La dulzura de un algodón de azúcar de colores o el crujido de unas crispetas eran las recompensas que sus padres le ofrecían, convirtiendo el sacrificio del camino en un ritual de amor y compañía.

En la escuela, Edwin se destacaba. A pesar de las dificultades, su espíritu era fuerte. Cada vez que se proponía lograr algo, como resolver un complejo problema matemático o superar una destreza en educación física, lo conseguía con determinación y tenacidad. Los profesores veían en él una mente excepcional y un alma concentrada. Para ellos, Edwin era único, casi místico, como si tuviera una sabiduría innata que lo empujaba a ir más allá de lo que otros consideraban posible. Mientras otros niños jugaban, Edwin pasaba horas en la biblioteca, adelantando ejercicios y estudiando con ahínco. Nunca se daba por vencido; para él, la palabra "imposible" no existía.

Con el tiempo, Edwin se convirtió en un niño admirado por su fortaleza interior, un reflejo de los valores y principios que habían sido sembrados en su infancia. Las canciones de doña Milena y las lecciones de perseverancia de sus padres habían dejado una huella imborrable en su carácter. Edwin sabía que la clave para lograr sus sueños estaba en la disciplina, el esfuerzo constante, y la fe en sí mismo.

La historia de Edwin nos recuerda que la infancia es la base de muchas virtudes en una persona. Forjar un futuro mejor para nuestros hijos implica inculcarles buenos valores y principios, no solo con palabras, sino con el ejemplo. Así, como las notas de una canción que se repiten y se vuelven parte de uno, los buenos ejemplos se graban en sus corazones, moldeando su carácter y dándoles la fuerza para alcanzar lo imposible.

1 comentario:

Manuel Céspedes P dijo...

Excelente historia de vida. Así los años pasen y se sumen a nuestro calendario personal, siempre se recordara algunas situaciones y aconteceres compartidos con quienes transitamos por el diario viviir, muchas podrán ser enseñanzas que nos podrán inspirar a seguirlas.

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