Érase un amanecer de miércoles, 23 de abril, Día del Idioma y del Libro. El sol despertaba con entusiasmo sobre un rincón encantado llamado Villa de las Bendiciones, donde el tiempo parecía detenerse. El canto de los gallos, el trinar del pájaro carpintero sobre un poste de guadua y el susurro del viento entre los árboles componían una sinfonía natural que elevaba el espíritu. A las 6:03 a.m., el viejo reloj marcaba el inicio de un día inolvidable.
Kike se despertó de un sueño apacible. Tenía el presentimiento de que algo especial lo esperaba. Sin embargo, había un reto por delante: su hijo Juanpis, quien solía levantarse a las dos o tres de la tarde. Para que pudieran asistir juntos al Encuentro Literario en Fusagasugá, Kike llevaba días ayudándolo a regular su horario. Le leía cuentos hasta el amanecer, cada noche un poco más temprano, hasta que por fin ese día, logró que se levantara al mediodía.
Con ilusión, Kike dejó lista su camisa azul, su pantalón favorito, y repasó mentalmente lo que diría si le daban la palabra para presentar su libro. También preparó la ropa de Juanpis y un desayuno lleno de amor. Su amiga Karen, cómplice de tantos momentos, ya había cocinado el almuerzo, pero Kike le respondió con ternura:
—Gracias, Karen, tan linda… pero almorzamos con Juanpis cuando regresemos del encuentro.
A las 12:15 en punto, despertó a Juanpis. Para sorpresa de Kike, el niño se levantó con buena disposición, se bañó y desayunó con entusiasmo. El día anterior, Karen y Omar habían planeado regresar a Bogotá, pero tras conversar con Kike, Omar aceptó acompañarlos al evento, y juntos lograron convencer a Karen de quedarse un día más. Ella, no obstante, puso una condición: apenas termine el evento, volvemos a Bogotá.
A la 1:15 p.m. partieron rumbo a la biblioteca pública de Silvania, con las maletas listas. Allí los esperaba la van que los llevaría a Fusagasugá. A las 1:35 p.m., Doña Liliana, jefa de la biblioteca, los recibió con un caluroso abrazo. En el segundo piso dejaron guardadas las maletas, y se reunieron con otros soñadores: el poeta Josué, don Jorge Valdriri, don Gilberto, Damaris Mendoza y Helen Torres.
A las 2:07 p.m. partieron en la van. Durante el trayecto compartieron emociones, lecturas, anécdotas… y Omar evocaba sus antiguos encuentros literarios en Bogotá. A las 2:30 p.m., llegaron a la imponente biblioteca de Fusagasugá: tres pisos repletos de sabiduría, arte y cultura. Había un salón para niños, esculturas, murales… y lo más llamativo: una rockola cultural.
Juanpis quedó fascinado con los cuentos infantiles y juegos de destreza. En el jardín exterior, frondosas palmas datileras ofrecían sombra y belleza. Kike recordó las tres palmas que había sembrado días atrás en su querido terruño.
Y entonces, la sorpresa del día: una presentación al aire libre de “Cien Años de Soledad”, con más de 40 artistas, entre bailarines y músicos, que dieron vida a Macondo. Aunque sus audífonos estaban dañados, Kike se dejó llevar por la atmósfera. Cada escena, cada tambor, era poesía en movimiento.
A las 3:45 p.m., subieron al tercer piso para un encuentro íntimo con el Club de Lectura de Fusa. Recibieron con cariño a los visitantes de Silvania con pan curazao, bocadillo, manzana y jugo néctar. Comenzaron a leer por párrafos el libro Los Nombres de Felisa, de Juan Gabriel Vásquez. Kike, fascinado, escuchaba atento, sintiendo la magia de cada voz.
Cuando le tocó leer, se desconectó del mundo. Cada palabra salía de su alma. Más tarde, durante la ronda de comentarios, se armó de valor. Recordó a doña Ligia Madagascar y su consejo: “Habla desde el alma”. Tomó aire tres veces, se puso de pie y dijo:
—Soy Jaime Humberto Sanabria, autor de Historias que Inspiran, un libro nacido de mi pasión por la escritura, la reflexión y la vida misma...
Sus palabras fluían como un río claro, espontáneas y profundas. Habló de sus vivencias, de sus sueños, del poder de la inspiración. El público lo escuchaba en silencio reverente… y al terminar, estallaron los aplausos. Luego, compartió una breve reseña de su vida, desde su infancia hasta su llegada a Silvania. Su testimonio tocó corazones. Sintió cómo la energía positiva de sus palabras se esparcía como una ola.
Muchos asistentes pidieron su contacto para adquirir su libro. Kike, emocionado, cerró los ojos y agradeció a la Divina Providencia por aquel instante. A las 6:00 p.m. terminó el encuentro, con fotos, abrazos y promesas de volver.
En el regreso, Omar propuso quedarse una noche más en Villa de las Bendiciones. Kike aceptó con alegría. Sentían que ese lugar tenía un embrujo sereno, una paz envolvente que los retenía dulcemente.
Ya en casa, reforzaron el almuerzo, charlaron hasta medianoche y se desearon una feliz noche. A la mañana siguiente, Kike acompañó a Karen y Omar a tomar la flota rumbo a Bogotá. Los despidió con nostalgia, mientras la neblina cubría las montañas.
Antes de partir, Omar le dejó un papel doblado que decía:
Gracias, Kike, por mencionarme en tus historias, que en verdad llenan el alma de esperanza y optimismo. Hoy, siendo el último día de esta travesía en Silvania, me voy satisfecho por haberme encontrado con seres como tú: un artista fiel a sus ideales, cuyas palabras expresan de manera auténtica su luz interior…
Kike guardó el papel junto a su corazón, sabiendo que aquella jornada quedaría para siempre grabada en su alma… y también en su próximo blog.
3 comentarios:
Cómo seres humanos , los idiomas nos brindan esa oportunidad de plasmar en contenido innumerables aconteceres, propios, ajenos, universales, la belleza del lenguaje permite que escribir sea un arte mismo.
Fascinante el disfrutar y compartir de actividades afines, como la cultura, sin duda para los amigos visitantes de Kike y demás participantes, estas tertulias dejarán enseñanzas y recuerdos inolvidables.
Muy lindo, gracias.
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