Érase un sábado 10 de mayo, en un rincón apartado de Colombia llamado Silvania, donde las madrugadas despiertan los sentidos y acarician el alma. En Villa de las Bendiciones, el tiempo parecía detenerse, envuelto en una naturaleza exuberante que respiraba vida.
El cielo, aún oscuro, comenzaba a desvelarse con un lienzo de tonos índigo que se diluía en suaves pinceladas anaranjadas y rosadas. Copos blancos de nubes flotaban perezosos, como suspiros del amanecer. Una brisa fresca susurraba entre los árboles, llevando consigo el aroma húmedo de la tierra y el dulce perfume de las flores silvestres.
La orquesta de la naturaleza despertaba: pájaros de colores entonaban sus trinos vibrantes componiendo una sinfonía que resonaba en el valle. Insectos exóticos zumbaban como si fueran gotas de rocío tocadas por la mano de Dios. El canto de un gallo lejano se mezclaba con el murmullo de un riachuelo, tejiendo un tapiz sonoro que envolvía cada rincón. Las hojas danzaban al compás del viento y el primer rayo de sol iluminaba el rocío, haciendo brillar pequeños diamantes sobre la tierra.
Aquella madrugada era más que un instante: era un abrazo de la creación, donde el corazón latía al ritmo de la tierra.
Marcaban las 5:58 a. m. cuando Kike despertó después de un sueño profundo. La noche anterior había agradecido por la primera venta de su libro en Brasil. Oraba por esa persona que, sin conocerlo, se había dado la oportunidad de adquirir su obra virtualmente. Agradecía a la Divina Providencia y soñaba con que más personas, incluso sus amigos en el exterior como Consuelo en Nueva York —quien ya difundía sus blogs—, adquirieran su libro en su debido momento.
Ese primer lector brasileño simbolizaba para Kike el inicio de un viaje sin fronteras, donde sus palabras transformarían, sanarían e inspirarían a corazones del mundo entero.
Como cada día, Kike realizó su rutina de yoga y meditación. Mientras tanto, Linda, su esposa, le preparaba el desayuno: changua con papa y huevo, chocolate caliente con leche y arepas rellenas de queso. También alistaba los termos mágicos: uno con tinto exótico de canela, clavos y anís; otro con aromáticas de yerbabuena, hojas de limón y manzanilla fresca de su huerta.
Ese sábado tenía un reto: lograr que sus ventas igualaran a las de un día entre semana. Partió rumbo a Silvania a las 9:09 a. m. y, como señal del destino, sus primeros tres clientes habituales le compraron sin titubear.
A las 9:54 a. m., Kike llegó a una carnicería famosa entre los campesinos de las veredas. Allí, como cliente, se encontraba su amiga Damaris Mendoza, del club de lectura de Silvania, acompañada de su hija Paola López, una destacada contadora pública. Mientras esperaban ser atendidas, Damaris le decía emocionada a su hija:
—Mira, Paola, este es mi amigo Kike, un compañero de tertulia que escribió su primer libro. Es realismo mágico de lo cotidiano, una nueva corriente. Con su hijo Juanpis, sin miedo al qué dirán, recorre Silvania vendiendo tintos con un termo mágico y llevando ejemplares de su obra: Historias que Inspiran la Imaginación. Lo admiro profundamente por su valentía y espíritu emprendedor.
—¡Mamá! ¿Cómo hago para adquirir ese libro? —preguntó Paola, con los ojos iluminados por la curiosidad.
Y justo en ese instante, como si el universo respondiera a su deseo, apareció Kike bajando la calle con su termo mágico y su mochila. Damaris, sorprendida, lo saludó con un abrazo fraterno y le presentó a su hija.
—¡Qué sincronía! —exclamó Damaris—. ¡Estábamos hablando de ti!
—¡Quiero un ejemplar de tu libro ya! —le dijo Paola a Kike, con una sonrisa encantada.
—Llevo tres en la mochila —respondió él, y comenzó a buscar.
Kike abrió su mochila con el gesto solemne de quien abre un cofre de tesoros. Paola observaba con asombro: la portada del libro mostraba a un joven cruzando la puerta que separa el sueño de la realidad. Al recibirlo, sintió un hechizo en el alma.
—¿Me lo puedes firmar? —le pidió emocionada.
Kike escribió con dedicación:
Para Paola López, destacada contadora.
Paola, con gratitud, te entrego este libro, recordándote que en lo sencillo de cada día habita una fuente infinita de inspiración.
Que estas páginas despierten en ti la magia de ver lo cotidiano como un tesoro lleno de aprendizajes, sueños y nuevas posibilidades.
Gracias por darle vida a esta obra con tu lectura.
Damaris capturó el momento con dos fotos: una de la dedicatoria y otra de Kike entregando el libro. El aire se impregnó de algo mágico, como si Dios hubiese orquestado aquel encuentro.
Después del emotivo instante, Kike siguió su recorrido repartiendo tintos que despertaban el alma. Recordaba con alegría el momento vivido, aunque cayó en cuenta de que olvidó tomarle una foto a Damaris con el libro. Le enviaría las imágenes en la tarde con un mensaje cariñoso y disculpas sinceras.
Ese sábado fue exitoso: las ventas superaron las de un día laboral. A las 2:16 p. m. llegó a casa, donde Linda lo esperaba con un almuerzo criollo: arroz, pasta, papa, pollo guisado y jugo de tomate de árbol, típico de la región.
A las 3:30 p. m., Kike partió hacia el Café Zeratema, donde su amiga Estefanny le había ofrecido un espacio para exhibir sus libros. Colocó ejemplares en seis mesas, y en tres de ellas hubo interés inmediato.
Sembraba semillas de palabras, confiando en que el tiempo se encargaría de dar frutos.
Ese día, Kike reafirmó su fe: la Divina Providencia caminaba con él. El secreto era confiar en que cada día podía ser un 1 % mejor que el anterior… y que en los momentos difíciles jamás debía dejarse vencer por los miedos, las dudas o los demonios invisibles.
¿Qué nuevas aventuras le esperaban a Kike, Linda y Juanpis la próxima semana? ¿Cómo iría la entrevista desde España el miércoles?
Esta historia…
continuará.
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